Trump vuelve a la política de los Tomahawk

“Prepárate Rusia, porque (los misiles) van a llegar (y son) bonitos, nuevos e inteligentes”, publicó Donald Trump a las 12:57 de ese mediodía, miércoles 11 de abril.

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15 abril,2018 10:23 am
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Texto: Temoris Grecko, Apro / Foto: EFE. Bombardeo a Damasco, la noche del pasado viernes 13 de abril.
Ciudad de México, 15 de abril de 2018. Era la noche del viernes 13 en México, pero las 4 de la mañana del sábado 14 en Siria, cuando el gobierno de Bashar al Assad emitió los primeros reportes de explosiones causadas por misiles Tomahawk estadunidenses en su capital, Damasco. Una hora más tarde llegaron datos de 13 cohetes que golpearon el sur de la ciudad.
El objetivo fue un laboratorio de investigación científica en la periferia de la urbe, aunque simultáneamente Donald Trump daba una conferencia de prensa en Washington y dejaba en claro que había fijado numerosos blancos para sus cohetes.
La prensa estadunidense había mencionado días atrás que se planteaban al menos ocho lugares por destruir, entre ellos dos bases aéreas, un centro de investigación y una instalación de armas químicas. La cadena televisiva CNN citó a un funcionario del Pentágono no identificado, quien precisó que la ofensiva no constaba de una sola oleada de ataques, como la que lanzó hace justo un año, sino que sería una múltiple.
Las amenazas de Trump comenzaron el martes 10. Nadie las tomó a la ligera. El gobierno sirio ordenó la evacuación de aeropuertos y cuarteles militares. Las tropas iraníes se retiraron de sus barracas. Los rusos abandonaron su base naval en Tartús, la única que tienen en el Mediterráneo.
Su embajador en Líbano, Alexander Zasypkin, declaró que si Estados Unidos ataca Siria “los misiles serán derribados e incluso (golpearemos) las fuentes desde donde fueron disparados”.
Israel se adelantó lanzando un ataque aéreo. Arabia Saudita anunció que se sumaría a la operación contra Siria. El presidente francés, Emannuel Macron, confirmó que haría lo mismo, e incluso aseguró tener evidencias de que el régimen sirio volvió a atacar a la población civil del barrio damasquino de Ghouta Oriental con armas químicas. En Gran Bretaña, la primera ministra Theresa May –debilitada en las encuestas, aislada en su partido y contra la opinión pública– declaró que se sumaría a la ofensiva e incluso evitaría el trámite de obtener la aprobación del Parlamento, que se la negó a su antecesor David Cameron en 2013.
Esa semana todo el mundo contuvo la respiración, a pesar de que, en el fondo, nada fuera de lo usual había ocurrido en Siria, pues el uso de cloro ha sido rutinario. Lo único sorprendente era que el presidente Trump hubiera adelantado que iba a lanzar un ataque y así facilitara que su objetivo se preparara para minimizar los daños.
El propio Trump estaba en problemas en su país. Una examante exigía que el presidente diera testimonio en la corte, en un caso polémico y peligroso para él. El FBI había cateado las oficinas de su abogado en busca de pruebas de un pago ilegal para la mujer. Además, pende sobre él la amenaza de que el fiscal especial Robert Müller demuestre que hubo colusión del equipo de campaña de Trump con la operación rusa para influir en el electorado estadunidense en las elecciones del año pasado.
El presidente de Estados Unidos ligó sus dificultades personales con la situación en Siria en tres tuits emitidos el miércoles 11.
“Prepárate Rusia, porque (los misiles) van a llegar (y son) bonitos, nuevos e inteligentes”, publicó a las 12:57 de ese mediodía.
40 minutos más tarde torpedeó la idea de que tiene una amistad con su homólogo ruso Vladimir Putin, a pesar de los numerosos intercambios de cumplidos que se han hecho, y aseguró que las cosas no habían estado tan mal con Moscú ni siquiera durante la crisis de los misiles de 1962: “Nuestra relación con Rusia está peor ahora que nunca, y esto incluye la Guerra Fría”.
Aunque había amenazado a Rusia con lanzarle cohetes menos de una hora antes, Trump terminó su tuit con una propuesta: “¿Le ponemos un alto a la carrera armamentista?”
Según él, no hay razón para la animadversión entre las dos potencias. Excepto que alguien insiste en indagar en sus acuerdos con el Kremlin, aseguró hora y media más tarde, a las 3: “Mucha de la mala leche con Rusia ha sido provocada por la falsa y corrupta investigación sobre Rusia, montada por los demócratas o gente ligada a Obama”. A final de cuentas, concluyó su tuit, “no hay colusión, ¡es loquísimo!”
Del otro lado del mundo, las motivaciones del conflicto parecían secundarias ante la inminencia de un ataque a escala desconocida: ¿sería puntual, como el de 59 misiles Tomahawk que dañaron la base de Shayrat en abril del año pasado? ¿O el inicio de un involucramiento mayor de Estados Unidos, con alcances imprevisibles?
Pero Trump está más allá de todo pronóstico. El jueves 12 tenía a todo el mundo en tensión, esperando su siguiente movimiento. Un tuit a las 12.15 del mediodía pareció distender el ambiente: “Yo nunca dije cuándo atacaría a Siria”, jugueteó. “¡Podría ser muy pronto o de plano no tan pronto!” Y cambió el tema: “En todo caso, mi gobierno ha hecho un gran trabajo liberando al mundo de Estado Islámico. ¿Dónde están diciendo ‘gracias América’?”
No hubo reacciones visibles de los contendientes. Ni los sirios regresaron a sus bases ni los rusos quitaron el dedo del gatillo, ni Theresa May hizo intentos por salvar la cara ante el Parlamento, al que había amenazado con saltarse.
Con un tuit o un misil, Trump podía volver a tirar las piezas del tablero, como en cualquier juego infantil.
Y lo hizo.

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