Me llaman la Tequilera

José Gómez Sandoval

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12 septiembre,2018 8:11 am
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Pozole Verde 
José Gómez Sandoval
 
Biografía con Alma
Nobles manos pusieron en las mías Me llaman la Tequilera, biografía novelada de Lucha Reyes, la cantante de ranchero que pasó a la historia musical de México por su voz altiva y timbrada como rayo y por su suicidio, que hizo de su carrera artística y de su vida una leyenda negra.
Varios portales de internet dan razón cronológica de su paso por la vida y el arte en forma substancial y pormenorizada. La diferencia obvia entre éstos y la novela de Alma Velasco es la graduación con que ésta reparte la información vital, y la interiorización que hace de ésta, en un marco histórico al que suele encabalgar datos de la vida artística y farandulesca del momento.
La novela empieza donde los portales internautas terminan: con Lucha Reyes moribunda, burbujeando: Nunca me gustaron las preguntas… cállense todos… Pasa que de repente sientes que el hilo se hace delgado… muy delgado… el alma deja de comer… ése es el momento, te vencen las ganas de perderte, de irte lejos de lo que te duele…
Esto de Lucha contando parte de su historia en primera persona a un paso de la muerte será constante. Es un recurso que subjetiviza los hechos de su vida y pone en su lugar a los que, para bien o –más seguido– para mal, la acompañaron en ella. Al tiempo que completa la información, establece un contraste textual con la voz omnisciente y “mueve” la novela. La voz de Lucha aparecerá como en OFF, en letras cursivas.
Valgan los diálogos
Lucha ha tomado 25 nembutales con media botella de tequila. En su agonía, la acompañan Meche, su confidente y enfermera, y Carmela, “su ayudante personal de años, quien consiguió sacarle unas pocas pastillas enredadas todavía entre la lengua cuando la encontró Marilú, la hija adoptiva de Lucha, que está con la cara abotargada, aturdida por las lágrimas que no controla. Y para completar el cuadro, el enamorado en turno, el piloto aviador, el general Antonio de la Vega”.
Valga el párrafo para señalar el modo rápido, sencillo y eficaz con que Alma Velasco describe una situación y crea una atmósfera de contriciones y desesperación: Meche, que “sabe muchas cosas”, calla; al general Antonio “lo atormentan los remordimientos, cómo desearía pedirle al tiempo que volviera. Finge inocencia…”; la hija de Lucha llora pues “su mamá se está muriendo por tomarse las pastillas que ella fue a comprarle a la farmacia”. Desde ya, la novela está sembrada de diálogos dramáticos y significativos:
“–Les ruego que si van a platicar, mejor se vayan a la sala –ordena Antonio autoritario–. Lucha necesita descansar…
“–¿Y desde cuándo sabe usted lo que necesita Lucha? Ya vio qué feliz era con usted, ¿no? –la ironía (de Meche) evidencia su desprecio por el general, a quien repele como a un animal ponzoñoso. De seguro fue el gran apoyo que usted la hacía sentir por lo que se tomó las pastillas.
“–Meche –la increpa Antonio. Le prohíbo que…
“–Qué, general, también yo tengo que obedecerlo?
“–¡Por favor! –se descompone Antonio.
“–No vaya a ser que esas pastillas que según usted le estaba sacando de la boca mientras yo llegaba, más bien se las estuviera metiendo.
“–Cómo se atreve a decir semejante disparate –responde él caminando amenazante hacia Meche…
“–¿Disparate? Pues no ha de ser por lo cariñoso que se portaba con ella. Y ni crea que no me fijé en los moretones que trae todavía en la cara y en el cuello… Si no fuera porque sé que ya antes mi prima intentó algo parecido, lo acusaba a usted sin ninguna duda con la policía. Yo no entiendo qué le vio mi prima…”.
El nacimiento de (la) Luz
Durante el régimen de Porfirio Díaz el país –dice Velasco– “se acopla con ímpetu a la modernidad”. La “novedad de novedades” fue la luz eléctrica, que consigo trajo los tranvías, el teléfono, el fonógrafo y el presagio de “una vida aún más colmada de deleitosas promesas para los noctámbulos, ofreciendo sus ‘posibilidades mórbidas’, libres de riesgos de las vías públicas, donde por mucho tiempo suceden actos criminales funestos”… Es buen tiempo para las orquestas típicas, que participan en todo tipo de celebración. También “se comienzan a oír los gritos de un México inconforme”.
En este tiempo, el 23 de mayo de 1906, en Guadalajara, nació María de la Luz Flores Aceves, mucho mejor conocida como Lucha Reyes, la “reina del mariachi”, “piedra fundacional en la historia de nuestro canto popular: …la que da luz a la canción bravía, rasgo indeleble de la nacionalidad mexicana”. Alma Velasco aprovecha para anunciar “Una vida rotunda, en ocasiones feliz y plena, en la que la risa, el estudio, un consistente avance vocal, la impulsan como A un barco aprisa. Pero una vida llena también de muecas de dolor, despedidas, amores descalabrados. Una vida… que atrae y fascina a quienes se cruzan con su historia, con su canto, y que buscan descifrar la leyenda enmarañada entre velos de silencio y de mentiras”.
Como al paso, la biógrafa constata la admiración que siente por su personaje: “El de Lucha es el canto subyugante no de una voz de sirena, sino de una voz anclada en un órgano de fuerza portentosa, unida a un temperamento que irrumpe como un trueno que hiere el alma, o bien, como fuegos artificiales que deslumbran”. Aprovechamos aquí, con la autora, para recordarle a los lectores a la Lucha que aparece en varias películas mexicanas con el estilo que inventó: “gestos desafiantes, envalentonados, propios de la bravura contestataria de las soldaderas revolucionarias”, en contraste de la mirada “dulce, hasta tímida, triste, desconfiada. Su voz –agrega– flota en la encrucijada del coraje, la decepción, la tristeza, el ahogo del deseo frustrado y el amor de rosa recién abierta, que se acomoda con la risa franca de un humor desparpajado. Cielo sonoro de tempestades o luces amaneciendo…”.
¿Más? El estilo de Lucha es “sincero hasta la grosería, emotivo hasta el llanto” y “se convierte en un rostro musical definitivo, definitorio de México”, “la semilla que nutre con su savia un nuevo canto mexicano” del cual abrevarán Lola Beltrán y Lucha Villa.
Un personaje litigante
Apenas la autora ha metido su cuchara superlativa en la narración que cuece a fuego lento, aparece la voz de Lucha, que, en cursivas, parece provenir de ultratumba: Ah, que la fregada, a poco de a de veritas se van a seguir acordando de mí después de que me muera… y luego pues, pa qué me hicieron entonces pasar tantos entripados… ¿Qué, no les importa que me vaya yo al merito infierno, nomás dejando que se echen sus tacos de lengua?…
La voz de Lucha es su conciencia lúcida y meditativa. Como los espíritus que salen de su cuerpo para ver el mundo mientras los operan del corazón de innumerables cuentos y películas, a Lucha le tocará contar, sugerir, alegrar y sufrir la región más íntima de su biografía sin que, como acabamos de leer, le importe mucho arreglarle la plana hasta a su biógrafa preferida.
De la mudez a las carcajadas
Quizá porque la narradora carecía de datos fehacientes, ni Lucha está segura de que nació en 1906. Menos de quién fue su padre. Su medio hermano Manuel, hijo de un gallero asesinado en una feria, convive con ella y con su madre, Victoria Aceves, “durante los primeros doce años de su infancia”, en medio de privaciones familiares. Él intentará defenderla del cruel trato al que la somete la madre, de cuyos golpes ella conservará sólo malos recuerdos y “alguna cicatriz”.
Alrededor de los 4 años de nacida, María de la Luz se quedó muda, “pero por completo, como si nunca hubiera hablado antes”, y así duró más de dos años, hasta que una maestra del barrio le ayudó a volver a hablar. No cumple los 13 cuando su mamá decide trasladar sus penas a la Ciudad de México, como arrimada de su prima María en la vecindad de Venustiano Carranza 33, “donde luego quedó el cine Victoria”. Su tía y su marido las reciben con cariño; se caen bien y, “aunque no eran ricos”, con ellos Lucha (entonces llamada, también, María) y Manuel la llevan bien y “aprenden a reírse a carcajadas”.
Siempre tuvo su geniecito
y sus primeros gorgoreos
A los pocos días Victoria se desobliga de sus hijos y se dedica a la parranda, de la cual “saca algunos dineritos”. La música llegó por medio de su tío, un músico “que hasta había trabajado para el general Obregón tocando su clarinete requinto” con el que el que aprendió “canciones de campo, de flores”, como Noche de luna y A la orilla de un palmar
Su tía María la inscribe en la escuela primaria más cercana. La chica no atiende la clase ni cumple con “sus obligaciones, es rezongona y malcriada, ni frente a la directora cambia su rebelde comportamiento y es expulsada de la escuela. Ahorita que me voy acordando –apunta la voz rememoriosa de Lucha–, desde entonces ya tenía mi geniecito… “Y es así como María de la Luz… tiene que comenzar a inventar… cómo crearse una vida distinta a la de los demás. Su experiencia escolar termina en definitiva” y “desde ese preciso momento… comienza a forjarse lo que será su fortuna pública y ya luego también, aparejado, su infortunio privado”, aventura la novelista, provocando, con sus suposiciones, el refocile irónico de su propio personaje: Ja, ja, ja, si hasta risa me da, vieja babosa. Quién iba a saber entonces que ese instante tan rápido, tan menso, marcaba el final de mis estudios ‘oficiales´ y el principio de mi carrera artística… Lucha empezaría tras platicar con su tía María, y –con su madre siempre ausente– su perspectiva de vida agarraría cauce más o menos verídico con las clases de solfeo “y otros ritmos” de su tío, a las que Lucha se sometió con entusiasmo.
Rayando 1920, el país y la revolución transitando entre traiciones y luchas fraticidas, María de la Luz se sentirá protegida y querida por sus parientes de México; como además empieza a cantar en serio, compara esa etapa de su vida con un vals sentimental. En el Pozole Verde que viene, la oiremos cantar.
 
 

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