Ayotzinapa, 56 meses: Antonio Tizapa

Tryno Maldonado

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28 mayo,2019 5:20 am
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Tryno Maldonado
Metales Pesados
 
Al término de la Acción Global por Ayotzinapa frente al consulado mexicano. Antonio Tizapa y las organizaciones que se manifestaron en el exterior no fueron atendidos y la bandera de México fue retirada del edificio oficial por personal del gobierno para evitar el escrache.
 
Mi nombre es Antonio Tizapa
Soy padre de Jorge Antonio Tizapa Legideño, uno de los chavos desaparecidos por el gobierno mexicano el 26 de septiembre del 2014. He tenido varios trabajos. Actualmente me desempeño como plomero. Instalo gas para las boilas, reparo los toilets, reparo likeos, tinas de baño, regaderas… Cosas así. Cosas de plomeros.
Yo me enteré ese día. Eran como las 10 de la noche. Recibí un mensaje de mi hija. Decía que había problemas en Ayotzinapa. Le hablé a mi hijo y no contestaba el teléfono. Sonaba, sonaba, sonaba. Le dejé un mensaje y también le escribí muchas veces. Que dónde estaba, que qué pasaba. Soy de Tixtla y, por lo tanto, estoy muy familiarizado con lo que se vive ahí. Me ha tocado ver una muerte de un chavo. Un estudiante. Lo mataron en la caseta de la normal, en las escaleras. La Policía Federal. Tuve un primo que estudió ahí, mi hermano también. Ahora andan por acá, en la otra costa y en Wisconsin. Andan trabajando. Hemos sabido siempre de la represión que ejerce el gobierno contra Ayotzinapa, pero nunca imaginamos esta magnitud de represión.
Cuando ocurrió yo pensé: “Bueno, cuando pasa eso los policías van tras ellos, pero nunca llegan a más”. Salvo aquellas veces como cuando asesinaron a dos normalistas en la Autopista del Sol.[1] Pensé: “Lo que puede pasar es que la policía los lleve a barandillas; esperemos que las cosas estén bien”. Amaneció. Estaba con el pendiente. Y nada y nada. Empezaron a llegar las noticias. Empezó a circular en las redes lo de este muchacho al que le quitaron el rostro. “¡Qué está pasando!”, pensé. Te entra algo que no puedes describir. Transcurrían las horas, los días… y no llega tu hijo: “¿Dónde están? Quizás corrieron para el cerro, se escondieron o vienen caminando. Vamos a esperar una semana. Van a llegar”. Pero no.
Siempre he estado en comunicación con mi familia desde que me vine a Estados Unidos, en el 2000. Mi hijo tenía cinco años. Escuchaba la voz de mi hijo cómo le iba cambiando poco a poco. La primaria, la secundaria, la prepa. Siempre he estado en contacto con mi hija, con mi mujer. En ocasiones, muchos periodistas que me han entrevistado, han dicho que hasta ahora que desapareció mi hijo es que lo busco cuando, dicen, nunca vi por ellos. Eso es algo que solamente yo sé. Es algo muy difícil para mí. Y estando solo acá… Muy duro.
La decisión de Jorge Antonio fue quedarse en Ayotzinapa. Tuvo una niña. No tenía el certificado de la prepa. Se metió a trabajar. Habló con su mamá. Le dijo que quería seguir estudiando. Dijo que era mejor Ayotzinapa porque así podía estar con su hija. Y fue así como comenzó todo. Hizo el examen dos años seguidos. Y al final se quedó. Me mandó un mensaje, diciendo: “Papá, voy a necesitar esto y esto para la escuela. Vamos a ir a Guadalajara, vamos a la protesta del 68 y de ahí nos vamos a Tlaxcala”. Nos escribíamos. Me platicaba lo que hacía en la escuela, cuando terminaba de desayunar. Todo. “Te extraño. Cuídate”. Y yo también le platicaba lo que hacía acá: “Vamos a trabajar en tal parte… Estamos pasando por el Kennedy… Me voy a correr…”. No puedes creer que esté pasando esto. Cuando te acuestas te vienen los recuerdos de muchas cosas. En su desarrollo de niño, en su preadolescencia, la música que te ponía cuando estaba en su cuarto… O su risa, que es muy contagiosa. Y de repente no escuchas nada.
Mi hijo es muy buena onda. Cuando regrese lo van a conocer. Algunas personas me dicen “suegro”, tratando de hacerme reír.
Lo que quiero es a mi hijo
Es algo muy triste lo que está pasando. No sabía si irme a México o quedarme acá. Pasaron unos días en los que el cuerpo no era el mismo. Sentía el cuerpo muy caliente. No sabía yo qué hacer. Cuando me invitaron aquí a la primera protesta y vi la foto de mi hijo, me quedé así. Iba a las protestas aquí en Manhattan y me quedaba como inmóvil de ver las fotografías de los muchachos. Poco a poco fui saliendo. Me preguntaron si era yo un papá de los normalistas desaparecidos. Muchos se quedaron sorprendidos. “¿Qué hago?”, pensé. “¿Qué puedo hacer yo desde acá?”. Empecé a correr y no me quedó otra opción más que correr y llevar un mensaje. Empecé a correr con una playera con el número 43. Así fue como comencé a difundir lo que estaba pasando en México. Imprimí una playera con la foto de Jorge Antonio y escribí unas palabras cortas: “Mi hijo es tu hijo. Tu hijo es mi hijo”. Y desde entonces, hace 56 meses, no he dejado de correr.
Fui repartiendo las playeras que imprimí entre otros corredores para que participaran en las carreras con ellas. Se fue formando el Club Running for Ayotzinapa 43, que participa en las principales competencias del país. A 56 meses de la desaparición de mi hijo nunca hemos pedido dinero. No aceptamos donaciones. La gente aquí se sorprende cuando preguntan en las protestas: “¿Entonces qué es lo que quiere?”. Lo que quiero es a mi hijo.
No creo en políticos. En una ocasión vino Jesús Ochoa Reza, entonces presidente del PRI, a la Universidad de Columbia. Siete compañeros y yo nos repartimos entre los estudiantes para esperar la hora de preguntas y respuestas: “Si están hablando de desaparecer la corrupción, entonces el PRI tiene que desaparecer. No más PRI.” Fue lo que le dije. Cuando el cónsul Diego González Pickering vio que yo estaba allí, se fue agachado y dejó solo a Ochoa Reza. No es la primera vez que me corren. Hay muchos que me corren. Simplemente digo las cosas tal cual. Y punto.
Cuando nos dijeron que venía López Obrador –siendo candidato a la presidencia en 2018–, igual. Entramos cinco. A esperar el momento de que atendiera respuestas. Adentro se armó un relajo. Cuando llegué, me obstruyeron lo organizadores: “Señor Tizapa, su lugar no es éste; su lugar está allá atrás”. Y se pusieron pesados. A los pocos minutos me pusieron una hilera de sillas delante y quitaron el stand que estaba frente a mí y lo pasaron para otro lado. No querían que tuviera a Obrador enfrente de mí. Cinco personas delante de mí, mirándome. Hacía un movimiento y me seguían. “Algo está mal”, pensé. Cuando una compañera sacó una pancarta con la foto de Obrador con los Abarca la cercaron y se armó un relajo. Tuve que salirme.
Ya afuera, cercaron a Obrador los periodistas. Quería acercarme, pero era difícil pasar un montón de gente. Pensé en las películas, cuando un personaje importante después de un evento se sube a su carro y ya nadie lo sigue. Entonces se me ocurrió esa idea. Confiando en mis piernas pensé: “20 metros, 50 metros… sí los aguanto. En lo que el carro despega”. Y así lo hice. Corrí. Corrí. Corrí atrás del coche. Llevaba mi playera con los rostros de los muchachos desaparecidos y cuando alcancé el coche de Obrador le dije quién era. “Soy Tizapa, soy padre de Jorge Antonio”. Y Obrador me dijo: “Pregúntele a los militares”. Y ya de ahí me dijo lo de “cállate” y “provocador”. Incluso en el video se ve cómo me hace así, con la mano, desde el coche. Algunos periodistas reaccionaron y me preguntaron: “¿Te cacheteó?”.
Cuando te dice el nuevo gobierno: “Vamos a perdonar a los corruptos”, te pones a pensar: “¿Y qué va a pasar con Peña Nieto?”. ¿Cómo dice el dicho?: Perro no come perro. No sé qué acuerdo haya hecho con Obrador. Él no lo quiere tocar.
Yo no le deseo mal a nadie. Ni a López Obrador, ni a Peña Nieto. Primero tiene que pagar Peña Nieto todo lo que ha hecho. Todo aquel que ha hecho ese tipo de cosas tiene que pagarlas.
Todos los días le mando un mensaje a mi hijo. Hoy le diría: “Hijo, a donde quiera que estés, a pesar del tiempo que ha pasado, no vamos a descansar hasta encontrarte a ti y a tus compañeros, y la justicia para esos tres estudiantes y las personas fallecidas, así como la atención médica para los heridos. No nos vamos a cansar. No nos vamos a vender.”
 

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