Algunos reflejos de la consciencia

Federico Vite 

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3 septiembre,2019 8:30 am
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Federico Vite 
 
En el libro Short story writers and short stories, de Harold Bloom (Chelsea House Publishers, USA, 2004, 200 páginas), el erudito menciona que la pieza más valiosa de Nathaniel Hawthore no es The scarlet letter (La letra escarlata)The house of seven gables (La casa de los siete tejados), The Blithedale romance (La novela de Blithedale) ni The marble faun (El fauno de mármol) sino un cuento titulado Feathertop. Yo creo que lo mejor de Hawthore, en narrativa breve, es Wakefield (el extraño caso de un hombre que abandona a su esposa; no se le vuelve a ver en Londres en 20 años, a pesar de que no se va precisamente lejos de su hogar, pues se acomoda en secreto en otra casa del barrio y desde ahí espía a su esposa en el proceso de viudez. Un día, pasados 20 años, llueve y le parece ridículo mojarse cuando tiene su casa a tiro de piedra. Sube pesadamente la escalera y abre la puerta. Saluda a su mujer como si nada hubiera pasado), pero al ingresar a Feathertop con ojos nuevos (relectura que a esta hora de la vida valoro realmente) descubro un texto bien resuelto e igual de memorable que Wakefield; sin duda, un documento muy ambicioso que parece extraído de una mente perversa e infatiloide, alguien proclive —con potentes sesgos poéticos— a la región sombría y tétrica del alma. Insisto en lo ambicioso de Feathertop señalando que su autor aborda un tópico de la narrativa de ficción fantástica: darle vida a una criatura (la viga maestra de esos asuntos es El Golem y el irrepetible Frankenstein) con la intención de alcanzar una felicidad adánica.
El texto fue publicado originalmente en 1852 y nos ofrece una visión francamente oscura del mundo. El protagonista de la historia es un espantapájaros, quien adopta los modos humanos para relacionarse con algunos citadinos; de hecho, inicia un proceso de seducción con una damisela, pero se malogra el proyecto amatorio.
La historia ocurre en Nueva Inglaterra, en el siglo XVII. Una bruja llamada Madre Rigby construye un espantapájaros. Con herramientas aparentemente simples (pipa, tabaco y fuego) logra animar a su creación, le da una apariencia humana, y lo envía a la ciudad para que corteje a Polly Gookin, hija del juez Gookin, con quien la Madre Rigby tuvo una relación incierta. Así que Madre Rigby le otorga una pipa a su hijo, el tabaco encendido en ese instrumento logrará mantenerlo vivo. Es decir, mientras fume seguirá cotorreando. Feathertop y Polly se enamoran, pero la fatalidad (tarde o temprano) destruye todo. La pareja se mira en un espejo embrujado y descubre en el reflejo de Feathertop un espantapájaros, no un hombre. Polly se desmaya y el espantapájaros, aterrorizado y angustiado, regresa con Madre Rigby. Ya en casa se deshace de la pipa y se derrumba. Estas son las líneas que preceden el final del texto: “Arrancando la pipa de su boca, la estrelló con toda su fuerza contra la chimenea, y se desplomó en el mismo instante convertido en una mezcla de paja y andrajos con algunos palos sobresaliendo del montón y una arrugada calabaza en el centro. Los huecos de los ojos carecían ya de luz; pero la abertura toscamente rasgada, que había hecho las veces de boca, parecía retorcerse aún en desesperada mueca y tenía aspecto casi humano”. Este párrafo me recuerda en gran medida el final de Pedro Páramo que también traigo a colación: “Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. Madre Rigby reflexiona al respecto de lo que acaba de presenciar y lo expresa de esta manera: “¡Hay miles y miles de mequetrefes y charlatanes en el mundo, formados de la misma mescolanza de desechos, andrajos y cosas inútiles que entraban en su composición. Gozan, sin embargo, de buena fama y jamás se aprecian a sí mismos en lo que valen. ¿Por qué mi pobre muñeco había de ser el único en conocerse y en sufrir y perecer por ello?”. Decide pues que su hijo estará mejor siendo un espantapájaros, porque después de todo es un oficio inocente y útil.
Hawthore nos grita, desde los labios quemados de una bruja, que todo hombre palidece al descubrir su natura débil porque se imagina poderoso y más fuerte de lo que es; la realidad nos orilla, digamos, a esquinar nuestra existencia. Sumado a esta conclusión, pienso en Wakefield, en la mente preclara de un outsider como Hawthore, quien se empeñó en darle vida, en la narrativa breve, a dos personajes (Feathertop y Wakefield) que vuelven de sus extravagantes aventuras a casa como si nada hubiera pasado y con ese hecho de aparente simpleza todo el relato se convierte en una región ignota, donde la magnitud del desvarío es terriblemente sugerente.
 
 

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