Hay que dejar de pensar en los refugiados como un problema, dice Coetzee en la UNAM

El Premio Nobel de Literatura 2003 ofrece una conversación abierta con el público en la Sala Nezahualcóyotl.

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25 octubre,2019 6:27 am
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El Premio Nobel de Literatura 2003 ofrece una conversación abierta con el público en la Sala Nezahualcóyotl.
Ciudad de México, 25 de octubre de 2019. Dejar de pensar en los refugiados “como un problema y empezar a pensar en los flujos de población por las fronteras nacionales como un hecho de la vida en el mundo, un flujo que sólo se va a hacer más fuerte mientras la crisis del planeta aumente. Empezar a aprender a vivir con el flujo”, enfatizó ayer el escritor sudafricano J. M. Coetzee, en un coloquio en la UNAM sobre el ganador del Nobel de Literatura.
Con la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM como su quirófano, John Maxwell se dispone a operar.
Una vivisección que el autor sudafricano de 79 años, una de las plumas más aclamadas y laureadas de la lengua inglesa, hace sobre sí mismo delante de un nutrido público, que desde horas antes ya lo esperaba bajo la enorme mancha gris que devino aguarrada.
¿Publicar primero las obras en español y en América Latina es un gesto, o una declaración?, le lanza durante la charla Raquel Serur, e inicia este procedimiento titulado J. M. Coetzee, honestidad intelectual sin concesiones, en referencia al fallo del jurado de la Academia Sueca que le otorgó el Nobel en 2003.
“Definitivamente es un gesto. Me imagino que un gesto político”, revira el escritor, quien no tiene reparo en revelar que su encuentro con la académica sigue un guión basado en preguntas que ha podido reflexionar previamente. Un experto que repasa sus notas antes de tomar el bisturí.
Así, echando la mirada a los orígenes de una carrera literaria que se ha prolongado cinco décadas, el autor de Esperando a los bárbaros y Desgracia comienza a narrar en tercera persona, desplegado de sí, el extrañamiento de un creador con una etnología singular: un africano que no se identifica con las claves de la cultura de su continente ni con el idioma que habla.
“Este hombre joven empieza a escribir ficción en una lengua adquirida: inglés, y publica su primera novela en Sudáfrica, pero su ambición es mayor: quiere ser publicado en todo el mundo”, cuenta.
Los años pasan y logra convertirse en un autor internacional, pero empieza a sentirse cada vez más alienado por el pensar de Estados Unidos, y ni qué decir del Reino Unido: “No le gusta la complaciente creencia de los estadunidenses de que su sistema económico, forma de vida y cultura están destinados a dominar el globo”.
Entonces, al perder el interés en la recepción que el mundo anglosajón haga de su obra, comienza a pensarse a sí mismo como un autor que no está anclado a ningún país ni idioma, y fragua una alianza con un traductor argentino para publicar su obra primero en español, como ocurrió con Siete cuentos morales.
“Escribo en inglés, pero nunca he sentido que el inglés sea mi lengua, como el inglés se debe haber sentido para Shakespeare, por ejemplo, o para Thomas Harris o Herman Melville”, confiesa.
Es entonces cuando, inquirido sobre este escepticismo de la lengua inglesa, Coetzee logra una incisión clave que muestra todo aquello que subyace en lo más profundo de su quehacer.
El pulso de Coetzee es certero: “(Hay que) dejar de pensar en los refugiados como un problema y empezar a pensar en los flujos de población por las fronteras nacionales como un hecho de la vida en el mundo, un flujo que sólo se va a hacer más fuerte mientras la crisis del planeta aumente. Empezar a aprender a vivir con el flujo”.
Terminado el delicado procedimiento, el artífice se pone de pie y es ovacionado.
De modo casi inmediato, en el vestíbulo del recinto se forma una larga fila de fieles. Sólo tienen 30 minutos para conseguir una rúbrica, estrechar su mano y, con suerte, que aquella serena y fina fachada les gesticule una sonrisa.
Texto: Israel Sánchez / Agencia Reforma / Foto: Agencia Reforma
 

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