La tigrada

Florencio Salazar Adame

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26 noviembre,2019 5:42 am
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Florencio Salazar Adame
 
Me gusta la fotografía. El color, la multitud de los jaguares que forman la tigrada recibiendo en Chilapa al Presidente Manuel Andrés López Obrador. La actitud de los danzantes y al centro el Ejecutivo Federal, colocan a ambos en su elemento natural. La tigrada, la magia del felino propio de las tierras de Mesoamérica, que inspiró a los caballeros tigre, grupo militar de élite del imperio azteca, que creían que al cubrirse con la piel del jaguar adquiría su fuerza. Y López Obrador, que conoce al México profundo, está en su elemento natural, en contacto con la gente y con sus tradiciones.
También me resulta agradable que el primer encuentro del mandatario con los pueblos indígenas, el pasado sábado 23, haya sido en Chilapa, en cuya historia confluye la mansedumbre de los creyentes católicos, el imperio clerical, el mercado que concentra los productos y artesanías de la baja montaña, pero también la historia que relata el arribo victorioso de Morelos para “comer en Chilapa”.
Guerrero es un estado complejo y nosotros –su origen y consecuencia– también. En el Sur hay más historia de la que se conoce. Cultura prehispánica, tránsito de las mercaderías asiáticas, diversidad étnica, indios rebeldes, mestizos independentistas, revoluciones republicanas, cacicazgos férreos, patrimonialismo político, atraso secular y, por si fuera poco, conflictos por mucho y por nada.
Durante largos años, por lo menos hasta los 80, el clamor de los gobiernos locales y de la llamada clase política, era uno: la Revolución tiene una deuda con Guerrero. Al cual se sumaba la exigencia de pagar las campanas de Atlamajalcingo del Monte, que Vicente Guerrero utilizó para fundirlas y convertirlas en cañones. Ha sido tal la pobreza de nuestro estado, que lo único que nos quedaba era pasar al gobierno federal la factura de la historia.
Pero la federación nunca reconoció deuda alguna, excepto en los discursos. Y vaya que en pronunciamientos orales Guerrero ha sido pródigo, por iniciativa propia o por haber sido seleccionado como el lugar apropiado para hacer grandes pronunciamientos. Descontados los Sentimientos de la Nación, en el momento cumbre de la institucionalización revolucionaria en Chilpancingo el Presidente Lázaro Cárdenas (1934), estableció las coordenadas de su gobierno en la consecución del bienestar de la Nación; igualmente, aquí el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles (1977), anunciaría la Reforma Política, que impulsaría la gradualidad democrática, la cual ha hecho posible lo mismo el pluripartidismo, que la construcción de órganos electorales imparciales y las transiciones en el poder presidencial en forma pacífica. Se dice fácil, pero la ruta ha sido compleja y siempre se ha encontrado, en razón de los entendimientos, la luz al final del túnel.
El Presidente López Obrador tiene todo el derecho de impulsar el cambio de régimen, de privilegiar a los más pobres y de asumir políticas públicas que no se desmadren por la corrupción ni la burocracia dorada. Arribó al poder con una plataforma que es consecuente con su manera de pensar. Por supuesto, las instituciones mexicanas no son como el café instantáneo; son resultado de un largo proceso de desarrollo político y social, transitando del régimen autoritario al plural, de la intolerancia a la aceptación de la crítica, del monopolio del poder a su distribución.
Hoy, nuestro país es muy distinto al del fin del siglo XX. Guerrero, sin embargo, parece ser una fotografía sepia, de esas que sacaban las abuelitas de sus álbumes con olor a cloroformo, para mostrar a nuestros ancestros en poses rituales capturados por el fugaz instante de un flashazo. Al parecer estamos mejor que antes, pues tenemos autopista de cuatro carriles, carreteras con pavimento, muchas universidades y tecnológicos, desarrollos urbanos impresionantes, pero la realidad es que seguimos mirándonos en la nostalgia de nuestras viejas imágenes. Pasa el tiempo y Guerrero no se mueve del tercer lugar de pobreza que ocupa en el país.
Por todo esto y más, me gusta la fotografía del Presidente López Obrador con la tigrada en Chilapa. Él dijo, cuándo candidato presidencial, las mismas palabras de Porfirio Díaz cuando Madero inició la Revolución, sólo que en la conjugación de tiempos verbales distintos. AMLO habló del riesgo de soltar al tigre; Porfirio Díaz de que el tigre estaba suelto y a ver que hacían con él.
La fotografía puede ser icónica. Tiene la plasticidad de una obra de arte, que el anónimo fotógrafo supo capturar en toda su dimensión. El Presidente está en un ambiente confortable rodeado de tigres, de jaguares cabezones, simpáticos a pesar de sus colmillos y de las expresiones feroces de las máscaras. El Presidente de la República es diestro en domar animales salvajes y Guerrero está lleno de ellos.
Los tigres del Sur están sueltos. Es de esperarse que la tigrada mantenga sus rituales y su magia para convencer al Presidente López Obrador de que, sin obras que impulsen condiciones que destraben el atraso, pueden mostrar su ferocidad como ha ocurrido muchas veces en el pasado.
De veras, me encanta esa imagen colorida.
 

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