EU elige entre cuatro años más Trump o el cambio con Biden

El presidente tiene complicada su reelección en un país polarizado en el que hay un temor real a un estallido de violencia política

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2 noviembre,2020 2:59 pm
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El presidente tiene complicada su reelección en un país polarizado en el que hay un temor real a un estallido de violencia política

Washington, DC, EU, 2 de noviembre de 2020. Los estadunidenses deberán decidir este 3 de noviembre si quieren otros cuatro años más de Donald Trump en la Casa Blanca y de un gobierno a golpe de mensajes en Twitter o por el contrario prefieren una vuelta a la política tradicional de la mano del demócrata Joe Biden.

Tanto los sondeos como los pronósticos de los expertos coinciden en que las opciones de que Trump sea reelegido son bastante reducidas, pero el magnate también partía en desventaja en 2016 frente a la demócrata Hillary Clinton y al final terminó alzándose con la victoria.

El complicado sistema electoral estadunidense, por el que los ciudadanos no votan directamente a su presidente sino que eligen a los integrantes del Colegio Electoral que a su vez votarán por el inquilino de la Casa Blanca, deja entreabierta la puerta a que el republicano pueda resultar reelegido pese a no obtener la mayoría del voto popular, como ya ocurrió en los pasados comicios.

Sin embargo, muy mal le tendría que ir a Biden para que esto ocurriera, o al menos eso es lo que consideran los expertos. A un día de la cita con las urnas, el portal especializado en elecciones FiveThirtyEight da como ganador a Biden en 89 de las 100 simulaciones distintas de resultados, frente a 10 para Trump, mientras que el pronóstico actual de Cook Political Report es que el demócrata tendría asegurados, con mayor o menor certeza, 290 votos en el Colegio Electoral.

De acuerdo con la media de sondeos a nivel nacional de Real Clear Politics, el exvicepresidente tiene una ventaja de 7.2 puntos sobre Trump, un dato a la baja que en los estados más disputados cae a 3.2 puntos. Este dato supone una ventaja mayor a la que tenía Clinton en la recta final en 2016, que era de 3.3 puntos.

Las elecciones, como ya viene siendo tradicional, se decidirán en un puñado de estados, los llamados swing states o “estados bisagra”, ya que no votan siempre por el mismo partido. En esta ocasión, la llave la tienen media docena de estados –Florida, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte y Arizona–. Si Trump quiere tener alguna opción, debería imponerse en varios de ellos, con Florida como el trofeo más preciado, ya que están en juego 29 votos en el Colegio Electoral, y Pensilvania como el estado que, según los expertos, podría inclinar la balanza.

Base electoral

Por lo que se refiere a la base electoral de ambos candidatos, está muy marcada. Biden cuenta con un firme apoyo entre mujeres, votantes negros y blancos con estudios universitarios, mientras que el principal respaldo para Trump lo constituyen los hombres blancos y los votantes blancos sin estudios superiores.

No obstante, aunque el presidente domina el apartado del electorado blanco, su ventaja con respecto a los 20 puntos que le sacó a Clinton en 2016 se ha reducido al mínimo. Además, Biden domina con claridad entre el electorado mayor de 65 años, pese a que hace cuatro años más de la mitad de este grupo votó por Trump.

El presidente también parece estar perdiendo tirón entre el electorado de las zonas rurales. Si en 2016 obtuvo una ventaja de 28 puntos sobre su rival demócrata, según sondeos a pie de urna, esta se habría reducido ahora hasta los 15 puntos.

La única noticia positiva para el mandatario es que el candidato demócrata no tiene tanto tirón entre el electorado hispano como Clinton, aunque también en este apartado Biden está por delante. Los votantes hispanos han ido ganando cada vez más peso y para estas elecciones su número por primera vez estará por encima del electorado afroamericano — el 13.5 por ciento y el 12.5 por ciento respectivamente, según Pew Research Center–.

Voto anticipado

Una de las peculiaridades de estas elecciones, y también una de las pruebas de la polarización imperante en el país, es la previsible participación récord, a tenor de los millones de estadunidenses que han votado por adelantado. Según US Election Project, hasta el domingo habían votado algo más de 94 millones de estadunidenses, incluidos casi 60 millones que lo han hecho por correo y 34 que han acudido a votar de forma anticipada. en estados como Texas, el voto adelantado ya ha superado al total de 2016.

El principal problema que plantea el voto por correo y el voto anticipado es el del recuento. En el caso del voto por correo, antes de computarlo es necesario procesarlo de forma adecuada y validarlo: solo en 32 estados es posible llevar a cabo este proceso desde una semana antes de la jornada electoral –y solo en algunos iniciar el recuento– si bien en otros habrá que esperar al 3 de noviembre para ello, lo que dado el elevado número de votos emitidos por esta vía demorará el resultado.

Además, en 23 estados, los votos por correo se cuentan aunque lleguen algunos días después y en algunos estados incluso se permite su envío hasta un día antes de la jornada electoral, lo que previsiblemente alargará aún más el proceso de recuento y, en casos de un resultado muy ajustado, podría impedir dirimir quién es claramente el ganador.

Una eventual demora en la proclamación del vencedor –como la vivida en 2000 cuando fue el Tribunal Supremo el que terminó dando la victoria a George W. Bush en Florida por 537 votos y con ello la mayoría en el Colegio Electoral– podría abrir una crisis sin precedentes en el país. Trump ha criticado por activa y por pasiva el sistema de voto por correo, advirtiendo de posibles fraudes, al tiempo que no ha cerrado la puerta a no reconocer el resultado si esto no es de su agrado.

Crisis política y posible estallido social

“Por primera vez, se suma una tercera y alarmante posibilidad a los dos escenarios que se derivan de toda elección presidencial: la no aceptación del resultado electoral por parte del presidente saliente y la consecuente crisis política y constitucional a la que deberá enfrentarse una potencia fracturada internamente y transformada en lo internacional”, subraya Pol Morillas, director del CIDOB.

Esto podría abrir una caja de Pandora en Estados Unidos puesto que la actual polarización del país, que Trump se ha encargado de alentar en estos cuatro años, hace temer un riesgo real de violencia política.

En los últimos meses la confluencia de la pandemia –cuyo alcance el presidente se encargó de minimizar y de la que no duda en responsabilizar a China– junto con una ola de protestas masivas en torno al movimiento Black Lives Matter han servido de caldo de cultivo perfecto para la proliferación y consolidación de grupos armados, en general de extrema-derecha.

Igualmente, en un país en el que la tenencia de armas es un derecho reconocido por la Constitución, el interés de los estadunidenses por armarse ha alcanzado cotas nunca vistas, con una cifra récord de solicitudes de antecedentes penales al FBI y con las estanterías de las tiendas de armas vacías y los fabricantes con problemas para cubrir el aumento de la demanda.

“Si se produce la violencia, lo cual parece probable, un desafío clave podría ser evitar que se convierta en cascada y lleve a la perdida de más vidas y a una mayor perturbación de una política tradicionalmente pacífica”, advierten los expertos Colin P. Clarke y Daniel L. Byman en un artículo para Brookings.

Desgraciadamente, subrayan, el principal “comodín” en esta situación es el propio Trump. “Él tiene el poder de reducir la amenaza o exacerbar la polarización”, inciden. “Igualmente importante, si estalla la violencia, el presidente debe condenarla firmemente, incluso si es el perdedor de las elecciones”, sostienen los dos expertos. “Sin embargo, su historial hasta ahora sugiere que podría empeorar las cosas, no mejorarlas”, remachan.

El Colegio Electoral, el sistema indirecto por el que se elige presidente en EU

-En caso de empate, la Cámara de Representantes elegiría al presidente y el Senado al vicepresidente

En Estados Unidos, al contrario de lo que ocurre en la inmensa mayoría de las democracias del mundo, no son sus ciudadanos quienes eligen al presidente sino que lo que estos deciden el 3 de noviembre es a la persona que votará en su nombre al inquilino de la Casa Blanca en virtud de un sistema ideado por los ‘padres fundadores’ del país y recogido por la Constitución.

En concreto, lo que eligen son los 538 compromisarios que integran el Colegio Electoral. Este número se corresponde con los 435 miembros de la Cámara de Representantes, los 100 miembros del Senado y los tres delegados del Distrito de Columbia.

El total se reparte entre los 50 estados y el Distrito de Columbia en base a su población, según el censo. Cada estado cuenta con su propio sistema para elegir a los miembros del Colegio Electoral, si bien en general suelen ser miembros del comité estatal de cada partido ganador. En ningún caso pueden ser altos funcionarios de la administración pública o miembros del Congreso o el Gobierno.

Cada uno de los compromisarios emite un voto electoral que debe ser para el candidato más votado en el estado, salvo en el caso de Nebraska y Maine, donde el voto electoral se distribuye en función del porcentaje de votos obtenidos por los candidatos.

Tras la votación, el presidente de cada estado debe emitir un certificado en el que se declara el candidato vencedor y se incluyen los nombres de los compromisarios que le representarán en el Colegio Electoral, y remitirlo al Congreso y a los Archivos de la Nación para que quede en el registro oficial.

La reunión del Colegio Electoral se celebra el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, es decir, en esta ocasión será el 14 de diciembre. En realidad, los compromisarios no se reúnen físicamente en un mismo lugar sino que lo hacen en sus respectivos estados y depositan sus votos por separado para el presidente y el vicepresidente.

Estos votos son remitidos de forma inmediata, en distintas copias, al presidente del Senado –y vicepresidente del país–, siendo este documento el que se procederá a contar posteriormente, así como a los Archivos Nacionales y a un juez de distrito, entre otros, con el fin de que si alguno de los votos se pierde puede haber una copia.

Finalmente, los votos electorales son contados en una sesión conjunta del Congreso el 6 de enero y presidida por el vicepresidente del país. Será este, en esta ocasión Mike Pence, el encargado de anunciar quién ha sido elegido presidente y vicepresidente de Estados Unidos. El elegido prestará juramento de su cargo el 20 de enero.

¿Quiénes son los compromisarios?

La Constitución no especifica ningún procedimiento para su elección, pero en general suelen ser personas designadas por la convención del partido a nivel estatal o por su comité estatal. Normalmente, son personas consideradas leales al partido, incluidos sus dirigentes y cargos electos. De hecho, en algunos estados su nombre aparece en las papeletas junto a los del candidato a presidente y vicepresidente.

Se sobreentiende que dichos compromisarios deben votar por el candidato de su partido, pero esto no siempre ha sido así. En varias ocasiones ha habido un elector desleal, como fue el caso en 1948, 1956, 1960, 1968, 1972, 1976 y 1988, mientras que en 2000 hubo un voto en blanco. En 2016, hubo siete compromisarios que se desmarcaron en la votación por el presidente y seis que lo hicieron en la del vicepresidente.

En el caso de los primeros, se trató de cinco demócratas y dos republicanos. Tres compromisarios demócratas de Washington votaron por el republicano Colin Powell, en lugar de por Hillary Clinton, otro de este mismo estado lo hizo por una mujer miembro de los yankton sioux, y otro de Haiwai se decantó por Bernie Sanders. Del lado republicano, un representante de Texas votó por John Kasich y otro lo hizo por el libertario Ron Paul, en lugar de por Donald Trump.

La cifra mágica de los 270 compromisarios 

Para ser elegido presidente son necesarios al menos los votos favorables de 270 compromisarios. Cabe la posibilidad de que ninguno de los dos candidatos consiga la mayoría de los votos, por lo que debería ser el Congreso el que elegiría al presidente y el vicepresidente.

La Cámara de Representantes elegiría al presidente de entre los tres candidatos más votados en una votación en la que cada delegación estatal tiene derecho a un voto, mientras que el Senado elegiría al vicepresidente.

Esta situación se ha producido hasta ahora en solo dos ocasiones y ambas fueron en los primeros años de la historia del país. En 1801 Thomas Jefferson y Aaron Burr recibieron el mismo número de votos electorales –aunque Burr concurría como vicepresidente de acuerdo al sistema de la época– y fueron necesarias 36 votaciones hasta que el Congreso eligió al primero.

En 1825 John Quincy Adams y Andrew Jackson tampoco consiguieron la mayoría de los votos electorales. Finalmente, la Cámara de Representantes eligió a Adams presidente pese a que Jackson había recibido más votos populares.

Voto popular vs. compromisarios

Precisamente esa es una de las paradojas de las elecciones estadunidenses. Un candidato puede recibir más votos de los ciudadanos pero no ser elegido presidente por tener menos electores. Esta circunstancia se ha producido en otras cuatro ocasiones, además de en 1825.

En 1876 Rutherford B. Hayes obtuvo el apoyo casi unánime de los estados pequeños y resultó elegido presidente a pesar de que Samuel J. Tilden obtuvo 264.000 votos más que él. En 1888 Benjamin Harrison se impuso frente a su rival Grover Cleveland, que tuvo más votos.

Ya en 2000, el candidato republicano George W. Bush fue elegido con 271 votos electorales después de se le adjudicaran los compromisarios de Florida –por solo 573 votos– tras la impugnación del resultado y un nuevo recuento pese a que Al Gore había logrado casi 450.000 votos populares más en todo el país.

El caso más reciente ha sido el del propio Donald Trump, quien en 2016 obtuvo menos votos que su rival demócrata, Hillary Clinton, pero acabó beneficiándose de este sistema de elección indirecto. El republicano se alzó con el 46,15% de los votos frente al 48,17% de la antigua secretaria de Estado.

Texto: Europa Press

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