Siri Hustvedt: la falsa frivolidad

Adán Ramírez Serret   “Las comedias acaban en matrimonio, las tragedias en muerte”, es una de las reflexiones que hace Mia, la narradora y personaje principal de la...

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12 marzo,2021 5:23 am
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Adán Ramírez Serret

 

“Las comedias acaban en matrimonio, las tragedias en muerte”, es una de las reflexiones que hace Mia, la narradora y personaje principal de la novela El verano sin hombres de la escritora Siri Hustvedt (Minnesota, 1955).

Es una reflexión no sólo sobre literatura, es también una actitud ante la vida, una posición, me parece, porque El verano sin hombres arranca en el momento en que el esposo de Mia, luego de treinta años de matrimonio, le pide hacer una pausa; una pausa en la que, luego descubre, tiene veinte años menos que ella y un busto generoso. Apenas se entera de esta noticia, tiene un profundo colapso nervioso que la manda a un hospital siquiátrico.

Al ser dada de alta, a Mia se le ocurre continuar la idea de su esposo, y hacer ella misma una pausa en su vida; no andar con un varón veinte años menor, sino dejar de lado durante unos meses su vida académica en Columbia, salirse de la Gran Ciudad, para volver al pueblo de su infancia, Bonden, en donde vive su mamá.

Así que allí está, en el pequeño pueblito en donde vive su madre, ahora viuda y rodeada de otras mujeres –sólo de mujeres–; algunas más ancianas aún, otras contemporáneas, jóvenes, bebés, incluso, un grupo de adolescentes a las que Mia dará un curso de poesía para hacer menos largas las horas. Mia, una poeta con un premio de poesía y académica de Columbia, dará clases sobre creación poética a unas jóvenes que saben poco o nada de literatura.

Usualmente, se dice en el medio literario, lo mejor de una novela es quién la cuenta y desde dónde lo hace. El verano sin hombres está contada, como ya se dijo, por una mujer con un doctorado en literatura, que a su vez escribe poesía. Así que su mundo, las personas con las que convive, siempre están siendo comparadas con poemas, ideas filosóficas y tramas de alguna novela u obra de teatro. Es decir, la novela está contada por una persona encantadora.

La novela es muy inteligente y está llena de sorpresas, pues a pesar de tener un inicio bastante melodramático –que la narradora no lo toma a broma, sino con sabiduría que después se transforma en humor– se convierte en cierta libertad para reflexionar sobre las relaciones entre hombres y mujeres. ¿Odio a mi esposo, que me dejó? ¿Debo recordar lo bueno o lo malo? ¿Son los hombres inferiores a las mujeres?

Mia, cuyos anagramas pueden ser I am (yo soy) o aim (objetivo), cae a este pueblo, que en verdad es una pausa de los varones. Un mundo de puras mujeres de todas las edades, en donde tiene la oportunidad de recuperar el rumbo perdido.

Se propone comenzar un diario en donde aparezcan sus primeras experiencias eróticas, pero se cansa rápido. Lo que sucede y la llena de sorpresa, es ir descubriendo a las mujeres de las que está rodeada. Una amiga de su mamá, por ejemplo, que aparentemente sólo se ha dedicado a bordar, pero en una de las visitas que hace a esta mujer, descubre que los tejidos que ha hecho a lo largo de su vida contienen secretos, pequeñas miniaturas escondidas que al verlas con atención, son figuras eróticas y fantásticas.

Un verano sin hombres se transforma cada vez más en una comedia, pero en una bastante singular, a lo Jane Austen, pues Siri Hustvedt pertenece a la familia de escritoras con la capacidad de reflexionar profundamente sobre una idea, de hacer un zoom profundo al mecanismo del cerebro cuando recuerda una escena de su vida, y elucida con detenimiento el odio y la nostalgia que vienen de allí; también tiene el talento –placenterísimo para el lector– de narrar escenas baladíes, diálogos comunes que se van cargando cada vez más de veneno.

Siri Hustvedt escribe una de esas novelas cada vez más raras, muy al siglo XIX, de contar historias agridulces, que son frívolas y muy profundas a la vez.

Siri Hustvedt, El verano sin hombres, Ciudad de México, Seix Barral, 2020. 222 páginas.

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