Veraneantes de una atmósfera londinense

Federico Vite   Probablemente a usted le interese saber en qué momento inició eso que llaman el cuento moderno. Tomando en cuenta la opinión de muchos escritores, académicos...

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29 junio,2021 5:21 am
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Federico Vite

 

Probablemente a usted le interese saber en qué momento inició eso que llaman el cuento moderno. Tomando en cuenta la opinión de muchos escritores, académicos y especialistas en la narración breve (desde el argentino Enrique Anderson Imbert hasta el pedante erudito norteamericano Harold Bloom), se concluye que el cuento moderno inicia con los siguientes autores: Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue (1841); James Joyce, con Dublineses (1914); Sherwood Anderson con Winesburg, Ohio (1919) y Katherine Mansfield con  En un balneario alemán (1911). Es decir, después de esta breve enumeración de obra y de autores, se infiere que tenemos más o menos 179 años de cuento. Un género que antaño fue muy apapachado por publicaciones periódicas y especializadas; desgraciadamente, ahora se publican menos libros de cuento en sellos transnacionales, pero como usted ya sabe, eso es lo de menos, finalmente el cuento seguirá vivo y saludable. Justo por esta certeza, porque la vida del cuento es larga, me parece valioso tomar en cuenta lo señalado por la escritora estadounidense Edith Wharton en un libro breve titulado Cómo contar un relato. Ella fue la primera mujer que obtuvo el premio Pulitzer, en 1921, con la novela La edad de la inocencia (1920). Hace cien años, su novela rompió esquemas. Sus reflexiones en torno al oficio del escritor siguen vigentes.

Cómo contar un relato (traducción de Abel Vidal. España, Centella, 79 páginas) fue publicado originalmente en la revista Scribner’s Magazine en 1925. Wharton, aparte de recetar menos ego y más trabajo a los fieles seguidores de la literatura francesa del siglo XIX (toma mayor vigencia esa aseveración, menos ego y más trabajo, porque después de Guy de Maupassant, por ejemplo, no hay nada nuevo bajo el sol. Ella vio venir esta crisis desde hace 94 años; así que sugiero enfatizar esa insistencia: menos ego y más trabajo), pone la mira en los siguientes aspectos esenciales, útiles para quienes escriben sobre el terror, el miedo y sus derivas; en este caso, los fantasmas.

Primero atendamos lo que tiene que decir Wharton sobre la verosimilitud: “La inverosimilitud en sí misma, pues, no es nunca un peligro, pero sí que lo es la apariencia de verosimilitud; a menos que el cuento se base en lo que he llamado condiciones psicológicas –condiciones corporales o mentales fuera del campo de la experiencia normal–. Pero este término, claro está, no se aplica a estados mentales heredados de una fase anterior de la cultura o de la raza, como la creencia en fantasmas. Nadie con una chispa de imaginación ha rechazado nunca por “inverosímil” una historia de fantasmas”.

Recomienda afinar el tono de la verosimilitud en la ficción fantástica; sobre todo, porque eso permite atender el siguiente aspecto: “Cuando se ha ganado la confianza del lector, la norma siguiente es evitar distraer y fragmentar su atención. Muchos supuestos relatos resultan inocuos a causa de la multiplicación y variedad de sus horrores. Sobre todo, si se multiplican, deben acumularse y no dispersarse. Una vez expuesto el horror preliminar, la insistencia en tocar la misma cuerda –el mismo nervio– es lo que causa el efecto. La repetición tranquila es un tormento mayor que los asaltos diversificados”.

Wharton expone, quizá como el mayor logro del escritor que escribe sobre fantasmas, el caso de Henry James. “En Otra vuelta de tuerca –caso único entre los relatos de tema sobrenatural porque mantiene el carácter fantasmal de sus fantasmas no a lo largo de una docena de páginas, sino de casi doscientas– la economía del horror es llevada al grado más alto. ¿Qué se le hace esperar al lector? Siempre –a lo largo de todo el libro–, que en algún lugar de aquella casa silenciosa y maldita, la pobre aya se topará con una de las dos figuras del mal a las que disputa las almas de los niños que están a su cargo. Será o bien Peter Quint, o bien el “horror de los horrores”, Miss Jessel; nunca se intenta ni se espera en ninguna distracción de este terror único. Es cierto que el relato tiene una solidez que le viene dada por su profunda y espantosa significancia moral; pero la mayoría de los lectores reconocerán que, mucho antes de ser conscientes de ello, el miedo, el simple miedo animal, les tiene agarrados por la garganta; lo cual, al fin y al cabo, es lo que buscan los escritores de cuentos de fantasmas”.

Con cierta recurrencia se vuelve a la novela más conocida de James; incluso para exponer temas que le conciernen técnicamente al cuento, pero las palabras de Wharton nos recuerdan que la destreza técnica es de vital importancia para el desarrollo de un tema, no solo para encarar la escritura de relatos fantasmagóricos sino para no dispersar el cauce narrativo de un libro. ¿Por qué? Bueno, bueno, esa respuesta también la tiene Edith: “El aspecto de la densidad e instantaneidad buscado en el cuento se consigue principalmente por la observancia de dos ‘unidades’ –la vieja unidad de tiempo tradicional y la otra, más moderna y compleja, que requiere que todo episodio representado rápidamente sea visto a través de un único par de ojos”. Para comprender mejor la idea de cuento moderno de Wharton (la cual varía un poco a la expuesta por Ricardo Piglia; tesis sumamente comentada en este espacio), se debe pensar que nada retrasa más el relato que la torpeza o la impericia. Es decir, la falta de claridad en el desarrollo del tema y la impericia de la técnica hacen que los personajes del cuento pierdan su vitalidad dramática. Ergo: un buen cuento pervive gracias a la presentación de los hechos; pervive enteramente por la manera en la que se expone la situación narrada. Justo por eso, la situación y la forma en la que se expone, Wharton habla de esa unidad de tiempo tradicional (los hechos) y esa mirada novedosa que requiere, para ser representada rápidamente, un único par de ojos (la voz narrativa). Estos razonamientos nos llevan al viejo manantial de la sabiduría, donde los autores en mayúsculas recomiendan, igual que Wharton, ser elegantes; es decir, usar lo justo, lo necesario para contar una historia. Se refieren a la economía de recursos para condensar la atención del lector. Desde hace 95 años, Wharton recomienda ganar la confianza del lector y condensar esa atención agilizando (me gusta la idea del pulido y el encerado) las acciones del relato con una voz narrativa genuina.

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