Pioneros

  Anituy Rebolledo Ayerdi   (Primera de seis partes)   Acapulco y sus cocteles     Félix Martell Ramírez fue un popular cantinero de Acapulco a quien conocimos,...

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20 enero,2022 5:02 am
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Anituy Rebolledo Ayerdi

 

(Primera de seis partes)

 

Acapulco y sus cocteles

 

 

Félix Martell Ramírez fue un popular cantinero de Acapulco a quien conocimos, necesariamente, detrás de una barra; tantos y tan frecuentes encuentros que nos permitieron construir una sólida amistad. Un día de 1994 llega hasta nosotros para obsequiarnos un libro de su autoría titulado Acapulco y sus cocteles. Un texto sencillo en el que da cuenta de las mil y una formas de enmascarar el alcohol, entonces preferidas por el turismo internacional, muchas por cierto con nombres locales. Un trabajo dedicado “ a sus hermanos del ramo hotelero-gastronómico” destacando, a manera de homenaje, el recuerdo de los pioneros de la industria turística

 El prólogo de Acapulco y sus cocteles es de Celerino Peláez Ramos, ex dirigente de la Sección 20 de Trabajadores de Hoteles y síndico procurador en la Comuna del alcalde Febronio Díaz Figueroa:

“Juventud, audacia y mucho estudio permitirán a Félix Martelll ocupar un lugar privilegiado en los mejores lugares de diversión aquellos ayeres acapulqueños: La Bocana y Cantamar (Las Américas); Bum Bum (Beto Barney); Playa Suave (Manolo Pano); El Sombrero ( Vicente Martín); Flamingos (Fito Santiago); Tropicana, Copacabana, Focolare (hotel El Presidente); Kasbah (centro nocturno donde canta por primera vez el bajista del grupo musical llamado José José); Cocotal, Rebozo (Roberto Garnet); Akutiki (conde Rossi); Tequila Go Go (Tedy Stauffer); Pantera Rosa (Poncho Valverde) y Le Dome (Enrique Molina-Oscar Bustos). Nostálgicos: abstenerse de moquear o cortarse las venas.

Resalta Peláez Ramos en su presentación que Martell tiene mucho de que enorgullecerse en el magisterio de su oficio. Cuatro generaciones de jóvenes egresados del Centro de Capacitación del IMSS, dirigido por él, aportaron a la industria turística material humano altamente preparado para orgullo de Acapulco”.

Pasado el tiempo, un día cualquiera nos sorprende un telefonema de Félix. Nos cuenta que él, que caminaba varios kilómetros en torno a su barra cantinera, está hoy atornillado a una silla de ruedas. “¡Los años no pasan en balde, hermano”, me dice yendo al grano sobre su llamada. Se trata de algo tan sencillo como dar cabida en esta Contraportada de El Sur a sus recuerdos en torno a los Pioneros de la industria. Para ejemplo, dice, de las nuevas generaciones y como un merecido homenaje para los héroes de aquellas batallas que ubicaron a Acapulco ante los ojos del mundo. ¿Qué te parece hablar del hotel de Las Américas donde muchísimos nos iniciamos?.

La propuesta no será huérfana. Vendrá acompañada con varis entregas de cuartillas manuscritas por él mismo, conteniendo la nómina de buena parte del personal de aquella hospedería. Un ejercicio de memorización notable, sin duda. Jóvenes acapulqueños, hombres y mujeres, que con Martell compartieron el orgullo enorme de impulsar desde sus humildes trincheras el despegue internacional de Acapulco.

Las cifras sobre el fenómeno turístico no eran entonces formuladas a modo para engañar a quien se dejara engañar. Respondían a la realidad inobjetable de que la presencia extranjera en el puerto alcanzaba rangos insospechados. Cerrados por la Gran Guerra todos los balnearios de Europa, el Caribe y Asia, Acapulco será la única opción segura y más apetecible por sus bellezas y aguas templadas. Pero sobre todo por la cálida hospitalidad de su gente. –¡Ay, años que ya jamás volverán!–, suspiraba profundo nuestro hombre.

 

La península de Las Playas

                                                                                         

La urbanización de la península de Las Playas fue ejecutada entre 1942 y 1943 por dos fraccionadores extranjeros, el gringo Albert Pullen y el germano Wolfgang Schoemborn, quien por la guerra ha abandonado sus negocios inmobiliarios en Hawai. Uno y otro representaban intereses no confesados, por lo menos públicamente, no escapando por ello a la sospecha de practicar el juego de los nombres prestados, tan jugoso en todos los tiempos acapulqueños.

 

Comonfort vs Santa Anna

 

Incluidos en aquél virginal y jugoso mercado inmobiliario estarán los bienes adquiridos en el Siglo XVIII por el general Ignacio Comonfort, desempeñándose aquí como administrador de la Aduana Marítima en el gobierno de Antonio López de Santa Anna. Bienes heredados por su hija Adela Comonfort de Oliver, la que debió en su momento acreditar la adquisición legal de los mismos.

Hombre inteligente y de ideas avanzadas, el militar de Amozoc, Puebla, simpatiza aquí con el movimiento liberal encabezado por el general Juan Álvarez, razón por la que es cesado inmediatamente de su encargo aduanal. Así, muy pronto estará en la hacienda de La Providencia metiéndole pluma a un documento sin pies ni cabeza que demanda la salida del dictador Santa Anna. Una vez que le ha dado forma al plan este será proclamado en Ayutla por estar acantonadas en esta población la única fuerza militar afín al movimiento, al mando del general Florencio Villareal.

Encabronadísimo, fuera de sí, Su Alteza Serenísima, ordena el enjuiciamiento de Comonfort bajo el cargo de peculado y sin más se pone al frente de su ejército para desplazarse hasta Acapulco. Quiere despedazar con sus propias manos al “inmundo follón” y aniquilar a los conjurados de La Providencia. Una vez en el puerto, el “pata de palo”, como era llamado el dictador. sufrirá un ataque de rabia al saber que Comonfort está al mando del fuerte de San Diego. Fortaleza inexpugnable que no podrá tomar por más que lo intente. Gallero de corazón, Santa Anna encontrará alivio en el palenque de La Sabana donde amarrará personalmente a uno de sus gallos filipinos.

El resto es historia conocida. Al triunfo del Plan de Ayutla, Alvarez asume la presidencia de la República nombrando a Comonfort su secretario de Guerra quien, más tarde, relevará a don Juan como mandatario del país.

La adquisición de bienes por parte de Don Nachito –como era conocido en el mesón de las “Mamitas” González, frente al viejo palacio municipal– datan del tiempo de su desempeño como administrador aduanal. Estuvieron entre ellos una casa comprada a Don Florencio Dimayuga y una huerta de cocoteros de Doña Josefa Galeana. ¡Un demonial de varas! (la vara era lo que es hoy el metro y medía 82 centímetros) Por eso se habla de “con la vara que mides….”.

 

Selvas y jaguares

 

Quienes si tuvieron una clara visión de lo que sería Acapulco en un futuro cercano fueron los fraccionadores. Hicieron lo suyo aún en contra del rechazo general cuando ofrezcan hogares en lugares selváticos como Las Playas y agrestes como La Quebrada. (A Carlos Barnard, creador del hotel El Mirador, le llamaron “el loco del burro” cuando bajaba al mercado montando un pollino). Sitios que no escapaban a las leyendas urbanas sobre la existencia de animales depredadores –quizás jaguares–, aunque también se hablaba sin recato de tigres y leopardos.

Don Enrique Lobato Cárdenas repite como alcalde de Acapulco en 1944 (lo había sido en 1922), un joven en cuya lealtad y valor confió ciegamente su maestro Juan R. Escudero y no se equivocó. Convertido mucho más tarde en un excelente maestro orfebre, don Enrique narraba experiencias poco gratas cuando pretendió ser generoso con sus amigos.

–¿Por qué no te buscas un terrenito rumbo a La Quebrada para que ahí levantes tu casita? Te lo ofrezco en donación porque me lo faculta la ley de colonización, es derecho.

–¡Ora sí que estás pero si bien pendejo, Enrique!, era la respuesta. . ¿Qué me ves cara y pezuñas de chivo para andar yo saltando en semejantes peñascales?

–¡Bueno, pues, ahí está la península de Las Playas!, insistía el alcalde.

–¡No me mantengas, cabrón! ¿Que quieres que en esa jungla tan peligrosa me almuerce un tigre o un jaguar? ¡Ya ni la chingas Quique con tus ofrecimientos!

 

El Hotel de las Américas

 

Casi en la punta de la península de Las Playas, el Hotel de las Américas fue construido en 1944 por el ingeniero Mariano Palacios, quien cinco años más tarde levantará el edificio Oviedo, en el centro citadino. Uno y otro responderán al estilo neocolonial adoptado como “la arquitectura de la Revolución”. O la vuelta al pasado remoto con tal de borrar el afrancesado presente porfirista.

Palacios usó piedra del lugar, tabique, techumbre con vigas, “bóveda catalana” (petatillo) y piso de laja. La solución será una crujía horizontal con 42 habitaciones y 132 bungalows escalonados, cada uno con su recámara, baño y terraza porticada. El conjunto estará envuelto por la prodigiosa naturaleza acapulqueña de palmeras, bugambilias, flamboyanes, aves del paraíso y muchas plantas más.

La primera alberca de Acapulco será construida en ese mismo escenario y año. La firmará el arquitecto estadunidense Ted Crawford.

 

El Bar

 

Nuestro corresponsal Martell enlistó a sus compañeros de Bar: Manuel Galeana González, Bernabé Galeana, Javier Galeana, Alberto Rodríguez, Félix Reséndiz Mendoza, Isidro Alcaraz Nava, Jesús Meza Castro, José Quiñones, Ignacio Arista, Frumencio Cisneros, Manuel Olea Ramos, Gregorio Torres y Manuel Ávila González.

 

El Búho

 

Este último, Manuel Ávila González, yucateco, amigo sin dobleces, saltó de la cantina de Las Américas al periodismo, un quehacer del que hará oficio de vida. Su contacto frecuente con personajes públicos, preferentemente del espectáculo, le dará material exclusivo para hacer de su columna De Noche, una de las más leídas del diario Trópico. Se firmaba como El Búho y así lo llamarán sus amigos.

Pero Manuel irá más lejos. Haciendo efectiva la conseja de que todo cantinero es un sacerdote y la barra su confesionario, obtendrá revelaciones íntimas de aquella gente mundana y frívola. Revelaciones que eran alimento, como hoy, de miles de lectores y escuchas morbosos. El Búho será entonces llamado por la prensa grande de la capital del país.

 

Turnos al bar

 

En sus turnos al bar, tanto Ávila como Félix Martel sirvieron copas a las actrices y actores más celebrados de Jólibut. Allá estuvieron, frente a ellos algunos monstruos sagrados de la Meca del Cine, platicadores, sin poses ni presunciones y sin faltar, por supuesto, los borrachos sanababiches. Entre otros: Elizabeth Taylor con Richard Burton, “siempre a la greña”; Erroll Flynn, lamentando el decomiso de su yate Sirocco (nombre que endosará a su cuate Apolonio Castillo, para su escuela de buceo y más tarde restaurante con Manolo Portilla); Richard Widmark, “siempre sonriendo, quizás de sus propias maldades”; Roy Rogers, “una suerte de Tony Aguilar pero pecoso”; Cary Grant, “conocido como El Cebollón porque a todas las dejaba llorando; Red Skelton, un comediante que más bien era payaso; Gloria Swanson, “su majestad la reina vamp del cine mudo”. Y más.

 

La Inauguración

 

Según nuestro corresponsal, el inmueble del Hotel de las Américas pertenecía a un señor llamado Anacleto Martínez. Este lo rentará a los hermanos Albert, Bill y Don Pullen, empresarios estadunidenses que lo convertirán en la hospedería más lujosa de los años 40. Los Pullen, como ya se vio aquí mismo, fueron los fraccionadores de la península de Las Playas, junto con el alemán Schoemborn.

El Hotel de las Américas se inaugura en diciembre de 1944. El hispano Obdulio Fernández Zamudio está al frente de la hospedería, acompañado por un grupo de jóvenes con experiencia hotelera lograda en el exterior y aquí mismo. Son ellos : Esteban Escobedo, Daniel Díaz de Cosío, Carlos Brachtl, Alberto Lozano, Charles Bowers, Benito Andión, José Guillyt, Loreto Domínguez y José González Miravalles.

El establecimiento estará aquél día lleno a reventar. Ocupadas sus 49 habitaciones básicamente por invitados locales y extranjeros. Entre ellos figuran autoridades y personalidades del ramo turístico, además de periodistas.

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