Salman Rushdie y el sentido del humor que salva al mundo

Adán Ramírez Serret   El pasado jueves 11 de agosto, Salman Rushdie (Bombay, 1947) fue atacado en un pequeño poblado de Nueva York. Un hombre de veintipocos años...

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19 agosto,2022 5:21 am
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Adán Ramírez Serret

 

El pasado jueves 11 de agosto, Salman Rushdie (Bombay, 1947) fue atacado en un pequeño poblado de Nueva York. Un hombre de veintipocos años se abalanzó sobre él poco antes que impartiera una charla. El autor de origen indio y nacionalidad británica fue herido de gravedad en el hígado, en el cuello y en un ojo.

En un principio lo mantuvieron vivo con respirador y, días después, se lo retiraron y, según publicó su hijo en un comunicado en Twitter, pudo decir unas palabras. En la misma carta publicada en redes sociales, su hijo Zafar –a quien está dedicada la segunda y maravillosa novela de Rushdie, Hijos de la medianoche– contó que su padre dentro de lo poco que dijo demostró que mantiene intacto su sentido del humor.

Entonces, pensé que Los versos satánicos son precisamente un juego, una broma. Un claro ejercicio de la ficción como pueden serlo El evangelio según Jesucristo de José Saramago o La última tentación de Cristo de Nikos Kazantzakis. Estas dos últimas son obras que no son precisamente humorísticas, pero es importante recordar aquella declaración de James Joyce en donde juró que no había escrito ni una línea en serio de su Ulises.

Los versos satánicos sí contienen mucho humor, pues interpretan de manera lúdica el Corán, el ángel Gibreel (Gabriel quien para el Islam es el ángel de la revelación, ya que Dios mismo reveló el Corán al profeta Mahoma a través de él), entonces, Rushdie decide jugar con la idea y ver a estos dos personajes como personas que son incapaces de distinguir entre la realidad y el sueño. En un principio no hay nada de grave en esto, sin embargo, en el fanatismo no hay humor. Y mucho menos si este se rige desde el Estado iraní en 1989 como fue el caso del ayatolá Jomeini quien le declaró la fetua y puso el equivalente a 4 millones de dólares a la cabeza de Rushdie y condenó también a todos quienes se vieran involucrados en la publicación de la novela. Gracias a lo cual fue asesinado el traductor de la novela de Rushdie al japonés y el traductor al italiano sufrió un atentado.

En cuanto a la edición al español de Los versos satánicos hay una muy buena historia, pues más de 15 editoriales españolas se pusieron de acuerdo para publicar la obra entre todos. Así fue publicada por muchos y no sólo por uno y el traductor firmó la obra con un seudónimo.

Desde que se le puso precio a la muerte de Rushdie, este vivió escoltado por agentes del gobierno británico e incluso tomó otro nombre, viviendo en la penumbra y en la clandestinidad hasta que hace unos años decidió volver a tomar su nombre y retomar su vida pública. Decidió vivir en libertad pues el ayatolá ya está muerto. Por lo cual es a la vez doblemente doloroso que lo hayan atacado luego de una peripecia tan larga, y fue deslumbrante que Rushdie fuera tan congruente al despertar con humor.

Porque fue por el humor que lo condenaron, podemos pensar un par de novelas como La broma de Milan Kundera en donde un hombre es condenado por decir que la revolución es el opio del pueblo; o en Sumisión de Michel Houellebecq que fue reseñada en Charly Hebdo con una broma hacia Mahoma gracias a la cual unos fanáticos asesinaron a miembros de la redacción de la revista.

También es congruente la más reciente novela de Rushdie, Quijote, pues nos recuerda que la novela –quizá la modernidad– nació con una broma. Con la historia de un hombre que tenía problemas para distinguir la realidad de la ficción.

Y lo apasionante de las novelas es que al poner en entredicho la realidad, la transforman, la dan profundidad y la construyen desde un sentido crítico. Es decir, gracioso.

Así, incluso antes del atentado, Rushdie hace un homenaje al humor, al Quijote y también a la libertad de expresión, porque quizá el acto más escandaloso, más violento de la libertad, es reír.

Salman Rushdie, Quijote, Ciudad de México, Planeta, 2020. 527 páginas.

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