Representan con entrega y fe el Viacrucis en El Treinta

Ante unas 2 mil 500 personas se llevó a cabo la escenificación en la que participaron más de 100 actores

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31 marzo,2018 5:55 am
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Texto: Óscar Ricardo Muñoz Cano / Foto: Jesús Trigo
Acapulco, Guerrero. Al menos unas 2 mil 500 personas se reunieron ayer en el poblado de El Treinta para llevar a cabo una edición más de uno de los viacrucis más añejos del país y cuya tradición se remonta a la segunda mitad del siglo pasado.
Poco después de las 2 de la tarde inició el suplicio de Jesús de Nazaret, interpretado por primera vez por José Manuel Torres Reyes, un joven alto, delgado y de tez clara que en entrevista antes de iniciar se dijo y se mostró contento por la oportunidad.
“Es la primera vez que represento este papel, aunque ya anteriormente había participado en el Viacrucis, y fue una preparación de cinco meses atrás, física, mental y espiritual”, aseguró.
Al preguntarle por su decisión de participar, comentó que “es un papel hermoso”, y destacó su emoción por ver a las personas que se dieron cita bajo un sol que pegó a plomo durante las más de dos horas que duró la escenificación.
Creo que es motivante para seguir con esta representación, añadió, al tiempo que no vio con malos ojos que esta actividad, esta representación de la Semana Santa, fuera calificada como Patrimonio Cultural Intangible, pues reveló es un trabajo de más de 100 personas y mucha producción.
Poco antes de que iniciara su actuación, resaltó que “esto es real; sí, es una actuación pero se hace con mucha fe”.
Así, es como entonces que ya convertido en Jesús se presentó en la plaza de toros de El Treinta convertida en las ciudades bíblicas de Judea y Galilea a someterse al suplicio tradicional ante la mirada de miles de personas que desde horas antes apartaron su lugar.
Ello, a pesar del sol, del polvo y hasta de la misma gente que tapaba la vista con sus sombrillas desconociendo que estar ahí, en ese lugar, debe ser una especie de manda compartida de manera colectiva.
La lavada de manos de Poncio Pilatos, los sueños de su esposa Claudia, Caifás y los sumos sacerdotes y hasta el baile de Salomé con la cabeza de Juan el Bautista (que por supuesto llamó la atención), algunas de las escenas ya tradicionales representadas.
No obstante, el clímax inició cuando Jesús recibió su sentencia de muerte y el rechazo del pueblo que primero lo recibió con los brazos abiertos; llegaron los primeros castigos, azotes, vejaciones que de inmediato lo tumbaron sobre el escenario, entre el silencio del público y los primeros soldados romanos insolados (al final fueron cinco según Protección Civil estatal) y que atendieron de inmediato las autoridades.
Tras ello y en medio de puestos de picaditas, tamales, aguas y cervezas, muchas cervezas, entre gritos del vendedor de paletas y de gorras, un ya maltrecho Jesús avanzó hacia su calvario, cargando la cruz de entre unos 100 ó 120 kilos de peso; tumbos por acá y por allá, las calles se le hicieron estrechas y muy largas, respira, le dicen, traspira, le notan.
A pesar de su delgadez soportó bien el castigo; una y otra y otras las caídas se acumularon al igual que el cansancio y el sudor que pegó el polvo a la piel haciendo más pesado el camino ahora ya no en las calles del pueblo sino sobre la carretera federal, y después ahora sí, rumbo al Monte Calvario.
Ya con ayuda, Jesús avanzó y apenas le hizo caso a Judas que a unos metros se ahorcó luego de haberlo traicionado; su mente seguro estaba en el hecho de que al llegar al final, luego de una subida de más de 500 metros, sería colocado en una cruz, en lo alto del cerro.
“Pueblo mío qué te hecho si prediqué la verdad (…) has preparado una cruz para tu salvador; yo te ensalcé con grandes  virtudes y tú me abofeteaste”, dijo con dificultad.
Padre mío qué te he hecho, exclamó de inmediato para continuar en contra del pueblo; “te alimenté de maná en el desierto y tú me colgaste en el patíbulo de la cruz… Pueblo mío, qué más debía hacer por ti de lo que hice”.
Jadeos y luego silencio; los fotógrafos que querían su imagen, los curiosos su selfie y los romanos que se peleaban las ropas de un moribundo Jesús que sufría todavía más vejaciones.
Luego unas palabras, las últimas, “padre en tus manos encomiendo mi alma”, y ante el asombro general a pesar de que cada año ocurre desde hace más de 50 años, Jesús murió alrededor de las 4 de la tarde.

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