A LA CARGA

Gibrán Ramírez Reyes   Un corrupto limpiecito Enrique Peña Nieto quiso ser Adolfo Ruiz Cortines y terminó por ser una caricatura de mal gusto. Logró, si acaso algo,...

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29 noviembre,2017 6:04 am
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Gibrán Ramírez Reyes

 

Un corrupto limpiecito

Enrique Peña Nieto quiso ser Adolfo Ruiz Cortines y terminó por ser una caricatura de mal gusto. Logró, si acaso algo, convencer a más de uno de sus cercanos de que ellos serían los candidatos, y poner a especular a buena parte de los periodistas más leídos del país sobre quién sería el bueno (el más fintado, pobre, fue Aurelio Nuño). La verdad es que, contrario a lo que se suponía, no fue Peña quien manejó la sucesión, sino que la sucesión lo manejó a él. Mientras Ruiz Cortines inventó el tapadismo para evadir la presión de los caciques, como Gilberto Flores Muñoz, y decidir realmente él, Peña jugó al tapado sólo para formalizar en la candidatura a José Antonio Meade, quien era, desde hace tiempo, el favorito en las encuestas de “líderes empresariales”. No había mucho espacio para que el presidente de las mineras, empresas energéticas y financieras, decidiera por otra persona. ¿Quién mejor para cuidar los intereses financieros que el gris tecnócrata cuyo padre contribuyó a crear el IPAB (Instituto para la Protección al Ahorro Bancario), órgano que legalizó la conversión de las deudas de los banqueros en deuda de todos los mexicanos y del cual él mismo, y después su hermano, fueron funcionarios, perros guardianes?

José Antonio Meade Kuribreña es lo que se diría un perfil cumplidor para continuar el régimen. Se trata de un hombre de la élite, formado principalmente en escuelas privadas y que no hizo nada más que estudiar y gozar de los contactos con los que ya nació para estar donde está. No fue el autor de ninguna gran reforma o política pública que mejorara al país en desarrollo social, en combate a los delitos fiscales o en energía, mucho menos en relaciones exteriores. Es un personaje hueco, parece que eficaz técnicamente. En ello está lo que seduce al PRI y a panistas que lo apoyan: a Meade lo pueden llenar con el contenido que sea. Ora —como secretario de Calderón— impulsa el subsidio a las gasolinas, ora —desde el peñismo— defiende retirarlo y dispara gasolinazos. Sus virtudes son miserables: una trayectoria burocrática y que no parece haber llenado sus bolsillos con dinero público. Concita, además, el apoyo de panistas y priistas. Su tío abuelo fue fundador del PAN, su padre, legislador y funcionario en gobiernos del PRI y del PAN, y sus hermanos también tienen altos puestos de gobierno.

Meade significa la simulación llegada a un punto hilarante. Un funcionario del dogmatismo neoliberal más abusivo que incluye en su discurso el himno agrarista para que lo acepte la cúpula de la Confederación Nacional Campesina; un empobrecedor que va ante la Confederación de Trabajadores de México a decir que el alma de México son sus trabajadores, pero que ha sido uno de los hacedores del atraso económico reciente en México, alguien que ha festejado el aumento de empleo precario.

Meade ha colocado desde el día de su unción el eslogan vacío de “hacer a México una potencia”, llevando delante el combate al hambre y la promoción del Estado de derecho. No hay forma de creerle. Veamos un síntoma, uno breve, del combate al hambre bajo sus indicaciones. Para el presupuesto de 2015 se programaron originalmente 12 mil 958 millones de pesos destinados a pensiones para adultos mayores indígenas, una de las poblaciones más vulnerables del país. A partir de la llegada de Meade a Desarrollo Social, este presupuesto creció más de 80 por ciento, lo que habría alcanzado para atender, con los montos del programa, a más de 3 millones 358 mil ancianos indígenas. Pero sucede que, de acuerdo con datos del Inegi, sólo había 892 mil personas mayores indígenas para ese año. ¿Qué pasó con ese dinero? Lo más probable es que se lo hayan robado para la operación electoral de 2015, pues para el año siguiente, el gasto volvió a sus cauces normales. Nunca se ha explicado lo que pasó. Millones de adultos mayores tuvieron que aparecer y desaparecer en un año para justificar ese comportamiento presupuestal que salió del escritorio de Meade en Sedesol.

Algo igualmente corrupto pasó en las estancias infantiles para niños indígenas. Aunque entre 2014 y 2015 el número de beneficiarios de estancias infantiles aumentó 4.5 por ciento y el número de estancias creció 0.3 por ciento, las erogaciones se incrementaron mil por ciento. Aquí, definitivamente, hay gato encerrado. José Antonio Meade ha sido no sólo cómplice sino operador del robo a los más pobres de este país. Hay más ejemplos, y ya he de traerlos al papel.

La aportación del inminente candidato al Estado de derecho es igualmente cuestionable. Le tocó a él encubrir el cochinero de Rosario Robles en la Sedesol, o solapar la entrega de mil millones de pesos a Juntos Podemos de Josefina Vázquez Mota, recursos asignados de manera más que turbia. Es él a quien quieren vender como un funcionario honesto y eficaz. Podrán decir lo que quieran, y quizá demostrar que Meade no se llenó los bolsillos con presupuesto público. Pero nadie va a quitar esas manchas de su carrera. Se trata de un encubridor al que no le tembló la mano para abusar del gasto social indígena. En resumen, un corrupto más. Uno limpiecito, si se puede, pero un corrupto más.

 

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