Adiós Venezuela: “La gente pelea con los perros por unos huesos” 

De acuerdo con un estudio, casi dos tercios de los venezolanos pasan hambre habitualmente y uno de cada diez niños entre 3 y 3 años sufre retrasos en su...

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13 septiembre,2018 5:30 am
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Texto y foto: DPA

Cúcuta, Colombia, 13 de septiembre de 2018. Rodolfo Ochoa deja vagar la mirada sobre las calles polvorientas de Villa del Rosario y los campos de arroz detrás de la última hilera de casas hasta las verdes colinas a lo lejos. Allí enfrente está Venezuela, su patria, a la que tanto ama y tanto odia. “Ya no puedo estar allí”, dice. “Uno se vuelve loco en Venezuela. El hambre, la violencia, todo es una mierda”, añade.
Rodolfo ya no aguanta más: los niños lloran porque quieren comer. Pero su exiguo salario como funcionario administrativo en el ayuntamiento sólo alcanza para un kilo de harina y dos huevos. De los paquetes de ayuda que da el Gobierno sus superiores siempre se quedan lo mejor. Arroz, lentejas, algo de aceite: más no encuentra en las cajas.
El hombre de 23 años mete en una maleta tres pantalones, dos suéters y un par de camisetas, da un beso de despedida a su esposa, abraza a sus dos hijos y se pone en camino hacia Colombia desde Yaracuy, en el noroeste de Venezuela. Atrás deja la miseria, la escasez, la lucha diaria por la supervivencia. “Enfrente de las carnicerías la gente se pelea con los perros por unos huesos. La gente está buscando comida en la basura”, cuenta.
Y eso que en el pasado Venezuela fue un país rico. En la década de 1960 un diez por ciento de la producción de petróleo a nivel mundial procedía de este país. La renta per cápita era casi tan alta como en Estados Unidos. Hoy en día, la producción petrolera se ha hundido y el Estado apenas cuenta con divisas.
De acuerdo con un estudio del Observatorio Venezolano de la Salud (OVS) y la Fundación Bengoa, casi dos tercios de los venezolanos pasan hambre habitualmente y uno de cada diez niños entre tres y cinco años sufre retrasos en su desarrollo y crecimiento por malnutrición.
En Colombia, en cambio, hay de todo. Los puestos de los mercados ofrecen bananas, mangos y naranjas. Los estantes en los supermercados en la vecina ciudad de Cúcuta están repletos de carne y pescado jugosos. Pero Rodolfo se contiene porque quiere gastarse lo mínimo posible. Cada semana envía 15 mil pesos colombianos (unos 4.25 euros) a su familia en Venezuela.
Comparte su sencilla habitación en un edificio en construcción en Villa del Rosario con Wilmer Hernández e Iván Cuica. Sobre el suelo de hormigón hay un par de colchones desgastados y en una cuerda se secan pantalones y camisetas. Cada día, los tres hombres intentan ganar un par de pesos en la calle. “A veces descargamos camiones, a veces vendemos dulces o trabajamos en la construccion”, cuenta Iván.
Pero la vida es cada día más difícil junto al puente internacional Simón Bolívar en la frontera, por el que entran a diario 20 mil venezolanos. La mayoría sólo pasa el día, trabaja o va a comprar. Sin embargo, unos mil se quedan en Cúcuta. “Hay mucho venezolano que quiere trabajar. Cada vez es más complicado conseguir algo y cada vez te pagan menos. Ellos (los empresarios lo) saben: si yo no lo hago, hay otros diez que toman mi puesto”, asegura Wilmer.
El éxodo de los venezolanos es seguramente la mayor crisis de refugiados en la historia de América del Sur. Al menos 2.3 millones de venezolanos han tenido que abandonar el país, según Naciones Unidas. Sólo Colombia ha acogido a más de 935 mil personas.
De acuerdo con datos de la autoridad de Control Migratorio de Colombia, un 23.5 por ciento de los migrantes se instala en la capital Bogotá, un 11.7 se queda en la región fronteriza de La Guajira, en el norte del país, y un 11.4 por ciento se asienta en el deapartamento de Norte de Santander, donde también se encuentra Cúcuta.
“Con todos los venezolanos se pone peor la inseguridad”, dice el taxista Bryan Solis. Cúcuta siempre fue un lugar conflictivo: con 34.78 homicidios por cada 100 mil habitantes, la ciudad ocupó el año pasado el puesto número 50 en la lista de las ciudades más peligrosas del mundo.
Con la llegada de cada vez más refugiados aumenta también la cifra de delitos en los que hay venezolanos involucrados. Según datos de la Policía, en la primera mitad del año 643 venezolanos fueron detenidos en Cúcuta por distintas infracciones, mientras que en el mismo periodo del año anterior habían sido 271.
Recientemente, un movimiento ciudadano llamó a manifestarse contra la creciente criminalidad. “No quiero sonar xenófoba, no es la idea. Pero ya es momento de que de verdad nos escuchen, es momento de que dejen de ignorarnos como cucuteños”, declaró una de las organizadoras en la emisoria de radio La W.
Aunque el número de asesinatos disminuyó notablemente en las últimas semanas, cada ataque o cada robo cometido por venezolanos en Cúcuta aviva las críticas. “Claro que también vienen personas malas. Desafortunadamente, muchos creen que si uno es malo todos somos malos. Yo no soy un delicuente, sólo quiero trabajar”, pide Rodolfo.
Trabajar para que sus hijos puedan comer. En ningún otro lugar del mundo los precios suben tan rápido como en Venezuela. Para el año en curso, el Fondo Monetario Internacional (FMI) espera una tasa de inflación de un millón por ciento.
Cuando Geraldin Fuenmayor, de 25 años, quiere comprar algo de comida para ella y su hija no puede simplemente sacar dinero, sino que se tiene que mojar. “Compro latas de Maltín (marca venezolana de cerveza) allá en San Antonio, cruzo el río y las vendo acá”, explica.
La mitad del pueblo vive del contrabando. Se cree que en la región hay unas 200 trochas, caminos ocultos entre montañas y ríos que atraviesan la frontera. A tan sólo unos metros del puente Simón Bolívar contrabandistas cargados con sacos cruzan el río Tachira. La Policía no hace nada contra el tráfico fronterizo ilegal, al contrario, los agentes suelen poner la mano. “Claro, los policías me piden algo para dejarme pasar. Es normal”, señala Geraldin.
Desde hace siete meses vive con otros venezolanos en una casa sencilla directamente detrás de la frontera. Fue sobre todo el miedo por sus hijos lo que la empujó a marcharse de su país. “Todo el tiempo tenía miedo. ¿Qué va a pasar si una de mis hijas se enferma?”, se preguntaba.
El sistema de salud en Venezuela está completamente colapsado. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 2014 han emigrado más de 22 mil médicos, lo que equivale a aproximadamente el 33 por ciento de todo el cuerpo médico venezolano.
En los hospitales faltan materiales tan básicos como gasas y los familiares de los pacientes tienen que traer sus propios medicamentos. Al mismo tiempo se acumulan los casos de malaria, sarampión, difteria y tuberculosis. “El paciente llega a buscar solución en los hospitales y no consigue absolutamente nada”, relata Douglas León Natera, presidente de la asociación de médicos.
Rodolfo, Wilmer e Iván quieren seguir su camino. Han escuchado que en Bucaramanga ofrecen buenos empleos en las fincas cafeteras. “El patrón te da tres comidas (al día): desayuno, almuerzo y cena. Eso me contó mi compañero”, dice Wilmer, que cuenta que ya trabajó en los cafetales en Venezuela y conoce la rutina.
Marilyn Corredor también quiere ir con ellos. “Todavía no sé qué voy a hacer en Bucaramanga. Es una aventura”, confiesa esta mujer, que dejó a sus tres hijos con su madre en Valencia. “La situacion está horrible. No se consigue nada en los supermercados. Hay que comprar en la calle y te cobran el triple”, explica.
Hasta Bucaramanga hay unos 100 kilómetros, siguiendo siempre la carretera que serpentea entre montañas. Mientras en Cúcuta el clima es tropical, en el altiplano hace mucho frío. “Tengo tres camisas, me pondré todas encima”, dice Wilmer mientras recoge su ropa de la cuerda en la que está tendida. En un par de horas comienza su aventura.
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