Antimonumentos: ejercicio de memoria en un país que clama por verdad y justicia

“Si el gobierno hubiera resuelto los acontecimientos dolorosos del país con memoria, verdad, justicia y compromiso de no repetición, los antimonumentos no existirían”, explica el colectivo que impulsa...

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25 enero,2020 9:44 am
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“Si el gobierno hubiera resuelto los acontecimientos dolorosos del país con memoria, verdad, justicia y compromiso de no repetición, los antimonumentos no existirían”, explica el colectivo que impulsa su creación.

El Sur / Ciudad de México, 25 de enero de 2020. Las nochebuenas se asoman entre el musgo seco y la pencas alargadas de una que otra suculenta. Las hojas medio raídas recuerdan que las festividades navideñas pasaron ya hace rato. Pero, por descoloridas que estén, su presencia es señal de que alguien cuida con cariño este espacio, ubicado en uno de los puntos más concurridos de Ciudad de México.

Aquí confluyen el Paseo de la Reforma y las avenidas Juárez y Bucareli. Es la emblemática “esquina de la información”, donde hace casi cinco años fue plantado un signo de más junto con los números 4 y 3, hechos de metal y pintados de rojo vivo.

El +43, primer antimonumento que se colocó en la capital del país, llegó el 26 de abril de 2015, cuando habían pasado siete meses de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa.

Para ese momento, a lo largo de más de 200 días el número 43 había sido nombrado con furia, dolor y esperanza en consignas, mantas, pancartas y canciones. Había sido coreado en cuentas regresivas, entre cientos de voces. Ahora, con sus tres metros de altura y su tinta escarlata, se instalaba en el espacio público para advertir que los acontecimientos de la noche de Iguala no quedarían en el olvido.

No dejaría, tampoco, que fueran víctimas de la amnesia las miles de personas desaparecidas en todo el país antes y después de la funesta noche de Iguala: el símbolo +, que acompaña al 43, se incrustó ahí para recordar esa ausencia masiva.

“Si el gobierno mexicano hubiera resuelto los acontecimientos dolorosos en el país con memoria, verdad, justicia y compromiso de no repetición, los antimonumentos no existirían”, explican a El Sur integrantes del colectivo que crea e instala estas enormes esculturas, quienes accedieron a una entrevista por escrito a través de su cuenta de Facebook “antimonumento +43”.

Colaboración y anonimato

En estos cinco años, cinco esculturas que se pensaron, construyeron e instalaron de manera colaborativa han moldeado el espacio urbano de la ciudad.  Detrás de su creación hay una comisión que se articula y desarticula para llevar a cabo acciones puntuales.

Su anonimato corresponde a la pluralidad que la caracteriza: desde el diseño al estudio del lugar en donde se colocará el antimonumento, pasando por la construcción y el resguardo en el momento de la instalación, son muchas y distintas las personas que colaboran.

Existen también pequeñas subcomisiones que trabajan las variables que hay que tomar en consideración cuando se empieza a planear un nuevo antimonumento. Se estudian los desplazamientos, la visibilidad. Se tiene particular consideración con los peatones, para no provocar riesgos y sumarlos a favor de la acción y no en contra.

El contacto con los familiares involucrados en el caso que se quiere trabajar es, sin excepción, el primer elemento que se toma en cuenta al dar luz verde a cada proyecto.

La impunidad que permea el país, apuntan, es la causa principal, la base de la existencia de los antimonumentos; en la medida en que se cumplan las demandas que exigen, estas intervenciones artísticas y políticas serían retiradas de sus sitios, afirman sus creadores.

“Cuando se presente a todas y todos los desaparecidos con vida, el +43 dejará de tener razón de existir. Así los otros sitios”, afirman.

Recordatorios que se multiplican

Sobre Reforma, además del antimonumento +43, se han sembrado dos más. Desde junio de 2017, frente a la sede central del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una estructura metálica en tonos pastel mantiene viva la memoria de los 49 niños y niñas que murieron quemados en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora. A más de 10 años de la tragedia, todavía no existe una sentencia definitiva que condene a los responsables. Y el antimonumento permanece ahí para recordarlo.

Frente a la Bolsa Mexicana de Valores, en Reforma 255, otro antimonumento también evoca una tragedia que flota en la impunidad. Está dedicado a los 65 trabajadores muertos en la mina de Pasta de Conchos, Coahuila. Instalado en 2018, en ocasión del doceavo aniversario luctuoso, incluye su signo de más, en alusión a todas las personas que han perdido la vida en México a causa de las precarias condiciones en que trabajan y de la negligencia de las empresas frente a accidentes que se podrían evitar.

Al norte de la capital, en ocasión de los 50 años de la matanza estudiantil en Tlatelolco, una escultura apareció para refrescar la memoria del país y recordar que, por añejas que sean, las deudas con la justicia son una herida abierta, viva. En la marcha del 2 de octubre de 2018, decenas de personas participaron con complicidad y sincronía en el montaje del antimonumento 68.

Desde entonces, en pleno zócalo capitalino, la escultura rojinegra decorada con una paloma blanca declara la responsabilidad del Estado en aquel episodio del que aún hoy, 52 años después, no hay culpables.

A falta de respuesta, protestas creativas y solidaridad

“No ha pasado mucho tiempo desde que esto empezó: hablamos del sexenio de (Felipe) Calderón, ni son 10 años. Lo que habría que analizar es que se trata de formas creativas de protesta muy contextuales, inmediatas”, señala Hugo Gallegos, artista visual e investigador.

Además de los antimonumentos, Gallegos hace referencia al bordado de los pañuelos con los nombres de los desaparecidos, de las víctimas de feminicidio, de los periodistas asesinados. Estas protestas creativas, indica, surgen cuando ya no es suficiente marchar para reclamar dignidad y justicia para las personas ausentes, las que fueron matadas, las que murieron en el medio de la desidia institucional.

“En Argentina se hizo con los siluetazos, una iniciativa que partió del movimiento de la madres de Plaza de Mayo con el objetivo de recordar que las personas desaparecidas no sólo son números sino presencias”, comenta el artista a El Sur.

“Son acciones que tienen que ver con el sentimiento del ser humano, que no se acoplan con el tipo de conteo que hace el Estado”.

En términos de la comisión que está detrás de estas obras colectivas, los antimonumentos son recordatorios vivientes también porque funcionan como sitios que llaman a la solidaridad. Al respecto, mencionan que su mantenimiento se debe en buena medida a personas que de manera espontánea se organizan para que las esculturas estén en condiciones dignas y se deterioren lo menos posible.

“Cada Navidad, los familiares de los 43 ponen luces para esperar a sus hijos, se siembra maíz como ritual y recordatorio de que los normalistas también son campesinos e hijos de campesinos”, cuentan integrantes de la comisión.

“La antimonumenta es un sitio de denuncia permanente contra el feminicidio”, añaden. Recientemente, en Navidad y Año Nuevo, se convocó a que la gente llevara juguetes y ropa para los hijos e hijas huérfanas por el asesinato de sus madres, “esto hace que sean lugares vivos”.

La “antimonumenta” –como fue nombrada la escultura creada como exigencia permanente de justicia– fue colocada el 8 de marzo de 2019 frente al Palacio de Bellas Artes por decenas de mujeres. Es imposible pasar por ahí y no verla: increpa a los peatones, se mete en sus cabezas, pide que no terminen pensando que la ausencia de tantas mujeres es un hecho normal.

En estos días de enero, pegado en su superficie violeta, un cartel ofrece una recompensa de 300 mil pesos a quien aporte información para identificar y localizar a quienes privaron de la vida a Diana Velázquez Florencio en Chimalhuacán, Estado de México, en julio de 2017. A casi tres años, nadie ha sido condenado por su feminicidio.

Sin permiso para el olvido

“El antimonumento es un dispositivo que necesita del movimiento social; si sólo está ahí y de repente te olvidas qué significa, va a perder capacidad y contundencia –observa Hugo Gallegos–. Si el mensaje que quiere transmitir se vuelve un elemento más del contexto urbano, entonces pierde vigencia”.

Los antimonumentos se mantienen en simbiosis con el entorno pero, para conservar su poder recordatorio, necesitan ser alimentados por las personas que viven y atraviesan el territorio urbano: “son estrategias y herramientas de uso que al paso de los tiempos tienen que evolucionar y cambiar. Su sentido responde a contextos, tiempos y acontecimientos que están en permanente transformación”, reconocen miembros de la comisión que colabora en su creación.

Además, señalan, los antimonumentos funcionan como termómetros que registran la ciudad en su dimensión conflictiva y multifacética. Han sido blanco de quienes tienen visiones distintas de la realidad que relatan. La antimonumenta, por ejemplo, fue atacada por ciudadanos que rechazan el derecho al aborto.

“Los antimonumentos también funcionan como espejos que o ventanas desde las cuales se ve la realidad o una visión de la realidad, que no es la misma que ven todas y todos. Están allí en los espacios públicos para ser leídos de distinta manera”, recuerda ese colectivo abierto que, gracias a estas obras monumentales, está salvando a la metrópolis de su tendencia a la fugacidad. No permitirá el olvido.

Texto y foto: Caterina Morbiato

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