Arreolas somos/ 1 de 2

Jose Gómez Sandoval

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13 junio,2018 6:37 am
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Jose Gómez Sandoval
Pozole Verde
 

Arreolas somos y en el camino andamos.

Efraín Huerta.

Centenario de Arreola
“Arreolas somos”, y en el camino nos encontramos con Vicente Leñero.
Hace unos meses la Federación Mexicana de Ajedrez, apoyada por la Secretaría de Cultura de Jalisco, celebró el centenario del nacimiento de Juan José Arreola, en Zapotlán El Grande, hoy Ciudad Guzmán, para reconocer el fuerte impulso que el fabuloso escritor dio al ajedrez. Es así que, antes de buscar al Arreola literato recordamos a Juan José el ajedrecista obsesivo, juguetón y a menudo brillante. Lo encontramos en plenitud en la entrevista que concedió a Leñero mientras jugaban una partida. Leñero la publicó en Revistas de Revistas en 1972, y luego en Talacha periodística (1983).
La Talacha
Talacha periodística es un libro que reúne crónicas y reportajes que Vicente Leñero publicó de 1965 a 1978 en Claudia y otras diversas revistas de México. Leñero liga, a lo largo de cinco “capítulos”, historias sobre algunos de los temas culturales, sociales y aun políticos del México que le tocó vivir en su primera etapa como periodista. La primera “Gente importante” que entrevista es María Félix, quien, mientras le enseña los “tesoros” de su casa y los cuadros donde plasmaron su altiva imagen pintores afamados, da vuelo a su narcisismo y a su soberbia ranchera: “Alex me tiene mucha paciencia. Yo soy una mujer difícil; tengo mi carácter, mi genio”. En cierta ocasión, cuando supo que murmuraban que se había casado con el millonario francés Alex Berger por su dinero, “frente al espejo”, desde luego, se preguntó: “a ver, María, ¿es cierto que te casaste por interés?… Me veía en el espejo pensando en todo lo que soy y cómo soy. Pero vaya, si no estoy fea, tengo mi sitio, gano buen dinero, cómo voy a haberme casado por interés. ¡Pero si pensándolo bien soy un partidazo!, ¿a poco no?… ¡Están locos! ¡Qué me voy a haber casado por interés ni que nada!”…
Como “muchos periodistas”, “queriendo presumir de audaces”, han hecho a la diva “preguntas que no pueden reproducirse en letra de molde” “han quedado boquiabiertos con sus respuestas”, el propio Leñero se muestra nervioso y parco en la entrevista. Con Dolores del Río le fue mejor. Desde que llegó a la casona de la dama elegante que enamoró Hollywood y a Orson Welles, se sintió relajado:
“–Siéntese, Leñero, por favor –me ha liberado del señor y me mira amigablemente como si me conociera de tiempo atrás…
–¿Qué me va a preguntar? –pregunta sonriendo; su afabilidad me desarma”…
La Del Río no presume sus porcelanas ni sus pinturas:
–Vivo aquí desde que regresé de Hollywood, hace veinte años. Y sí, estoy enamorada de mi jardín porque desde niña, en Durango, me gustaron los árboles, las plantas. Aquí tengo una buena colección de árboles frutales: toronjas, mandarinas, limones, aguacates, ciruelos, membrillos, chabacanos… Y tiene que conocer mis flores, Leñero…
Lo que sigue da idea de lo bien que se sintió el periodista en la casa de Dolores del Río:
“–…¿Sabía que la flor de bugambilia es muy buena para el insomnio? Y la ruda… ah, la ruda es extraordinaria para el dolor de oídos.
“La observo mientras me habla de antiguas, extraordinarias recetas vegetales. Se pone en pie para ir a cerrar una puerta que golpea y su figura señorial, erguida siempre, cruza la biblioteca como si fuera un foro. ¡Qué elegante el más mínimo de sus ademanes!”… Entre María Félix y Dolores del Río está la visita que hizo a Mario Moreno Cantinflas. Desde el inicio sugerirá Leñero que antes que con Cantinflas, va a platicar con el señor Mario Moreno, “este señor muy serio, cejijunto, de cabello gris, de ojos que no se ven por lentes (oscuros); el característico hombre de negocios que no sonríe con facilidad y que habla a cuentagotas, en frases breves como acaba de pasar pronto”, cuando le dijo que quería conocer su casa y “tomar, si usted no tiene inconveniente, unas fotografías”.
“–Yo no soy exhibicionista –dice el señor Mario Moreno en lugar del pues mire usted joven, ahora sí que para hablarle con entera ecuanimidad, o como si dijéramos, es decir, hay que decir algo porque si no cómo, usted me entiende, ¿no?, y ya puesto en la situación en forma de que las cosas caminen bien como dijo aquel amigo que a la hora de la hora ya ni tuvo tiempo de decir nada, ¿verdad?, resulta que ultimadamente todo tiene su pero y aquí el pero está en que a mí estas cosas, pues para qué, dónde, cómo, qué le parece; ¿a poco ya?, uh; no; a mí estas cosas no me gustan; mejor las dejamos para otro día–. Yo no soy exhibicionista –dice el señor Mario Moreno arrebatando la palabra a Cantinflas. Y luego añade, girando hacia Claudia (la revista) sobre su sillón de cuero: –Yo tengo por costumbre mantener en reserva mi vida privada…
“–Pero hay otros actores… –comienza a decir Claudia,
“–Entiendo que a otros actores les guste mostrar lo que son y lo que tienen. A mí no.
“–¿Por qué, señor Moreno?
“–Así soy.
“–Así ha sido siempre?
“–Desde chamaco”.
El actor afloja prenda cuando se trata de su historia fílmica y la entrevista resulta larga. Leñero cierra intentando rescatar del severo personaje alguna simpatía: Y es que por más que se esconda tras los lentes oscuros, por más que disimule una tristeza profunda, por más que mantenga en secreto su vida privada, los recuerdos de su esposa, sus anhelos íntimos, don Mario Moreno Reyes no puede evitar que a ratos, en sus actitudes, se transparente la generosa simpatía del Cantinflas que durante treinta años ha hecho reír a todo mundo, menos a Cantinflas:
“–Ahí está el detalle, joven”.
El autor de La gota de agua también entrevista al entrenador de futbol José Antonio Roca y a Paquita Calvo, quien en 1971 formó parte del grupo que secuestró al director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, Julio Hirschfeld Almada. En la cárcel de Santa Marta Acatitla, donde purgaba una sentencia de 30 años, Paquita reconocerá que “La mayoría de los que participamos en las guerrillas estamos conscientes de que la guerrilla no es la forma de lucha que se debe desarrollar, que constituyó una desviación política ultraizquierdista, que actuó al margen de las luchas de las clases trabajadoras, que no tomó en cuenta la experiencia ni la organización política de las masas ni sus necesidades”.
Con otras técnicas recrea la desilusión de ver en persona a Raquel Welch y el furor admirativo que causo en México la presencia de Raphael.
 
Turismo: dos ciudades y un país
En este capítulo Vicente Leñero viaja a Cuernavaca y a Pátzcuaro como cualquier chilango en domingo. Tras su estancia de catorce días en Cuba, “después –escribió– de asistir a los actos conmemorativos del XX Aniversario del inicio de la Revolución Cubana, después de escuchar el discurso anual del primer ministro Fidel Castro, de recorrer y husmear por La Habana, Santiago y sus alrededores, y de sostener medio centenar de conversaciones periodísticas, se tiene la impresión de que el socialismo –más concretamente, el comunismo– ha significado, para el pueblo cubano, la única opción para desterrar la injusticia y el descubrimiento de un soporte ideológico capaz de generar, hasta caer a veces en extremos de soberbia y dogmatismo, una conciencia rabiosamente nacional”.
Lugares, estatuas, lugares de contento
“La Zona Rosa es un perfume barato en un envase elegante, es una provinciana en traje de corista, la hija de un nuevo rico que quiere presumir de mundana, pero regresa temprano a casa para que papá no la regañe. Es guapa, pero tonta; elegante, pero frívola. Es una colegiala snob, glotona, amanerada”, escribió Leñero en 1965, para Claudia; un texto que de inmediato se hizo referencia obligada cuando en la plática se llegaba a esa zona del Distrito Federal que seducía con la oferta comercial, gastronómica, artística y convivencial que ofrecía a los citadinos, de clase media ilustrada para arriba.
Aquí y en el reportaje que sigue encontramos al entrometido, minucioso y brillante periodista narrador que luego escribiría Los periodistas y Asesinato.
En “Una estatua para Miguel Alemán” Leñero recrea la historia de la estatua de Miguel Alemán desde que era “piedra volcánica del legendario Xitle arrugando el sur de la ciudad” hasta que fue descabezada y dinamitada por estudiantes universitarios y mandada al olvido de los fierros viejos, cuando Miguel Alemán todavía era presidente de la República.
También nos cuenta los obstáculos técnicos y morales que tuvo que sortear la Diana Cazadora para mostrar sus pechos desnudos a mitad de la calle. La Legión de la Decencia puso el grito en el cielo y Juan F, Olaguibel, el mismo escultor del Pípila de 18 metros de altura que preside desde un cerro de Guanajuato, tuvo que ponerle “pantaletas” de hierro a la Diana, para que los chilangos pudieran admirarla. La Diana fue inaugurada de noche y sin gente. Primero fue apodada como La Flechadora de la Estrella Norte, pero luego la identificó con Diana, “hija de Júpiter y Latona, diosa romana de la caza, que obtuvo permiso de su padre para no casarse nunca y a quien Júpiter, dios del cielo, de la luz, del tiempo y de los rayos, convirtió en diosa de los bosques”, y Diana Cazadora se le quedó.
“Tanta fue su fama –apunta Leñero–, que pronto fue calcada para la elaboración de otras estatuas: la Diana de Ixtapan de la Sal, protectora de los románticos, y la Diana de Acapulco, edecán de los turistas”, que, como sabemos, también ha sufrido contratiempos urbanos y hoy se exhibe en la Costera Miguel Alemán sobre un curvado y, a las vistas, inadecuado pedestal.
El periodista leñero recoge la especulación que circuló alrededor de la personalidad y oficio de la modelo. Que si era Blanca de los Ríos, bailarina de flamenco, que si una pintora, que… En la recta final quedan sólo dos candidatas: en segundo lugar pone a “una humilde oficinista de la Secretaría de Hacienda”. Antes refirió que confidencialmente supo que “era alta empleada de Petróleos Mexicanos, y de ella copió solamente el busto”. Como en la mayoría de sus entrevistas, acaso porque escribía para Claudia (a la que dirigía) y Revista de Revista, ambas para el más amplio público lector, por ejemplo, el periodista minucioso y sagaz se muestra cauto: no revela que la alta empleada de Pemex se llama Helvia Martínez Verdayes, esposa de Jorge Díaz Serrano, director de Pemex de 1976 a 1981, porque su confidente no se lo dijo o por que esperaba que el poderoso exfuncionario “simulara” un divorcio y publicara un libro donde reconocía que su compañera había sido la modelo de la Diana Cazadora.
Ya se dijo que de Helvia el escultor copió sólo el busto. Resulta que la otra, la oficinista, “poseía un cuerpo que hacía detener el tránsito y unas piernas que permitieron a Olaguíbel moldear los 69 centímetros de pantorrilla que tiene su Diana Cazadora”…, y de ahí calculó la medida de lo que faltaba.
Ah, después de varias escaramuzas político-morales, en un strip-tease discreto, la imponente cazadora de Olaguíbel se deshizo de su taparrabos de fierro y hoy luce sus encantos en la glorieta de Reforma y Mississipi
En “Había una vez un castillo” Leñero simula un diálogo entre un abuelo ilustrado y su nieta preguntona para contarnos la historia del Castillo de Chapultepec, mientras recorren sus estancias.
No ha escondido Leñero las armas estilísticas que le ofrece su paso por el teatro y la narrativa. En “Estrenando Colegio Militar” estrena la ironía. Empieza con signos de admiración: “Se enchina el cuerpo, ¡qué bárbaros! No queda más remedio que destapar la olla de adjetivos y lanzar, como balas de salva, una descarga de admiraciones. Monumental, impresionante, gigantesco, único, suntuoso… Suntuoso es la palabra, ¡qué bárbaros!”, y tras fondear en los aspectos arquitectónicos y en la funcionalidad de la moderna construcción con pelos y señales, finaliza con un “Escalofrío”: “…Desaparecieron por hoy los soldaditos de plomo. Sólo queda la plaza. Vacías las calzadas del recinto. Más grandes parecen los edificios. Más sólidas las moles de concreto. Como que respiran, bufan; como que van a resucitar en ellas los dinosaurios de la prehistoria. Es sólo un loco pasmo momentáneo que llega y que se va. Nada se mueve. Todo está en paz en este paraíso de la arquitectura moderna. Qué hermoso, qué grande, qué bonito. Pero se siente un fugaz escalofrío a la mitad de la espalda. Se pone chinito el cuerpo, quién sabe por qué”. 1976
“Lugares de contento” subtituló don Vicente (como Balbuena, como Novo) el capítulo donde espía a los chilangos conmocionados, ante el aparato televisor, con El derecho de nacer, la lacrimosa telenovela del momento y del refrito del momento, o, después de ir a misa, buscando diversión el domingo y demás días de la semana. Leñero va al Hipódromo de las Américas a meterse “Entre las patas de los caballos” y de las apuestas, el viernes acude a un concurso de belleza y el sábado se mete a reseñar una función de box en la Arena México.
En el último tramo de su Talacha periodística Vicente Leñero se explaya sobre lo que aconteció en el mundo de la política mexicana, “De Echeverría a López Portillo”, según su particular y comprometido punto de vista.
Pero el tema es Juan José Arreola, el ajedrecista. A él regresaremos la próxima pozolada, por no decir partida.
 

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