Gaspard Estrada*
El próximo domingo los colombianos irán a las urnas para elegir a su futuro presidente de la República. Este proceso se lleva a cabo en un contexto de polarización política pocas veces visto en aquel país, en el cual dos opciones radicalmente diferentes encabezan las encuestas de opinión de cara a la primera vuelta. Iván Duque, senador del partido Centro Democrático –que fue fundado por su mentor, el ex presidente Álvaro Uribe–, está a la cabeza con 40% de los votos. Por su parte, el ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, que lidera una coalición llamada Colombia Humana, tiene 30% de las preferencias, para sorpresa de propios y extraños. En efecto, Gustavo Petro terminó su mandato como alcalde de Bogotá en pésimas condiciones, después de ver su mandato impugnado por el entonces procurador de la República, Alejandro Ordoñez. Más adelante, la opinión pública colombiana se enteraría de que Ordoñez se empeñó en la tentativa de destitución del alcalde, en aras de impedir que la capital de Colombia sea gobernada de manera duradera por la izquierda, de tal manera que se trató de un uso político de la justicia. La filiación de Ordoñez al partido de Uribe, y su pre candidatura a la Presidencia de la República, explicitó tal intentona. Sin embargo, conforme fueron pasando las semanas, y la precampaña comenzó a tomar vuelo, la candidatura del ex guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19) fue creciendo, a tal punto que al día de hoy Petro dispone del 30% de los votos, y sobre todo de muy buenas posibilidades de llegar a la segunda vuelta electoral. Si los números de las encuestas se confirman este próximo domingo, ¿cómo es posible explicar un apoyo popular tan fuerte hacia un líder político que carece de una estructura partidaria importante?
La campaña presidencial y la legislativa, que terminaron a mediados de marzo, pusieron de relieve la impopularidad de los políticos en general, y del gobierno del presidente Juan Manuel Santos en particular, que tiene al día de hoy una tasa de aprobación del 30%. Los sucesivos escándalos de corrupción, tanto en las campañas de Oscar Iván Zuluaga por el partido Centro Democrático, como de Juan Manuel Santos, pusieron al descubierto el papel central del financiamiento ilegal de las campañas políticas en este país, y por ende, de la relación de promiscuidad entre el dinero y la política. Es en este contexto de pérdida de confianza hacia los políticos y hacia la política que el mensaje del candidato Gustavo Petro se ha desarrollado y ganado audiencia. Contrariamente al discurso tradicional de los líderes de la izquierda colombiana, Gustavo Petro se ha dirigido a todos los sectores de la sociedad colombiana, permitiendo que su candidatura sea vista con simpatía inclusive por electores de corte conservador, pero que se encuentran desencantados por la oferta de los partidos tradicionales. De tal suerte que Petro, contrariamente a lo que se podría suponer, ha logrado llenar plazas y auditorios en ciudades consideradas como bastiones del uribismo, como Medellín. Si bien la mayoría de las simpatías hacia Petro se encuentran en la capital, Bogotá, así como en la región de la costa Atlántica y del Pacífico, estos buenos resultados no dejan de sorprender.
Sin embargo, como en toda elección, las cifras dadas por las casas encuestadoras tendrán que ser corroboradas en las urnas el próximo domingo. Como en este caso las estructuras de los partidos tradicionales no están apoyando a Petro, sino a las candidaturas del centro y de la derecha, en particular la del senador Iván Duque, no es imposible que el resultado de esta primera vuelta sea contrario al pronóstico del día de hoy. Esperemos que para el bien del futuro de los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, Petro llegue a la segunda vuelta y se constituya un frente amplio en defensa de la paz en Colombia.
* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.
Twitter: @Gaspard_Estrada
