Cretinismo colonialista

Humberto Musacchio

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28 marzo,2019 5:31 am
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Humberto Musacchio
 
Con Virgilio Caballero en el recuerdo.
 
Por enésima vez se recrudeció la tormenta contra Andrés Manuel López Obrador. Ahora el pretexto fue el haber pedido a España y al Vaticano que reconozcan los crímenes cometidos contra los pueblos originarios de México durante la Conquista y en el periodo colonial.
¿Era mucho pedir? No, pero la petición tocó un punto sensible de los círculos que aquí y allá bendicen el colonialismo, mismos que juzgan “anacrónica”, “inadmisible” y hasta difamadora la citada demanda. El neofranquista Pablo Casado, del Partido Popular, tildó la solicitud de fruto “de una ignorancia escandalosa”, mientras que Albert Rivera, líder de la nueva derecha representada por el partido Ciudadanos, calificó el asunto de “ofensa intolerable al pueblo español” y alguien llegó a calificar la propuesta como muestra del “cinismo de un populista sin escrúpulos”.
Para empezar, nada tiene de anacrónico ni de inadmisible condenar las atrocidades del colonialismo, el de ayer y el de hoy. Torturas, violaciones, robos y asesinatos se cometieron en la Conquista y durante la colonia, pero han ocurrido en el último siglo, como lo prueban el nazismo, la brutalidad del colonialismo francés en Argelia e Indochina, los inenarrables crímenes del imperialismo estadunidense en Vietnam y, para no alargar la lista, la terquedad con que el Estado español defiende su permanencia en África. La condena no es para todo un pueblo, admirable y amado por muchas y muy buenas razones. Lo que se reprueba es el colonialismo por todo lo que implica.
Metido de lleno en el estercolero, el escritor Arturo Pérez-Reverte exigió que AMLO se disculpe ¡porque tiene apellidos españoles! y agregó que, “si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”. Para entender tan florido lenguaje, hay que recordar que este Pérez es miembro de la Real Academia Española, a la que pertenece pese o gracias a que es un delincuente, pues en 2014 fue condenado a pagar 80 mil euros al cineasta Antonio González-Vigil por plagiar el guion de la película Gitano. No es el único caso de piratería en que ha incurrido el tipejo, pues en 2015 le robó un texto a la mexicana Verónica Murguía, a lo que respondió el plagiario que esa historia, con la que ha lucrado, se la contó Sealtiel Alatriste y tuvo que ofrecer disculpas a nuestra paisana. Con esa falta de respeto hacia colegas y lectores, su crítica es menos que moralla intelectual…
Pero no para ahí el cretinismo patriotero que ha hecho aflorar el racismo y la xenofobia en los bajos fondos de la política y la intelectualidad española. Incluso algún idiota pidió que le diéramos las gracias a España por habernos “civilizado”. Sí, civilizado al explotar casi hasta el exterminio a la población nativa, por traer cientos de miles de esclavos africanos y por establecer refinados métodos de tortura; civilizado con la presencia criminal de la Inquisición, con la interminable lista de libros prohibidos, con el aplastamiento de las religiones diversas del catolicismo y los castigos corporales y los despojos por la mera discrepancia del dogma oficial.
Algunos críticos de López Obrador dicen que esas son cosas del pasado. Sin embargo, es algo muy actual que un Estado reconozca los agravios que ha inferido. Barack Obama se inclinó en Hiroshima ante esos “hechos del pasado” y rindió homenaje a los asesinados por la bomba atómica; en 2000, en Israel, Johannes Rau, presidente de Alemania, pidió perdón al pueblo judío por el Holocausto, y ocho años después lo repitió Angela Merkel. En 2010, David Cameron, primer ministro británico, al evocar la matanza de Londonderry, también pidió perdón por esos “hecho injustificados e injustificables”. En 2015, durante su visita a Bolivia, el papa Francisco hizo lo propio “no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Tres meses después fue Tony Blair quien imploró lo perdonaran los iraquíes por la invasión de 2003. Apenas el año pasado, Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, ofreció disculpas a la nación Tsilhqot’in porque hace 150 años el gobierno colonial británico ahorcó a seis jefes de esa etnia.
De modo que nada tiene de extraño o improcedente que se ofrezcan disculpas a los agraviados, a menos, claro, que se insista en defender la injusticia.
 

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