De la dispersión al bien común

Jesús Mendoza Zaragoza   Hay un escollo que nos frena en el camino para construir la paz, tanto en lo cotidiano, lo comunitario, lo institucional y lo sistémico:...

1318 0
25 julio,2022 5:26 am
1318 0

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Hay un escollo que nos frena en el camino para construir la paz, tanto en lo cotidiano, lo comunitario, lo institucional y lo sistémico: es el escollo de la dispersión. Es algo así como un virus que debilita todos los esfuerzos, tanto para la democracia, para el desarrollo y para la paz. Debilita las capacidades de las personas, de las familias, de las comunidades y de las instituciones. De todas las instituciones. Podemos hablar de una cultura de la dispersión, con la tendencia a dispersarlo todo. Dispersa ideas, iniciativas, sentimientos, proyectos y visiones. El país es algo así como un cúmulo de fragmentos dispersos que no logran unirse en un rompecabezas, para pensar y lograr un futuro deseable y posible.

Hay un hecho duro que no pude negarse: la diversidad. Somos diversos y esto es un valor, una riqueza que hay que respetar y cuidar. La diversidad, de suyo, tiene una orientación necesaria hacia la complementariedad. Porque somos diversos o diferentes, nos podemos ver así, como complementarios. Las riquezas culturales o de cualquier otro tipo de unos, se integran con las riquezas de los otros. Porque somos diferentes nos complementamos. No obstante, la diversidad puede distorsionarse en otro sentido: el de la dispersión. Una cosa es la diversidad y otra, muy diferente, es la dispersión. Cuando la diversidad tiende a la dispersión, desconecta todo y el resultado es una situación de caos.

El individualismo está en el fondo de esta cultura de la dispersión, cuando la libertad individual se convierte en el absoluto, cuando las ideas, los sentimientos y los proyectos de cada individuo, cada grupo o cada institución se imponen en una ruta de “agandalle”. Cada quien busca imponer su punto de vista y su propia visión en sus espacios de influencia, a la vez que no acepta ni permite la diversidad de visiones como principio de fortaleza.

El punto de quiebre está en que el individualismo, que de suyo carece de un talante ético, establece el absoluto de la libertad individual que, después de todo, se impone la libertad del más fuerte y del más poderoso. Eso sucede con la visión liberal y neoliberal de la economía, con su fuerza disgregadora. Y si el Estado actúa como aval de estas dinámicas económicas, el efecto será la pulverización de la sociedad. En esta lógica individualista se ha ubicado la delincuencia organizada, sobre todo en sus versiones empresariales, para allegarse mucho poder disgregador. De hecho, la delincuencia organizada es la culminación del individualismo, es el resultado último de la consagración de la libertad individual, al margen del bien común.

Esta delincuencia ha estado acumulando poder económico, al mismo tiempo que fuertes soportes políticos. Y no sólo eso. Ha estado incursionando en el poderío armamentista. Las mafias del narcotráfico han llegado a contar con armamentos que ni las policías municipales o estatales pueden tener. Por eso, las mafias cuentan con un alto poder disgregador que ha impactado a muchas de las instituciones del Estado y a toda la sociedad.

El resultado ha sido un alto grado de fragmentación que no es fácil sacudirse. Es, para comenzar, una fragmentación sistémica que se manifiesta en múltiples contradicciones por donde quiera. Contradicciones económicas cuando las leyes del mercado promueven la acumulación del dinero en pocas manos y el empobrecimiento de las mayorías; contradicciones políticas, cuando a las clases políticas en turno no les importa tanto la democracia como la acumulación del poder; y, sobre todo, las contradicciones que provienen de las mafias y del mundo de la ilegalidad, que pulverizan a la sociedad y la vida de los pueblos a base del terror y de la destrucción.

Si la manera de ponerle límites a la libertad individual es el principio del bien común, éste ya no suele ser considerado con el peso específico que requiere. El bien común ya no es el principio rector de la política ni de la economía. Ni de la cultura. El bien público se ha ido diluyendo cuando las instituciones gubernamentales distorsionan sus intervenciones mediante agandalles partidistas o facciosos o negocios al amparo del gobierno. ¿Por qué los municipios siguen siendo el punto más vulnerable del poder público y las policías municipales no han sido atendidas para recuperarlas a favor de la población? ¿Acaso no entendemos que si no atendemos las instituciones más frágiles no podremos avanzar en el camino hacia la paz? Hay la percepción de que muchas instituciones gubernamentales andan dispersas.

Otro tanto hay que decir de la sociedad, toda dispersa, fragmentada y, hasta, pulverizada. Un tejido social muy lastimado por todas partes. Pareciera que es imposible hacer caminos hacia el bien común. Hay espacios democráticos en los pueblos indígenas y en comunidades campesinas, a quienes la descomposición social está alcanzando. Pero en las ciudades el anonimato se ha ido imponiendo y la dispersión está siendo la regla.

México sigue teniendo un gran déficit en cuanto a la organización de la sociedad civil. Y la que tenemos está muy fragmentada. Cada organización tiene su propia agenda, de acuerdo con sus propios intereses legítimos. El punto está en buscar un camino para una gran agenda común en la que se incluyan todas las organizaciones sociales y civiles para afrontar grandes desafíos como la violencia y la inseguridad. Además, está la gran tarea de la reconstrucción del tejido social en todos los niveles: en lo macro y en lo micro, en los ámbitos regionales y en los ámbitos locales. La dispersión de intereses es la que se ha impuesto en los territorios y en las localidades, lo que hace muy complicado el camino hacia el bien común.

El bien común es un principio necesario para conseguir la democracia, el desarrollo integral y la paz. De suyo, hay un vínculo estrecho entre bien particular y bien común. El bien particular no se consigue si no se orienta hacia el bien común, y el bien común, por su parte, se realiza pasando por el bien particular de cada uno. El bien común no es la suma de los bienes particulares, puesto que lo podemos conseguir sólo con la condición de que lo consigamos juntos. Esta es una gran verdad que el individualismo nos ha robado y que necesitamos recuperar. Si entendemos el bien común como el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia finalidad, es evidente que nos pone en la perspectiva para una visión estratégica de la construcción de la paz.

En condiciones de dispersión social, de fragmentación o pulverización social cada uno sigue girando en torno a sí mismo y de sus intereses. La salida está en tomarnos de la mano para buscar el bien común que haga posible esfuerzos eficaces y duraderos para la democracia, para el desarrollo y para la paz.

 

In this article