Del muro de la tortilla, al muro de Trump

Ramón es mexicano de nacimiento y estadunidense en el pasaporte. En Otay, la zona de la que habla, lo que hay ahora es una valla de metal oxidado...

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12 marzo,2018 10:42 am
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San Diego, California, 12 de marzo de 2018. Ramón recuerda cuando de niño cruzaba de Tijuana (Baja California, en México) a  San Diego (California, en Estados Unidos) para ir al centro comercial. “Ahí siempre hubo algo”, dice sobre esa parte de la frontera entre el estado mexicano y la ciudad estadunidense. “Al principio eran alambres de espino que saltábamos. Luego fue a más”.
Ramón es mexicano de nacimiento y estadunidense en el pasaporte. En Otay, la zona de la que habla, lo que hay ahora es una valla de metal oxidado —conocida como el muro de la tortilla– tras la que se encuentran los focos, los sensores y los agentes de la Patrulla Fronteriza.
Allí también están los ocho prototipos del muro que Donald Trump quiere levantar entre los dos países para frenar la entrada de drogas e inmigración ilegal. Los más altos miden más de nueve metros; los más bajos, cinco y medio.
Cuatro son de hormigón y los otros cuatro han sido construidos con otros materiales más ligeros. Tres tienen grandes rejillas que permiten ver el otro lado.
Tras una fase de prueba y evaluación, queda elegir cuáles se utilizarán para levantar la barrera. El presidente irá a inspeccionarlos este martes como punto central de la primera visita a California de su presidencia.
El lugar en el que se levantan las moles está casi al final de los 3,144 kilómetros que empiezan en la localidad texana de Brownsville y terminan en el Océano Pacífico en esta zona de California.
Llegue a construirlo o no –de momento no ha logrado financiación del Congreso–, Trump pasará a la historia como el presidente del muro, pero lo cierto es que fue el demócrata Bill Clinton (1993-2001) el que comenzó a sellar la frontera.
Actualmente hay unos mil 130 kilómetros cerrados con, entre otras cosas, verjas y vallas de metal como la de Otay, que, oxidada y con pintadas en el lado mexicano, no alcanza los tres metros de altura. Los lugareños la llaman “la línea”.
Ramón no ha visto los prototipos ni le interesa verlos. “El muro no va a cambiar nada”, asegura a DPA. Frente a la llegada de Trump expresa la misma indiferencia.
Del lado estadunidense, Otay es un polígono industrial en el que grandes camiones se mueven por carreteras bien asfaltadas que bordean enormes almacenes.
Del mexicano es una populosa colonia con socavones y desniveles. Las calles que no están asfaltadas han sido convertidas por la lluvia en pistas de arena movediza para automóviles.
La Garita de Otay es uno de los dos puertos fronterizos por los que desde Tijuana se puede entrar a San Diego y viceversa.
Según el día y el momento, el cruce llega a demorar horas, que amenizan vendedores de elotes, vírgenes, cristos y churros, mientras algunos niños se mueven entre los vehículos al ralentí pidiendo pesos o dólares por sus malabares con pelotas de goma.
“He visto gente que se va a dormir a la línea a las 3 de la mañana para poder llegar al trabajo a las 6”, cuenta Ramón, encargado de un negocio de alquiler de automóviles en San Diego. Vive en Otay porque no puede hacer frente a los precios de la vivienda en el lado estadunidense. Así que, como muchos, la cruza dos veces al día, ida y vuelta.
Cuando uno busca los ocho prototipos del muro en la zona estadunidense, no los encuentra. Han sido construidos en un terreno de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) a la que no se permite acceder y que queda fuera de toda vista que no sea aérea.
No deja de ser irónico que haya que cruzar a México para poder verlos. Jorge, salvadoreño deportado hace 17 años desde Estados Unidos, los tiene frente a su casa, una chabola en medio de un lodazal lleno de chatarra, que los negocios de Otay utilizan también como vertedero de viejos neumáticos, plásticos y alfombrillas viejos.
“No creo que el muro vaya a cambiar nada”, asegura Jorge rodeado por sus cuatro perros. “Mientras haya necesidad, va a seguir cruzando la gente”.
Mexicano nacido en Guerrero, Alejandro ya lo hizo hace años y trabajó en la construcción en Houston. Ahora en Otay hace lo que le sale: electricista, yesero… Como Jorge, tampoco quiere contar por qué lo deportaron.
Sobre una bicicleta mugrienta con la que se mueve con destreza entre la chatarra y el lodo, dice que puede llegar a entender por qué Trump quiere un muro. Pero también admite que a él le gustaría que le dieran “una oportunidad” y volver a Estados Unidos. “Si quiero, cruzo”, advierte después mirando a los prototipos.
Los prototipos del muro de Trump
Trump prometió en campaña que construiría un muro “grande y bonito” en la frontera entre Estados Unidos y México bajo el argumento de que frenará la entrada de inmigración ilegal en el país.
Poco más de año después de instalarse en la Casa Blanca, a escasos metros de México, en Otay, uno de los barrios de las afueras de la ciudad californiana de San Diego, hay ocho prototipos entre los que se elegirá cuáles cerrarán en qué puntos la frontera.
Cuatro de ellos son de hormigón y los otros cuatro de otros materiales. Miden entre 5,50 y 9,10 metros de altura. Tres de ellos tienen grandes rejillas que permiten ver el otro lado.
Su construcción comenzó el 26 de septiembre del año pasado. Justo un mes después fueron presentados a la prensa. Los han construido seis empresas distintas, todas ellas estadounidenses, que fueron elegidas por concurso público.
En enero concluyó la fase de prueba, centrada en comprobar, por ejemplo, si pueden ser escalados, si se puede excavar debajo de ellos y si son resistentes a posibles intentos de derribo.
La evaluación servirá de cara elegir qué tipo de muro es apropiado usar en cada una de las zonas que Trump pretende cerrar. El mandatario es el que tiene la última palabra.
Para pagar la construcción de los ocho prototipos se han empleado los únicos 20 millones de dólares que Trump consiguió que fueran asignados a ello.
El Congreso autorizó a principios del año pasado que el Departamento de Seguridad Nacional reasignara ese dinero de otras partidas del presupuesto. Pero los legisladores en Capitol Hill no han dado aún a Trump la financiación que necesita para la levantar la barrera.
El último movimiento del republicano ha sido ofrecer legalizar la situación de 1,8 millones de jóvenes indocumentados que llegaron de niños a Estados Unidos a cambio de, entre otras cosas, 25.000 millones de dólares para destinar principalmente al muro.
San Diego y el Río Grande son dos de las zonas prioritarias para levantar la barrera. En la de San Diego fueron arrestados el año pasado algo más de 26 mil y en la de Río Grande, algo más de 137 mil 500. El año pasado fueron arrestados casi 304 mil indocumentados tras cruzar la frontera suroeste, según los datos oficiales de la Patrulla Fronteriza.
Trump dijo inicialmente que quería cerrar toda la frontera con México, que tiene poco más de 3.100 kilómetros y en la que administraciones anteriores ya cerraron algo más de mil.
En julio del año pasado, el mandatario indicó que ya no creía necesario cerrar toda la frontera por las barreras naturales existentes y habló de entre mil 100 y mil 500 kilómetros a tapiar.

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