El falso debate de los fertilizantes nacionales

Andrés Juárez

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6 julio,2019 5:02 am
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Andrés Juárez
Ruta de Fuga
 
En un fuego cruzado entre defensores y detractores de la instalación de una planta productora de fertilizantes en Topolobampo, Sinaloa, nos encontramos. Francisco Labastida, ex secretario de Energía y de Agricultura, defiende su derecho a asesorar un proyecto como consultor en una materia que cree saber: “Tengo la convicción de que (opositores) están siendo movidos por intereses de los importadores (…) parece un crimen que el país esté importando más de 80 por ciento de los fertilizantes y que tengamos tan mala fertilización en México. Existe una gran cantidad de tierras, hemos visto en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, que no se fertilizan porque no hay, y México paga los precios más caros de los fertilizantes del mundo porque el amoniaco se tiene que trasladar a menos de 33 grados centígrados unos 10 mil kilómetros y eso encarece necesariamente el producto cerca del 20 o 25 por ciento”.
La diputada federal por Morena, Tatiana Clouthier, acusa al ex gobernador de ser asesor, de ocultar intereses y de influyentismo en la instalación de la planta que traería daños irreversibles, en términos ambientales, al sistema lagunar Santa María-Topolobampo-Ahuira, uno de los 142 humedales de importancia internacional que tiene México.
Colectivos ecologistas y población de Topolobampo impulsan –desde mediados de 2018– la campaña Aquí no para exigir que se detenga la instalación de la planta, propiedad de la empresa Gas y Petroquímica de Occidente. Un desastre anunciado que comenzó con la misma operación de compra y venta de terrenos: el empresario atunero Eduvigildo Carranza Beltrán pagó al ejido 2 mil pesos por hectárea y revendió a 700 mil pesos por hectárea al gobierno estatal, según datos de Miguel Valle Campos, del semanario Proyecto 3.
Por otro lado, desde 2012, un consorcio de capitales alemanes y suizos expresó interés en producir fertilizantes químicos en México, ya que esta capacidad del Estado fue desmantelada en la primera ola neoliberal de los años 80 del siglo pasado. Estuvieron a punto de comprar la planta AgroNitrogenados de Fertilizantes Nacionales. Sin embargo, decidieron invertir en la planta de Topolobampo.
Finalmente, colectivos ecologistas de Sinaloa presentaron al presidente Andrés Manuel López Obrador una solicitud de revisión. (¿Sería por eso que Tatiana Clouthier terminó acusando a Labastida Ochoa de influyentismo?). Casi al mismo tiempo, la Comisión Federal de Electricidad de Manuel Bartlett decidió irse al arbitraje contra las empresas que mantienen contratos leoninos, asegura, para suministrar gas natural. (¿Es por los contratos de suministro o es por detener el abastecimiento de gas natural al grupo político enemigo?).
Todo esto sucede mientras que, por tercera vez, campesinos de Guerrero retuvieron a militares en protesta por no recibir en tiempo y forma los fertilizantes químicos que creen necesitar para incrementar la producción primaria. En respuesta, el presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que dentro de los siguientes 15 días se entregaría el abono químico a los campesinos guerrerenses. Y, en su discurso en el Zócalo de Ciudad de México, adelantó que se analiza la creación de una empresa del Estado para (volver a) producir fertilizantes. Esta demanda social –anual, por lo demás– y la probable nueva empresa estatal “porque en el pasado hubo evidentes actos de corrupción”, quedan dentro del debate público sobre la rehabilitación de Fertilizantes Mexicanos y la planta de amoniaco en Topolobampo.
Pero ¿esto es lo que deberíamos estar debatiendo? No. Lo que nos hace falta discutir públicamente es la relevancia, actualidad, eficiencia y pertinencia de seguir manteniendo una agricultura petrolizada.
¿Qué es mejor: no fertilizar al país o fertilizarlo a un costo muy alto?, se pregunta el ex candidato presidencial priista Francisco Labastida Ochoa, quien acusa a los importadores de estar detrás de las protestas (invisibilizando así a los pescadores e indígenas que llevan años de resistencia al avance del proyecto). Como yo lo veo, lo mejor es hacerlo con fertilizantes orgánicos o, en el peor de los casos, hacerlo de otra manera con los fertilizantes químicos.
Hay que decirlo: en México tenemos una cultura pésima en el uso y abuso de fertilizantes nitrogenados y fosfatados. Se le pone a los suelos un tipo de fertilizante que no se necesita, o bien, se le pone en una cantidad que excede el requerimiento del suelo. En consecuencia, los excesos son arrastrados con la escorrentía y generan lo que se conoce como contaminación difusa, la cual está relacionada con el crecimiento desmedido de algas en los cuerpos de agua, incluyendo el océano. Y sí, de aquí deriva el gran problema del sargazo.
Como siempre, los políticos que no dibujan claramente la línea que los debe separar del poder económico avientan por delante el petate de los pobres para asegurar que sin fertilizantes nacionales la agricultura no puede ser una palanca del crecimiento y, lo que es todavía más dramático, que sin fertilizantes químicos –como sin organismos genéticamente modificados– la agroindustria del país no podrá seguir combatiendo el hambre… mundial.
¿A qué juegan cuando juegan a fertilizar el país con derivados del petróleo? A seguir petrolizando el campo mexicano y a seguir haciendo jugosos negocios con la compra y venta de insumos agrícolas, mientras la promesa de la 4T de hacer un campo que produzca primero para quienes producen los alimentos y después para el mercado pasa no a segundo sino a cuarto, quinto nivel de prioridad.
La caminera
El gran ausente en el debate es el doctor Víctor Manuel Toledo, actual secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, que no ha dicho “este suelo fértil es mío” para el gran proyecto de agroecología que prometió consolidar.
 

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