El recordado 2 de mayo de 1918

Fernando Lasso Echeverría

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29 mayo,2018 6:17 am
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Fernando Lasso Echeverría*
(II y última)
 
Vimos en el primer artículo sobre este tema cómo el ambicioso general huertista Silvestre G. Mariscal, originario de la Costa Grande y carente de una ideología política firme y bien definida, se había hecho del poder total en Guerrero, al declararse carrancista cuando triunfó esta corriente política en el país y vencer –con apoyo federal– al zapatismo guerrerense, hecho que le consiguió el sostén del presidente Carranza, quien lo nombró gobernador provisional del estado en noviembre 8 de 1916 y ocho meses después (julio de 1917) gobernador constitucional.
Ya con esta designación Mariscal endurece aún más su dominio militar en el estado, formando “defensas sociales” en el norte de Guerrero, para limitar la amenaza zapatistas y el estado entra en un periodo de relativa tranquilidad; sin embargo, Mariscal no oculta su ambición política, y urge en forma absurda a Carranza, para que le confiera el mando de las operaciones militares no sólo de Guerrero, sino también de Morelos, actitud que le gana la desconfianza y antipatía del presidente, quien empieza a ver a Mariscal como un ambicioso y peligroso político-militar, que –mediante un eficaz cacicazgo respaldado económicamente por las empresas españolas ubicadas en Acapulco–  amenazaba su autoridad en el sur.
De esta manera, la animadversión de Carranza en contra del amo y señor de Guerrero en ese momento, continuó aumentando, y en enero de 1918, Mariscal –de visita en la Ciudad de México– es detenido supuestamente por “impedir que parte de su escolta de tropas guerrerenses, fuera despachada a Manzanillo, oponiéndose con pistola en mano y amenazando al enviado del secretario de la Defensa”, lo cual era una clara violación a la disciplina militar.
Mariscal quiso hacer valer su fuero como gobernador para evitar su detención, no obstante, esto no le valió. Su detención, causó gran impacto en el Estado, y su gente cercana intenta por varios caminos convencer a las autoridades federales de que lo liberaran: el comandante militar ubicado en Iguala, un mayor apellidado Gatica, amenazó “que si Mariscal no era puesto en libertad rápidamente, habría desórdenes en el estado”; el general Pablo Vargas, encargado de la comandancia militar en Chilpancingo, junto con Julio Adams Adame –gobernador interino, en las ausencias del estado de don Silvestre– y los integrantes del Congreso Estatal, se retiran a Acapulco, para conferenciar con  los empresarios españoles que dominaban la región – y en ese momento al mismo estado– sobre lo que convenía hacer, hecho que provoca que don Venustiano decida acabar en definitiva con el mariscalismo en Guerrero, enviando tropas federales al estado en los inicios de marzo de 1918, al mando del general Fortunato Maycotte.
La situación era crítica, pues los defensores de Mariscal estaban decididos a repeler militarmente la intromisión del gobierno federal, e incluso, poco antes, Maycotte –quien desconocía la región– había sufrido varios reveses ante fuerzas locales, en algunas escaramuzas ocurridas contra los federales en la Costa Grande; por otro lado, Adams el gobernador interino (quien era tecpaneco) a pesar de saber que Carranza se encontraba fortalecido nacionalmente por la limitada fuerza militar de Zapata en Morelos, y el degradado ejército de Villa, después de las derrotas que le propinaron las fuerzas constitucionalistas de Obregón –hechos que en ese momento, hacían del presidente en turno el máximo líder del país– traslada la sede del gobierno estatal a Tecpan, y logra que el mariscalista Congreso del Estado, proteste formalmente por la detención de su líder político y por la intromisión del gobierno federal en la soberanía del estado, al enviar tropas federales al territorio guerrerense, y si bien no aprobaba abiertamente un enfrentamiento militar contra las tropas federales, en la misma protesta, Adams, justificaba los enfrentamientos de tropas guerrerenses con Maycotte, el enviado federal, argumentando que éstas, sólo se habían limitado a defenderse y que seguían siendo fieles al gobierno constitucionalista.
Ante la ineficacia demostrada por Maycotte, Carranza decide buscar el apoyo de los Figueroa, específicamente de Rómulo, quien  había operado como militar carrancista bajo las órdenes del general Francisco Murguía, en la lucha contra las fuerzas villistas en el norte del país, y se había desempeñado anteriormente un corto tiempo, como gobernador de Zacatecas; atendiendo las órdenes recibidas por el presidente; Figueroa desembarca a finales de marzo de 1918 en Acapulco con sus tropas, se une a las fuerzas de Maycotte, y lanza una enérgica ofensiva contra las del gobierno local, que se ubicaban fundamentalmente en la región de la Costa Grande, tierra de Mariscal y Adams; la campaña, duró cuatro meses  y –como era de esperarse- con resultados positivos para las fuerzas federales, pues en julio se rindieron los principales militares mariscalistas, y en los principios de agosto el gobernador Adams se entregó a las fuerzas de Maycotte, quien fungía en la campaña militar antimariscalista como superior de don Rómulo.
Fue en este tramo histórico del estado de Guerrero, en este complejo ambiente político de nuestro estado de fines de la segunda década del siglo XX, cuando la sociedad civil de Chilpancingo, encabezada por su presidente municipal Francisco D. Celis llevó a cabo la heroica defensa de la plaza de esta población –a principios de mayo de 1918– valiente hecho que impidió la toma de Chilpancingo por fuerzas mariscalistas, comandadas por Pablo Vargas (ex comandante militar mariscalista de Chilpancingo) que venían de la costa, y por fuerzas zapatistas lideradas en esta ocasión por un revolucionario simpatizante de la causa de Zapata (enfrentado también al presidente Carranza) llamado Cenobio Mendoza, que provenían del norte del Estado, y que se habían aliado para la toma de Chilpancingo, por su anticarrancismo común, pues esta población nuevamente era la sede de los poderes que habían sido trasladados a Acapulco por don Julián Blanco en 1915, y habían durado allá hasta noviembre de 1917, fecha en la cual habían vuelto a su sede oficial, y obviamente bajo la bandera constitucionalista.
Al recibir Don Francisco D. Celis un ultimátum para rendir la plaza, bajo la amenaza de que si no lo hacían, ésta sería tomada por las armas de las fuerzas militares que rodeaban a la población, éste, convocó a una reunión a su cabildo y a los representantes de los barrios de Chilpancingo, para decidir si se rendían y entregaban la ciudad o bien la defendían de los enemigos del gobierno federal constitucionalista de don Venustiano Carranza. En aquella reunión, se tomó el acuerdo de no rendir la plaza, y tomar la defensa en sus manos hasta la muerte, para impedir que los asaltantes mancillaran sus hogares, a pesar de ser superados en número y en armamento, no obstante, que la capital contara además de los voluntarios civiles con un reducido destacamento militar constitucionalista.
La defensa de la plaza fue muy bien planeada por los dirigentes de este grupo de voluntarios encabezados por el presidente municipal, quienes hicieron unas trincheras de adobe reforzadas con alambradas en las principales entradas a la ciudad, con la finalidad de limitar o impedir el avance de los atacantes; dentro de ese cerco de adobes, se concentró la defensa, mientras que en una casa ubicada en pleno centro de Chilpancingo se refugiaron todos los niños y la mayoría de las mujeres, bajo el cuidado del sacerdote local Margarito Escobar, aunque algunas de ellas, rechazaron el refugio y se unieron a la lucha abierta, apoyando a los voluntarios con diversas actividades.
Los grupos de atacantes ignoraban totalmente lo que les esperaba al intentar ingresar por la fuerza a Chilpancingo, y conociendo lo reducido del contingente militar que tenía la capital, veían con mucho optimismo su ingreso forzado a Chilpancingo; el triunfo iba a ser seguro y rápido decían los sitiadores, pues la población que defendía a la ciudad no podía recibir auxilio de ninguna parte. Seguramente, su desconocimiento de los planes preparados por los ciudadanos para defenderse en forma ordenada y eficaz, hacía que los experimentados asaltantes menospreciaran la defensa de la ciudad.
Don Francisco había colocado a la gente más fuerte y joven o más experimentada en el uso de armas –acompañada de la pequeña fuerza militar leal al gobierno federal– parapetados en las trincheras ubicadas estratégicamente, para impedir el paso de los sitiadores en forma tenaz hasta vencer o morir; esto lo reforzó con tiradores ubicados en los techos de casas que rodeaban las trincheras; así, fueron recibidos a tiros los invasores cuando pretendieron entrar a la población por varios frentes a las 7 de la noche del día 2 de mayo de 1918, con la firme determinación de llegar hasta el centro de la capital.
Fue el grupo de zapatistas el primero en intentar la toma de la plaza  por la entrada norte de la ciudad. Los asaltantes habían esperado a que llegara la oscuridad de la noche para atacar, pensando que estas circunstancias los iban a favorecer, pero esto, ayudaba más a los defensores, pues aún en lo oscuro conocían perfectamente el terreno y el entorno, hecho que hacía que conociendo por dónde iban a entrar, ubicaban mejor a las fuerzas enemigas, mientras que los invasores ignoraban dónde estaban distribuidos los tiradores, y basaban toda su estrategia de ataque en la tumultuaria y ruidosa entrada de docenas de atacantes creyendo que con ello, harían retroceder de inmediato a los apanicados defensores.
Pero el ataque falló, pues los intrusos (quienes eran vistos por la población como viles bandoleros) perdieron de inmediato a muchos de ellos, que cayeron muertos o heridos por los certeros balazos de la defensa, y aunque llegaron hasta la Alameda, fueron rechazados violentamente en ese punto –inclusive con gente que luchaba “cuerpo a cuerpo” con machete en mano– hecho que los obligó a salir precipitadamente de la población. Al unísono, en el lado este y sur de Chilpancingo, se enfrentaban las defensas contra los invasores, frustrando en estos puntos la entrada de las huestes mariscalistas, hecho facilitado por la soldadesca, quienes –para alumbrarse y provocar pánico entre la población– urdieron quemar unos jacales de palma que estaban en la orilla de la ciudad, dando oportunidad a la defensa de visualizarlos mejor y ser claros blancos para sus disparos.
La lucha fue terrible, y entre el detonar de las armas de fuego y el griterío de los combatientes transcurrieron varias horas de combate; los defensores de Chilpancingo escudaron con bravura sus trincheras, rechazando las embestidas una y otra vez, hasta que obligaron a los atacantes a replegarse. Las fuerzas encabezadas por Pablo Vargas y Cenobio Mendoza –seguramente después de hacer un recuento de los hechos– decidieron en ese momento la retirada, y el primero marchó hacia la costa mientras que Cenobio enfiló hacia Mochitlán. Eran las 3 de la madrugada del día 3 de mayo, cuando los chilpancingueños se dieron cuenta que se habían alzado con la victoria; que habían triunfado defendiendo a su familia, a su ciudad, y al constitucionalismo nacional, sobre fuerzas que seguían ansiando el poder por sobre cualquier cosa.
Con la desaparición del gobierno mariscalista era ya una realidad de que por fin, la fase militar de la revolución en Guerrero había terminado, no obstante que en Tierra Caliente y en la zona Norte del estado continuaban actuando en esa época pequeñas bandas zapatistas. Carranza entonces, designa nuevamente el 16 de diciembre de 1918, a don Francisco Figueroa Mata gobernador provisional de Guerrero, más que nada por la intervención exitosa de don Rómulo en la lucha contra los partidarios de Mariscal, quien estuvo poco más de tres años prisionero, acusado de insubordinación y abuso de autoridad; durante todo este tiempo, hubo un juicio que concluyó con la libertad del militar, quien no cejaba en volver a gobernar Guerrero; sin embargo, el nombramiento de Francisco Figueroa como gobernador provisional por el senado carrancista se lo impidió, y Mariscal, nunca pudo volver al poder a pesar de varios intentos; el último de ellos fue cuando Mariscal fue muerto en una escaramuza con fuerzas federales en junio de 1920, cuando trató de internarse en Guerrero proveniente de Manzanillo, con la pretensión de intentar volver nuevamente al poder, aprovechando que pocos meses antes habían asesinado al presidente Carranza en Tlaxcalantongo.
*Ex Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI,  A.C.
 

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