El sonido y la furia

Juan Villoro

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19 julio,2018 6:50 am
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Juan Villoro/ Agencia Reforma
 
Francia llegó a la final como el equipo dominante de Rusia 2018, pero tenía enfrente a legionarios croatas que habían atravesado las duras estepas de tres tiempos extra: once guerreros entrenados por un místico, Zlatko Dalic, que en sólo diez meses de frotar el rosario convenció a su grey de que el milagro era posible.
Hace dos años, en forma inesperada, Francia perdió la final de la Eurocopa ante Portugal. Didier Deschamps administró las fuerzas de su selección para que no pasara lo mismo y fueran de menos a más. En la fase de grupos, no derrocharon esfuerzos. Mbappé, Griezmann y Pogba ofrecieron relámpagos, pero el jugador emblemático era Giroud, centro delantero que no anota, pero emprende una lucha de trincheras.
En los partidos posteriores, Francia comenzó a desplegar su sinfonía. La final fue un estallido portentoso, realzado por la furia de Croacia, nunca exenta de calidad.
Ante el país que inventó la Enciclopedia, Perisic definió lo que es la anotación perfecta. Por su parte, a los 19 años, Mbappé anotó desde fuera del área un gol de doctorado y el viejo Mandzukic mostró virtudes de novato del año: con el marcador 4-1 en contra y las rodillas destrozadas, corrió para presionar al portero Lloris, que recompensó su enjundia con una pifia. Fiel a su código de honor, Mandzukic no se rebajó a sonreír.
La FIFA ha descrito a Rusia 2018 como el mejor Mundial de la historia. Después de los escándalos de 2015, que llevaron a la destitución del corrupto Joseph Blatter, la FIFA procura lavar su imagen con algunas medidas acertadas (el VAR, el cuarto cambio en los tiempos extra, el fair play como criterio de desempate) y concesiones al país que investigó sus turbias finanzas (el Mundial de 2026 para Estados Unidos, en el que México y Canadá serán meras comparsas). Al decir que este fue el mejor Mundial, la nueva FIFA se elogió a sí misma.
Ha habido Mundiales de tedio (Italia 90, Estados Unidos 94) y otros de leyenda (Chile 62, México 70, México 86). Más allá de estas inútiles comparaciones, vimos imponentes goles de media distancia, remates de cabeza excepcionales, atajadas inverosímiles y errores de estrépito de los porteros. Perú ofreció un recital que hubiera sido magnífico de haber incluido el gol; Colombia atacó con un defensa de realismo mágico, Yerry Mina, que levita para rematar; Uruguay disputó cada jugada como si fuera la última; Rusia, que carecía de otro pedigrí que ofrecer vodka de bienvenida, mostró la inaudita fuerza de los débiles; Bélgica dio una lección de geometría, y México, al modo bíblico, fue creativo una semana.
Ciertas decepciones pertenecen a la épica. Los derrumbes de Alemania y España fueron trepidantes. Los de Neymar sólo fueron derrumbes.
El mejor jugador también fue el que más corrió: Luka Modric, fugitivo de la guerra que de niño usaba espinillera de madera y caminaba cuatro kilómetros para llegar a un campo de juego.
Como a la gloria le gustan los rodeos, África llegó a la cumbre vestida de Francia. En tiempos de xenofobia, los azules recordaron que lo mejor de un país viene de otro. Si Modric corre con el apremio de los prófugos, Mbappé corre como un migrante en plena cancha.
Kolinda Grabar-Kitarovic, presidenta de Croacia, logró lo insólito: dio relieve al palco de honor y perfeccionó su carisma abrazando a ganadores y perdedores bajo la lluvia.
Rusia 2018 suspendió el sentido de la realidad.
Volvemos a la vida común.
Pero en la soledad de los estadios, ya vuelve a crecer la hierba.
 

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