Estado de México: el lugar que engulle a las mujeres

Juan Carlos, "El monstruo de Ecatepec", pudo asesinar en más de una ocasión a las mujeres porque la inacción de las autoridades de la tierra del feminicidio ha...

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14 octubre,2018 4:11 pm
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A comienzos de 2012, Araceli González, Jorge Miranda y la única hija de ambos, Luz del Carmen, de 13 años, se quedaron sin casa. El que entonces era su casero les pidió desocupar el lugar sin muchos días de antelación. No tenían ni tiempo ni dinero para buscar algo más adecuado, así que buscaron de forma apresurada un lugar para rentar en la colonia Jardines de Morelos, en Ecatepec.
Encontraron alojamiento en una vecindad: un solo cuarto en medio de una decena de familias. Ahí Araceli embutió la estufa pequeña, una mesa de cocina, una salita roja, la televisión y dos colchones que cada noche debían acomodar uno junto al otro, para irse a dormir. Ni la construcción ni los vecinos eran realmente hospitalarios, pero era lo único para lo que les alcanzaba. Además, se sentían de alguna forma seguros, ya que años atrás, cuando Luz nació, la familia vivió varios años en esa misma colonia.
Jardines de Morelos se encuentra aproximadamente a nueve kilómetros (unos 20 minutos) de Los Héroes Tecámac.
En la temporada cuando la familia se mudó, Araceli asumía casi toda la carga económica. Su esposo, Jorge, sufría problemas de adicción, así que ella sostenía a los tres. Pasaba el día entero cuidando casas y familias ajenas, en barrios igualmente ajenos, además de lejanos.
Salía muy temprano por la madrugada para cruzar los 40 kilómetros y las dos horas y media de tráfico que la separaban desde el cuarto que habitaba en Ecatepec hasta la exclusiva zona de Tecamachalco donde cuidaba a una persona enferma.
El jueves 12 de abril de 2012 –casi un mes antes de la desaparición y feminicidio de Bianca– no fue la excepción. Araceli ya estaba de pie a las cinco de la mañana cuando vio a su hija dormida, en el colchón de junto. Antes de irse, la arropó y le dio un beso; no la despertó, era Semana Santa y no había clases.
A las 7, Jorge preparó su cajón de boleador de zapatos y también dejó la casa. Cuando él se fue, Luz seguía dormida, pero a los pocos minutos la llamó para asegurarse de que no había dejado la estufa prendida. Con voz adormilada, ella dijo que no, que todo estaba bien; colgaron. Luego volvieron a hablar alrededor de las 10 de la mañana.
Después de esa hora, todo son dichos, suposiciones. Algunos vecinos la vieron al filo del mediodía, sentada en las escaleras de la vecindad, llorando. Un niño de 11 años, vecinito suyo, se acercó a hablar con ella. Platicaron un rato y luego cada quien entró a su casa. Ella salió de nuevo a eso de las dos de la tarde para buscar a una amiga suya que vivía en la cuadra. No la encontró y regresó de nuevo a casa. No se sabe qué pasó entre las dos y las 5:30 de la tarde, cuando Jorge llegó a casa. Encontró la puerta entreabierta y la televisión prendida. Las llaves de Luz se encontraban sobre la mesa; su suéter, sobre la cama; el cargador del celular, donde lo dejaba siempre: colgado de un clavito en la pared. No faltaba dinero ni ropa ni cosas personales; sólo Luz, la ropa que vestía y su celular. Jorge le marcó, pero el número se encontraba apagado.
Araceli y Jorge la buscaron con sus amigas y por la calle, sin éxito. Al día siguiente fueron al Ministerio Público de San Cristóbal, Ecatepec, para levantar la denuncia. Los agentes alegaron que, pese a tratarse de una menor de edad, la denuncia sólo se haría válida hasta que pasaran 72 horas de la desaparición; insinuaron que la hija no parecía tener 13 años, que por el contrario aparentaba más edad. “De seguro se fue con el novio a tomar unas chelas a Acapulco y regresa en tres días”, remataron.
Los padres tapizaron Jardines de Morelos y la colonia vecina, Lázaro Cárdenas, con volantes que ellos mismos imprimieron. “¿La has visto? 13 años de edad, 1:65 de estatura, tez morena clara, ojos grandes. Señas particulares: acné en la cara y un lunar en la nariz”. La fotografía que acompaña el volante, y que se replicó durante los siguientes cinco años, muestra a una niña de cara redondita, de nariz pequeña, reprimiendo una sonrisa y mirando con ojos vivaces a la cámara.
Era alta, grande y llamativa. Como su madre, Araceli. En los volantes pusieron cono referencia el teléfono celular de Jorge, pero las amigas de Luz pensaron que sería más fácil que alguien se animara a marcar si se trataba de un teléfono fijo, así que los quitaron e hicieron unos nuevos, esta vez con los teléfonos de sus casas particulares.
Pasaron los días y los judiciales insistían en la hipótesis de la escapada a Acapulco. Pero el novio de Luz, un chico de su edad y de su escuela, se encontraba en casa y no sabía nada de ella. Entonces la familia quiso hablar con el niño que se acercó a Luz cuando lloraba. Éste, asustado, les dijo que no sabía nada; y sus padres dijeron que su hijo no tenía nada de qué hablar, así que les prohibieron interrogarlo más. Luego hablaron con los vecinos, y Araceli comenzó a desconfiar de uno en particular, un hombre de unos 50 años que vivía justo frente al cuarto de los Miranda González, que miraba con lascivia a las niñas, su hija incluida, y era amigo de policías. En la vecindad decían que tenía burdeles en el cerro de Chiconautla. Bueno, no exactamente burdeles, sino cuartitos improvisados con niñas a las que mantenía drogadas contra su voluntad.
El cerro de Chiconautla es un lugar “sin ley”, tiene una división administrativa caótica; el terreno pertenece a tres municipios: Ecatepec, Tecámac y Acolman.
El 17 de abril de ese año llegó un mensaje al celular de Jorge desde un teléfono desconocido. “Yo le doy de comer a su hija y El Güero José Guadalupe viola a su niña todos los días. Si quieren verla está aquí en las carrocerías afuera de La Guadalupana La Venta. Sobre la carretera de Texcoco”. El lugar referido estaba a unos 10 minutos del hogar de Luz. Pronto llegaron más mensajes, y quien los enviaba los instaba a apresurarse, porque según él, El Güero ya había matado a otra niña en enero y había dejado el cuerpo cerca de las vías del tren, por la colonia Lázaro Cárdenas (a seis cuadras de la casa de Luz).
Los policías fueron a investigar la dirección proporcionada. Efectivamente existía un Güero en el domicilio, pero dijo no tener a ninguna niña. Para colmo, los policías se retiraron sin entrar al lugar. A los ministeriales les parecía “improbable” lo del rapto, así que forzaron la hipótesis de que Luz había escapado por estar embarazada. Pero Araceli sabía que su hija tenía su periodo cuando desapareció. Entonces, los ministeriales elaboraron su “línea de investigación principal”: como el papá era adicto, de seguro la había vendido por dinero o sustancia. Al parecer, si el padre la había vendido, la desaparición de una niña de 13 años dejaba de ser su problema, y se trataba de un asunto “de la vida privada”. Ante esto, Jorge los recriminó:
–Si es así, tráiganla. ¡Métanme a mí a la cárcel pero encuentren a mi hija!
Araceli insistió en interrogar al vecinito que habló con su hija el día en que desapareció. Los agentes finalmente programaron una entrevista, pero justo unos días antes, el niño murió en circunstancias violentas. La versión “oficial” fue que el niño regresaba de visitar a un amigo en la colonia Lázaro Cárdenas y al cruzar las vías del tren –las mismas que referían los mensajes anónimos–, “no se fijó” y el tren lo mató. En la colonia, sin embargo, algunos vecinos afirmaban que se trató de un suicidio infantil, otros, que lo habían asesinado.
No se pudo hablar con el vecinito, la policía no indagaba el origen de los mensajes y tampoco investigaba el celular de Luz del Carmen. Los agentes a cargo alegaron que no tenía caso, porque de seguro para entonces los captores habrían tirado el chip del celular de la niña. Sin embargo, a inicios de junio, su padre volvió a marcar y entró la llamada. Del otro lado de la línea un hombre dijo que había comprado el chip en una agencia telefónica localizada en la colonia Agrícola Oriental.
Sobre el teléfono desde el que recibieron los mensajes anónimos, la investigación sólo arrojaba la ubicación de las antenas: el cerro de Chiconautla, a unos cuantos kilómetros de Jardines de Morelos y muy cerca de la colonia Lázaro Cárdenas; en realidad muy cerca de donde, según las habladurías, el supuesto vecino tratante tenía los cuartitos clandestinos y la niñas drogadas.
Araceli y Jorge insistieron durante muchos meses que se investigara al vecino señalado, pero los ministeriales “no le veían caso”. En cambio, el hombre en cuestión alegó sentirse acosado y se mudó de domicilio. Se fue a vivir un poco más cerca del cerro de Chiconautla, en la colonia Lázaro Cárdenas.
Así pasaron los meses y llegó otro año. El 17 de julio de 2013, en la avenida Ferrocarril, a la altura de la colonia Lázaro Cárdenas, unos caminantes vieron, entre el cúmulo de basura y escombros que la gente avienta ahí, un costal de rafia blanco semienterrado, del que únicamente asomaban bolsas de basura negras y un cráneo humano. Tras la denuncia del hallazgo, agentes de la policía levantaron el cuerpo y lo llevaron al Semefo que se encuentra junto al Ministerio Público de San Cristóbal, Ecatepec, y que según se dice tiene una sobrecarga de trabajo, pues recibe entre cinco y ocho cuerpos diarios (el mismo en el que los padres de Luz denunciaron la desaparición de su hija, un año antes). Ahí, un médico forense realizó su peritaje. A grandes rasgos estableció que se trataba del cuerpo de una mujer de entre 18 y 22 años envuelto en bolsas de plástico negras, dentro de un costal de plástico blanco.
El cuerpo no tenía las extremidades inferiores. Como sucede en casi todos los casos de desmembramiento, el forense a cargo se apresuró a concluir que la fauna, es decir, los perros callejeros, habían devorado el cuerpo, sin precisar cómo había ocurrido, dado que la parte correspondiente a las piernas estuvo enterrada hasta el momento en que la levantaron los agentes y peritos.
Los escuetos informes judiciales sobre la muchacha de las vías del tren sólo arrojan omisiones: no se acordonó el lugar del hallazgo ni se buscaron las extremidades faltantes. Más tarde, los peritajes médicos mostraron otra falla: no hubo tal extracción de una muela del juicio. ¿De dónde sacaron los peritos que había una cirugía dental? Hasta la fecha no se sabe. El servidor público que realizó aquel reporte ya se jubiló, y los ministeriales alegan que puede negarse a declarar. También se extrajo ADN de los restos y se comparó con las muestras de familiares de personas desaparecidas del área (las tres adolescentes desaparecidas entre diciembre de 2012 y febrero de 2013). Fue negativo, pero a los papás de Luz del Carmen nunca los llamaron.
Un mes después del hallazgo de los restos en las vías del tren, otra niña desapareció en Jardines de Morelos. Luz del Carmen y Luz María no sólo comparten el nombre, sino también una infancia difícil, y haber sido privadas de su libertad prácticamente en la misma esquina.
Texto y foto: Lydiette Carrión
El peor lugar para una mujer en México
Tras el caso de Juan Carlos “N” quien asesinó a por lo menos 20 mujeres (aún por verificar) en el Estado de México, más que nunca cobra sentido la frase reiterada por personas relatoras de Derechos Humanos: “la impunidad es la puerta abierta a la repetición”. Juan Carlos pudo arrebatarles la vida porque no hay autoridad que esté investigando los crímenes, por lo tanto, no hay sanción contra feminicidas y la repetición es una garantía.
Más allá de su estado emocional y mental, Juan Carlos es la muestra de la brutal impunidad en el Estado de México, la que ha permitido que siga libre Isidro López, uno de los feminicidas de Nadia Muciño (2004).
La tierra del feminicidio es gobernada por Alfredo del Mazo Maza, el tercero de su familia que ha gobernado esa entidad y quien en campaña prometió “cambiar lo que haga falta y mejorar lo bueno que ya tenemos”.
Como no dijo qué sí cambiaría, empecemos por darle algunas pistas: la impunidad, la injusticia por justicia, mirar a las ciudadanas y sus Derechos Humanos desde su obligación de protegerlas y no sólo como votos a ganar, son de las cosas que hacen falta cambiar para garantizar la no repetición.
Juan Carlos “N” vivía en Ecatepec, uno de los 11 municipios que contempla la Alerta de Violencia de Género que por cinco años las organizaciones y las víctimas demandaron declarar en todo el Estado de México, pero que fue obstaculizada con todo el poder político del entonces gobernador, Enrique Peña Nieto.
Tres años después de “puesta en marcha” la Alerta de Género y ante la exigencia de las organizaciones y víctimas de una segunda declaratoria, se conoce del multifeminicida.
Juan Carlos “N” pudo asesinar en más de una ocasión a las mujeres porque la inacción de las autoridades de la tierra del feminicidio ha dejado el camino fértil para todos los Juan Carlos, Isidros, o el nombre que sea, porque no han revertido las condiciones que generan y permiten que existan los crímenes contra las mujeres.
Porque pese a las cifras, las historias de horror de las madres que buscan desesperadamente a sus hijas, por las decenas de niñas y niños huérfanos del feminicidio y las evidencias de la gravedad, las autoridades del Estado de México han optado por la simulación, como en la mayoría de las entidades federativas que tienen Alerta de Género.
Todos los funcionarios  que buscan eludir su responsabilidad y esquivar la Alerta de Género, aseguran que “no hay tantos crímenes, que las organizaciones exageran, que son hechos aislados”, que ellas se suicidaron, y una larga y vergonzosa lista de etcéteras.
Las autoridades del Edomex se equivocan una y otra vez, los Juan Carlos no son un hecho aislado, son el producto de una estructura social, política, cultural y económica que ha normalizado la violencia contra las mujeres, que la justifica, y fomenta la acción violenta de los hombres como parte de su identidad masculina.
Los hombres que asesinan a las mujeres producto de su odio y desprecio, lo hacen porque saben que difícilmente la justicia hará su trabajo, porque si llegan al sistema penal, podrán alegar celos, frustración, alguna enfermedad mental o dirán que estaban fuera de sí o cualquier otra cosa que les será tomada en cuenta para justificar su crimen.
El Estado de México ha perdido ocho años para detener el feminicidio y quienes han pagado las consecuencias son las mujeres. Cifras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio del 2015 al 2016 contabilizaron 626 asesinatos de mujeres en el Edomex; en 296 se iniciaron investigaciones por feminicidio y de éstas 10 por ciento tiene una sentencia.
De acuerdo con la organización IDHEAS, las desapariciones de mujeres en el Estado de México han aumentado en 227 por ciento en los últimos tres años, de los cuales uno le corresponde al actual gobernador, Alfredo del Mazo Maza.
Desapariciones especialmente en los municipios de Toluca, Ecatepec, Nezahualcóyotl, Chimalhuacán y Cuautitlán Izcalli. Tres años en los que probablemente Juan Carlos asesinaba sin ser “descubierto”.
¿Dónde estaban las autoridades? ¿En qué hoyo metieron sus cabezas gobernadores y presidentes municipales? ¿Cómo es que la federación no interviene para salvarle la vida a las mujeres?
Además de “cambiar lo necesario” Alfredo del Mazo Maza, prometió pena de cárcel e inhabilitación de por vida a funcionarios públicos corruptos; programas de seguridad en el transporte público; crear una fuerza policial especialista en Derechos Humanos y género; luminarias y cámaras.
¿A cuántos funcionarios meterá a la cárcel por no hacer su trabajo?, cuando se les paga por ello y su inacción permite que los feminicidas anden sueltos. ¿Dónde está la fuerza policial que entenderá que toda petición de auxilio de las mujeres debe ser atendida, que todo acto de violencia contra mujeres y niñas debe ser sancionado?
En la tierra del feminicidio es necesario que el gobernador tome acciones de emergencia para resguardar la vida e integridad de mujeres y niñas que viven o transitan por la entidad a la que prometió servir y no servirse de ella.
Si Alfredo del Mazo mira para otro lado aun teniendo la evidencia, veremos crecer la cifra de desapariciones y feminicidio y con ello la responsabilidad del gobernador por no haber hecho nada para evitarlo.
Texto: Lucía Lagunes, directora General de CIMAC, Cimacnoticias 
Twitter: @lagunes28
 

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