“Hago danza, coreografía, discurso, y pongo el cuerpo adelante”: Emmanuel Pacheco

“Soy profesor de hip hop y de jazz. Después de la ausencia de mi hermano, yo seguí escuchando esas canciones. Me di cuenta de que muchas de ellas...

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30 diciembre,2017 9:00 am
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Ciudad de México, 30 de diciembre de 2017. De 2011 a la fecha, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas del Fuero Común contabiliza a 11 desaparecidas en Nacozari, Sonora. Pero esta cifra no toma en cuenta al hermano de Emmanuel Pacheco.

Se llamaba Iván.  Su padre decidió que no acudirían a las autoridades después de su desaparición, por miedo a perder otro hijo en el proceso.

Iván fue el único de los cuatro hermanos de Emmanuel que lo vio bailar. Ocurrió en la década pasada. Iván llevó a unos alumnos de secundaria a Hermosillo para ver el ballet de El cascanueces, donde Emmanuel participaba. De niños se llevaban fatal. Ahora que lo recuerda, Emmanuel se ríe al pensar que aquel hermano que lo trataba “con la punta del pie” se había vuelto su mejor amigo. Ninguno de sus otros hermanos lo ha visto en escena. “Somos puros hombres, vaqueros, sonorenses, ¡no mames! Respetan lo que hago, pero no les interesa”.

Emmanuel sustrajo del álbum fotográfico de su madre una foto de Iván cuando era pequeño, luego se fue a estudiar el máster en Prácticas Escénicas y Cultura Visual de la universidad de Castilla La Mancha, en España, en 2015. No fue sino hasta que salió del país, que tomó conciencia de que había una razón más poderosa para irse que la de los estudios superiores: necesitaba tomar distancia de lo que había pasado con Iván. En su escritorio de trabajo colocó la fotografía de su hermanito, disfrazado de policía y con una señalización de tránsito que indica ALTO.

La primera vez que Emmanuel presentó Esta pieza no es para mi madre fue en el teatro Pradillo de Madrid, en 2016. “A mí, esta pieza me ha servido de catarsis, para poder hablar del asunto. Antes no podía”, porque la desaparición de un ser querido arrebata la palabra. El sentido de cada cosa cambia, se trastoca.

Una desaparición altera, por ejemplo, el sentido de la música, que es una de las dos cosas que más le interesan a Emmanuel; la otra es la moda. Ambos elementos lo han acompañado como ejecutante dancístico y coreógrafo desde sus inicios. “Mis obras eran caprichos –dice–. Escenas bonitas, con bailarines bonitos y coreografías bonitas. Fin. Yo era un niño pijo (fresa) que nada más atendía a lo que estaba de moda y lo que sonaba en la radio”.

Pero desde la primera vez que presentó Esta pieza no es para mi madre en Madrid, y hasta ahora, la música –de beats energéticos y líricas simples en apariencia– adquirió otro significado.

Pop que se vuelve reclamo

En la oscuridad del escenario, se impone un rectángulo luminoso: es la proyección de una imagen borrosa. Emmanuel se coloca a la diestra de esa imagen, al tiempo que una sucesión de canciones revienta las bocinas: Gwen Stefani, Justin Bieber, Lykke Li, Santigold, Röysopp. Canciones que hablan de ausencias y de apegos, que en una primera lectura podrían considerarse canciones para enamorados o heridos, pero que, dentro de la obra, se convierten en referencias al hueco que deja el hermano que ya no está. Sobre la proyección, algunas frases de las canciones se reproducen para ser leídas. Su peso y su significado se transforma: son líneas que han dejado de pertenecer a una canción bailable, ahora dan cuenta de la angustia, del deseo de huir, de la rabia, del reclamo.

“Soy profesor de hip hop y de jazz. Después de la ausencia de mi hermano, yo seguí escuchando esas canciones. Me di cuenta de que muchas de ellas me hacían recordarlo”.

La música fue el último engranaje de la pieza. El primero fue esa imagen borrosa, que no es sino la fotografía de Iván que Emmanuel se llevó con él. Delante de ella, frente al público, Emmanuel baila al ritmo acelerado de las canciones que durante 46 minutos suenan una tras otra: Slow Magic, Skrillex & Diplo, Porter Robinson. Es un hombre solo, que se mueve al ritmo de la música como si estuviera en el momento cumbre de la fiesta. Pero está solo.

“Explico lo que siento de esta manera: desde la desaparición, estoy parado en un espacio suspendido, mientras que alrededor todo se mueve de forma acelerada. Cada que me acuerdo de mi hermano, me siento como si estuviera encapsulado, mientras que alrededor todo sigue su curso. En cambio, cuando estoy con la mente ocupada y no pienso en él, siento que afuera el mundo se ha detenido, mientras que yo avanzo de manera acelerada”.

Unas cuantas perlas aisladas se convierten en una cascada, el sudor brota y empapa el rostro, los brazos, el tórax de Emmanuel. Son casi 50 minutos en los que no se detiene. Brinca, mueve los brazos, su cabeza sigue el ritmo de los beats. Baila como si el mundo se acabara al día siguiente, o como si estuviera dispuesto a morir bailando en ese momento.

En un inicio, cuando apenas planteaba la pieza, se dio cuenta de que sólo estaba bailando por bailar, que eso no le significaba nada. Entonces decidió hablar de la resistencia: no es un hombre que baila solo. Es un cuerpo que sigue en movimiento en un país donde hay cuerpos que ya no se ven.

“El cuerpo resiste, espera, está presente y habla de lo que sucede. Se hace de responsable de las cosas que aquí pasan”.

Es el cuerpo con discurso. Mientras Emmanuel baila, en la imagen borrosa se proyecta un texto. El público sabe que Iván era su hermano, que está desaparecido, que desde que él no está, la existencia se ha convertido en un absurdo donde el tiempo se ha modificado y el cuerpo sigue resistiendo, sigue en movimiento, sin tener claro a dónde va ni cuál es el sentido de todo esto. La imagen va tomando forma. El ceño fruncido de Iván adquiere claridad, al igual que su traje de policía y el señalamiento de tránsito que enfatiza: ALTO.

Si no te toca, no te duele

Más de 30 mil desaparecidos en México. Alto.  Alto. Alto. La última palabra se repite como un eco, cuando la música se detiene.

“La situación en México no es nada sencilla. Pero no la volteas a ver sino hasta que te roza y te raspa la piel. A mí me pasaba igual. Si no te toca, no te duele. Ahora creo que tenemos que observar lo que pasa y hacernos responsables de darlo a conocer, porque las autoridades no hacen nada. Después de esta pieza me cuestiono qué quiero lograr con mis trabajos. Qué voy a decir. A quién. Por qué lo voy a decir. Me interesa hablar de lo que pasa y que los cuerpos, aunque sea uno o dos, se asuman como cuerpos con decisiones, posturas ante la realidad y con algo importante qué decir”.

Esta pieza no es para mi madre toma su nombre de una charla de Emmanuel con un amigo. Cuando éste le preguntó qué pensaba hacer el día que su madre viera la obra, Emmanuel respondió que eso no sucedería, pues la pieza no era para ella. Además de Madrid, se ha presentado en Hermosillo y la Ciudad de México. En 2018 se presentará dentro de la programación del ciclo de experimentación coreográfica Otras Corporalidades, en el Teatro de la Danza de la Ciudad de México. Su madre, en efecto, jamás ha visto la pieza. Emmanuel no pretende que eso ocurra nunca. Cada uno de los miembros de la familia tiene sus ritos personales después de la desaparición de Iván. La madre, cuenta Emmanuel, tiene un altar en la cocina, que es donde pasa la mayor parte del tiempo. Su padre construyó una casa de campo y ahí se refugia todos los días. Uno de sus hermanos, colocó fotos de Iván en toda la casa. Iván hizo de su ausencia, la pieza con la que se graduó del master.

“Memoria y ausencia. Desaparición y tiempo. Son los puntos que mueven esta obra. Yo no era una persona que estuviera al pendiente de los asuntos políticos. Ahora creo que todo me atañe. Hablo de eso desde mi propia experiencia y mi trabajo. Yo hago danza, hago coreografía, hago discurso y pongo el cuerpo adelante”.

 

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: El Sur.

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