Hay esperanza

Carlos Monsiváis, el mejor lector de los pulsos vitales de la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX, escribió poco después del terremoto del 19 de...

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22 septiembre,2017 8:25 am
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Hay esperanza

Arturo Santamaría Gómez

Carlos Monsiváis, el mejor lector de los pulsos vitales de la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX, escribió poco después del terremoto del 19 de septiembre de 1985 que, como reacción al cataclismo, había nacido la sociedad civil –es decir los ciudadanos organizados por sí mismos– en México.

Ya había antes pequeños núcleos de mujeres y hombres organizados al margen del gobierno, partidos, empresas y sindicatos corporativizados, pero eran muy pocos y un buen número de ellos estaban ligados a organizaciones políticas de izquierda y derecha; es decir, no eran organismos ciudadanos plenamente autónomos, aunque su labor fuera valiosa.

En efecto, tal y como nos los dijera el finado Monsiváis, tan necesario en estos momentos para entender uno de los momentos más oscuros de nuestra historia, el flujo organizativo más sano e independiente de los mexicanos nació en esos momentos.

En esas primeras horas vimos a gente de todas las edades y condiciones sociales, antes que cualquier institución gubernamental, rescatando gente y sumándose a todas las tareas de ayuda. Sin embargo, fueron las personas más humildes quienes se sumaron de inmediato a las labores más riesgosas. Les platico un ejemplo:

Mi esposa y yo teníamos diez días de haber llegado a la Ciudad de México para trabajar y estudiar, y nos alojamos en un edificio en la esquina de las calles San Luis Potosí y Tonalá, en la colonia Roma. Justo enfrente se cayó un edificio de cinco pisos. El estruendo fue mayúsculo y al asomarnos a ver lo que había sucedido, cuando todavía estaban cayendo restos del edificio y la polvareda era densa, un lustrador de zapatos que desde muy temprano trabajaba afuera del Hospital Santa Fe, ubicado a unos cuantos metros de la tragedia, ya estaba desalojando escombros tratando de rescatar vidas sólo con sus manos. Es una imagen imborrable de un hombre humilde de extraordinario valor y ejemplar solidaridad. Y casos como esos se repitieron durante varios días a lo largo de la ciudad.

Estas escenas heroicas y solidarias nuevamente se repiten en 2017. Les narro lo que he visto.

Partí de Mazatlán el miércoles 20 a mediodía y al llegar al aeropuerto de la Ciudad de México, el piloto nos informa que venían con nosotros enfermeras y doctores mazatlecos que se sumaban a las tareas de auxilio médico a los afectados por el terremoto. Todos los pasajeros irrumpimos emocionados en aplausos para ellos.

Al salir del aeropuerto todo parece normal. No hay edificios afectados, no se observan rescatistas ni centros de acopio. El tráfico es intenso como es normal en la ciudad. Sin embargo, al acercarnos a las zonas dañadas la atmósfera cambia. En las colonias Del Valle y Roma, dos barrios con mucha tradición de la capital, la circulación de los vehículos se desvía, entorpece y por momentos es caótica porque hay calles y avenidas bloqueadas debido a que hay numerosos edificios acordonados. Están cuarteados y desalojados.

Aparecen múltiples centros de acopio de víveres y materiales de primeros auxilios en restaurantes, casas, estacionamientos, escuelas y parques. También hay varios refugios para los afectados y los muchos voluntarios que llegan de todas partes de la ciudad y del país, incluso del extranjero.
Uno de los rescatistas voluntarios que fue entrevistado por Carlos Loret de Mola llegó a la capital pocas horas después del terremoto procedente de Celaya, Guanajuato. En cuanto supo de la tragedia agarró sus arreos de trabajo y se subió a un autobús. Es herrero, o plomero (no recuerdo), y sabía que podía hacer algo. Llegó a la Escuela Enrique Rébsamen, donde la tragedia ha sido muy dolorosa por los 21 niños muertos y atrapados. Aun sin tener ninguna experiencia como rescatista lo habilitaron por sus conocimientos y enorme deseo de ayudar. Se metió a las cavidades de los escombros y ayudó a sacar gente. Salvó vidas. Todo lo contó con naturalidad sin ninguna pretensión. Otro mexicano extraordinario, lleno de generosidad y pródigo de amor al prójimo, a sus compatriotas.

Así como él hay miles de jóvenes voluntarios en las zonas afectadas. Sin distinción de clase social, se mezclan muchachas y muchachos de las escuelas y universidades públicas y privadas. Albañiles e ingenieros. Muchas mujeres, muchas. Decididas y enérgicas. Rockeras y barbies. Pobres y ricas. Todas y todos unidos. Es conmovedor y aleccionador cómo un pueblo puede unirse aunque solo fuese por unos días. Ojalá así fuese el país. Ojalá así sean los mexicanos del futuro inmediato. Ojalá ellos sean la simiente de un México mejor. Los mexicanos de otras generaciones debemos sumarnos a ellos.
No nos han matado la esperanza.

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