“Hay quienes piensan que narrar lo que pasa en la vida diaria es una estupidez; yo no”: Carlos Velázquez

“Las personas más divertidas que conozco, son los amargados –dice Velázquez–. No sé por qué, pero la gente que siempre está feliz y sonríe no tiene la misma...

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28 diciembre,2017 6:50 am
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Ciudad de México, 28 de diciembre de 2017. Cuando escucha la frase “literatura del norte”, Carlos Velázquez (Torreón, 1978) hace una mueca casi imperceptible. No es que abomine el término, es que ya no le encuentra sentido. En algún tiempo fue útil: servía para diferenciar los movimientos literarios que no se gestaban en el centro del país, ni utilizaban el lenguaje del centro del país y mucho menos compartían las realidades del centro del país.

“Ya hemos trascendido ese término”, dice Velázquez, autor de las antologías de cuentos La biblia vaquera, La marrana negra de la literatura rosa y La efeba salvaje, el más reciente. También del libro de crónicas El karma de vivir al norte, que retrata el recrudecimiento de la violencia en la región lagunera a partir de la guerra entre cárteles y el incendio descontrolado que significó la “guerra contra las drogas” declarada por Felipe Calderón al inicio de su sexenio.

Que su narrativa forme parte de una clasificación donde también se ubica a reconocidos autores como Luis Humberto Crosthwaite, Julián Herbert, Élmer Mendoza o Sergio González Rodríguez, le da más o menos lo mismo. “Es una clasificación gratuita, que pinta rayas, marca distancias y parece afirmar: nosotros somos del norte y ustedes háganse para allá”.

Para Velázquez, lo que importa es la narrativa. En La efeba salvaje (Sexto Piso), su cuarto libro de relatos, da muestras de su agilidad para manejar amplios registros de lenguaje y ambientes, además de humor. Un humor que se ausenta en unas historias, pero que es la espina dorsal de otras.

“Las personas más divertidas que conozco, son los amargados –dice Velázquez–. No sé por qué, pero la gente que siempre está feliz y sonríe no tiene la misma capacidad para hacer humor”.

Esta es la conversación que tuvo El Sur con el autor.

* * *

—¿Cuál fue el primer libro que leyó?

—Cien años de soledad (Gabriel García Márquez). Era infame porque describía una realidad que no tenía nada que ver con la mía. Se me hacía demasiado ñoño. Me decepcionó y pensé que ahí no había nada para mí. Luego leí Trópico de Cáncer (Henry Miller) y resultó que la literatura no era tan aburrida ni tan cursi. La literatura era un portento.

Al principio leía mucho porque vivir en un pueblito perdido del norte es bastante aburrido. Los libros fueron de gran ayuda para escapar del tedio. Sí, jugaba basquetbol y hacía otras cosas, pero la verdad es que no había mucho que hacer, más que leer.

—¿Lee para entretenerse?

—Definitivamente. Siempre he considerado a la literatura como un entretenimiento. Con La efeba salvaje, quiero que la gente se entretenga, se divierta. Esto no quiere decir que el libro no tenga rigor literario. Yo, para escribir un libro, me entreno muchísimo. No soy el escritor que se sienta a esperar la inspiración: me pongo a rumiar los cuentos, pienso en ellos, tomo notas y pienso en conseguir ciertos efectos antes de sentarme a escribir. Un ejemplo: para uno de los cuentos de La biblia vaquera, releí El perseguidor (Julio Cortázar) todos los días durante un mes porque ahí encontré una forma y un fondo que yo quería conseguir.

—¿Y cómo evitar la calca?

—Eso de la calca pasa mucho, yo a veces leo autores que parecen simplemente imitadores. Pasa en géneros como la novela policiaca en México, porque los autores trabajan con fórmulas que derivan en facsímiles de libros seriados donde siempre va a pasar lo mismo: el policía corrupto, el narcotraficante chido, el asesino y la víctima.

De las narraciones, creo que se debería de aprender cómo conseguir su forma y estructura. Entender cómo lo hace un autor, para después hacerlo tú. El sólo calcar modelos o fórmulas hace que la literatura sea demasiado repetitiva.

Yo no me siento a escribir pensando:  ‘güey, voy a ser súper original’. Pero en el momento en que escribes algo que es profundamente tuyo, es cuando salen cosas que se diferencian o destacan del promedio general de lo que se publica en el panorama.

—¿Así ha formado su voz?

—No tengo conciencia sobre cómo se ha desarrollado mi voz. Procuro no ser demasiado consciente de mí mismo, eso es muy peligroso. He visto que en México hay muchos narradores que sacan un primer libro cuando son muy jóvenes. Y si resultan elogiados, se paralizan, no publican en cuatro años y después sacan un libro muy malo que la gente recibe mal, porque se han creado altas expectativas sobre ellos.

Yo no quiero crear en mí mismo esa expectativa. Para no tomarme muy en serio, a la hora de escribir procuro divertirme lo más posible. Ese ha sido mi escape, mi fuga. Sería terrible que yo estuviera pensando en el desarrollo de mi escritura, aunque evidentemente tengo ambición.

El problema con la literatura es que es un engaño. Entras a ella todo ingenuo, diciendo: ‘yo quiero contar una historia’. Después, quieres escribir mejor y mejor y mejor. Pero en ese proceso te enfrentas a una gran carga de hostilidad, entras al mercado editorial y empiezas a pensar en otros términos: no en escribir, sino en ser famoso. Por eso lo mejor es no tomarse en serio.

—De vez en cuando debe tomarlo en serio, ¿no?

—La vocación se disfraza. En muchos casos, se disfraza de ingenuidad. No sé hasta qué punto me he tomado en serio a mí mismo, pero yo publiqué, en primera instancia, por travesura.

Publicar un libro era como tocar el timbre de una casa y salir corriendo. Ni sabía que me iba a dedicar a esto. Podría haber hecho otras cosas: vender droga o ser aguador de un equipo de futbol.

—Además de su trabajo literario, frecuentemente publica crónicas y columnas en primera persona. ¿Se ha construido su propio personaje?

—No sé de dónde ha salido esta idea del personaje. Yo escribo pese a ser como soy. Quiero decir: antes de escribir, yo ya era así. No estoy jugando a ser nadie. Lo que pasa es que me gusta y me divierte contar lo que me ocurre.

—¿Cuántos años lleva escribiendo la novela que aún no publica?

—Cuatro.

—Ésa sí se la ha tomado en serio.

—Hay muchos pasajes que he reescrito. Y reescrito. Y reescrito. Nunca me había pasado con ningún libro. Pero si éste lo exige, es lo que tengo que dar. La he reescrito un montón de veces, porque no me salen las cosas a la primera, como yo quisiera. Cuando la empecé, lo hice con un impulso que se mantuvo durante más de 100 páginas y después de eso comencé a tener problemas “de audio”.  Es decir que el tono cambió. Por eso, en lo que estoy metido ahora es en ecualizar mi primer impulso con lo que siguió después. Hasta que no esté satisfecho, no la voy a publicar.

—¿Por qué cree que comenzó a escribir por accidente?

—Yo no sabía a qué iba a dedicar mi vida. Cuando tenía cinco años, mi papá se fue de la casa. Nunca tuve una figura paterna y con mi madre nunca tuve una buena relación. Ella trabajaba y yo pasaba mucho tiempo solo. Cuando estaba por acabar la prepa dije: ya estoy hasta la madre. A la chingada todo esto.

Entonces decidí no estudiar una carrera universitaria. Me clavé con el rock y las revistas especializadas hasta que pensé: “Uy, ¡por fin encontré algo para mí! ¡Dedicarme al periodismo de rock!”. Pero… ¿En Torreón? ¿En los noventa? Un día, alguien me prestó una máquina de escribir y me puse a hacer relatos por ocio.  Pasé de no tener claro absolutamente nada, a tener al menos unos cuentos. Los llevé a un taller literario donde me dijeron: “Esto no es literatura.” Como el taller también contaba con su revista me advirtieron que no los iban a publicar. Ni me entristecí, la verdad. No tenía ningún tipo de ambición.

 Luego se los di a un editor en el Instituto Coahuilense de Cultura, y me dijo que me iba a publicar (Cuco Sánchez Blues, se llama ese primer libro). Otra persona me recomendó meter una solicitud de beca, lo hice, me la dieron. Y dije: bueno, si puedo tener dinero de pedir becas, lo seguiré haciendo (ríe). Pero resulta que esto, escribir, me funcionó a pesar de la visión anquilosada, la idea preciosista que se tiene de la literatura. Hay quienes piensan que narrar lo que pasa en la vida diaria es una estupidez; yo no.

 

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Universidad Veracruzana.

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