quinto mundo

El caso de Isidro El Chiro Galeana, el policía judicial de Guerrero que el 2 de septiembre de 1974 detuvo al profesor Jacob Nájera en la casa de éste y lo entregó a los militares que lo desaparecieron desde entonces, y que murió de un infarto el viernes siendo prófugo de la justicia, se suma a la larga lista de hombres del sistema a los cuales no alcanza el brazo de la ley por más que hayan sido consuetudinarios violadores de ésta.

Fiscales especiales van y vienen y allí están, impunes, los responsables de las masacres de 68 y 71, y de la guerra sucia con su cauda de centenares de desaparecidos; los responsables de Aguas Blancas, El Charco y Acteal; los asesinos de Digna Ochoa. También siguen por allí los perpetradores del desfalco a la nación llamado Fobaproa y los políticos del Pemexgate.

Peligran las posibilidades de desarrollo político pacífico en un país donde no impera el Estado de derecho. Antes de morir, El Chiro estaba en su casa de un pueblo vecino de Acapulco donde lo molestaban sólo los sobresaltos de su enfermedad y no los agentes de la AFI que presuntamente lo perseguían.

La desconfianza acumulada ante las instituciones de justicia, más sus propios errores y protagonismos, hacen del fiscal Ignacio Carrillo un hombre solo, sin ningún apoyo de la sociedad.

En el fondo lo que inquieta es la incapacidad que nos acompaña históricamente para los cambios graduales. Las instituciones formadas para esta estrategia se encuentran en crisis. El IFE, los partidos con sus inmensas prerrogativas, las comisiones de derechos humanos, los fiscales especiales. Y otras, como una prensa no sólo libre e independiente, sino socialmente influyente aún no aparecen.

Como si se repitiese la película de las causas que llevaron a la Guerra de Independencia y a la Revolución. Cuando parecía que se consolidaría en México el desprestigio social de las revoluciones, las instituciones creadas para formar un nuevo paradigma democrático no cumplen con sus funciones. Cuidado.