EL-SUR

Miércoles 03 de Mayo de 2023

Guerrero, México

Opinión

Una elección histórica

Juan Angulo Osorio

Julio 01, 2006

Concluye el domingo la más larga campaña electoral por la Presidencia de la República de la historia del país. A 18 años de la lucha cívica que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas, uno de los políticos que fue atraído por esa movilización popular y ciudadana puede alcanzar la Presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador.
En 1988, la dirigencia del movimiento encabezada por Cárdenas no se atrevió a desatar la resistencia civil contra el monumental fraude electoral con el que llegó a la Presidencia Carlos Salinas de Gortari, y condujo el descontento hacia la formación de un nuevo partido que se propusiera conseguir sus objetivos de transformaciones democráticas y un desarrollo nacional popular por la vía de las elecciones y del parlamentarismo.
El resultado de esta estrategia es muy desigual. El Partido de la Revolución Democrática –nombre que adoptaron los cardenistas y las agrupaciones de izquierda que confluyeron en el 88– se convirtió en una maquinaria electoral que llegó a tener triunfos significativos –el primer gobierno del Distrito Federal y el 25 por ciento de la votación en las elecciones legislativas de 1997–, pero que nunca estuvo cerca siquiera de poder cambiar la correlación de fuerzas que ha permitido la imposición de un modelo económico que concentra la riqueza en una minoría de la población.
Formados sus dirigentes principales en la ideología del presidencialismo, hicieron prevalecer la visión de que para cambiar ese estado de cosas se necesita tener el poder, y que en México ese poder no es ningún otro más que la Presidencia de la República.
Así, cualquier decisión estratégica y todo movimiento táctico debieron subordinarse a la consecución de este objetivo, que se ve ahora al alcance de la mano tras un sexenio de estancamiento económico en el cual creció el número de mexicanos pobres y el de aquellos que emigran hacia Estados Unidos.
Simultáneamente creció de manera exponencial el comercio de drogas ilegales, en el cual se mueven miles de millones de dólares que se disputan con métodos violentos cárteles rivales, lo que ha provocado una crisis en materia de seguridad pública sin precedentes en la historia del país y con graves repercusiones en Guerrero.
El Estado de derecho de por sí precario, dada la debilidad de las instituciones de procuración y administración de la justicia, y la corrupción de policías, jueces y magistrados, se vuelve más una ficción cuando es ilegal el origen de dos de las principales fuentes de ingresos que mantienen al país: el dinero del narcotráfico y el de las remesas que envían desde Estados Unidos los mexicanos indocumentados, para no hablar del comercio informal y del contrabando.
También como nunca en este sexenio se desarrolló el fenómeno de negocios que prosperan no por la calidad de los bienes y servicios que ofrecen al público, sino por la cercanía de sus dueños con el poder político. El tráfico de influencias y el conflicto de intereses han sido moneda corriente en estos seis años, como también el crecimiento de las fortunas de los allegados al poder, incluidos los hijos de la esposa del presidente de la República.
Han pasado ya –desde el gobierno Miguel de la Madrid– cuatro sexenios caracterizados por el desmantelamiento del Estado, el achicamiento de sus deberes sociales, de desprecio del capitalismo productivo en beneficio del especulativo. Cuatro sexenios en los que el país se ha rezagado en comparación con otros de similar desarrollo, y en los que la clase media que ve con frustración esa realidad se ha incorporado también a las filas de los damnificados por un modelo económico que no propicia la distribución de la riqueza. Fox recibió la Presidencia cuando México era la novena economía del mundo, y la dejará seis lugares abajo. Simultáneamente, el país es menos respetado en la comunidad de naciones por la errática política exterior aplicada en este periodo.
Ha sido un largo y dañino proceso de desnacionalización de la planta productiva del país –ya casi ningún producto o servicio son nacionales–; de abandono del campo y de los campesinos; de desmantelamiento de las universidades públicas y de apoyo a la educación privada en todos sus niveles.
Adicionalmente, el país ha asistido al fortalecimiento de una clase política cuyos integrantes –no importa de qué partido sean– nada (o muy poco) hacen por detener el deterioro de la nación concentrada su atención más en conservar las prebendas y los privilegios que dan curules, escaños y cargos administrativos que en brindar un servicio a la sociedad.
Es una clase política mediocre, sometida al poder del dinero y de los medios electrónicos, sin ningún espíritu de trascendencia y habituada a los rejuegos del (mini) poder que transcurren en los pasillos de los palacios de gobierno y de los congresos.
Nada que tenga que ver con las tareas que cultivan el espíritu de una nación, de un pueblo, viene de la partidocracia. Los políticos se rinden ante la televisión que promueve la incultura y la desinformación, y desprecian a la prensa escrita. Mientras, seguimos siendo un país sin lectores de libros y de periódicos. Nuestros principales directores, guionistas y actores de cine emigran a Estados Unidos ante la falta de apoyo en su propio país. Nuestros científicos siguen siendo vistos como aves raras, y su trabajo llega a ser mejor valorado en el extranjero que aquí. Nuestros maestros de todos los niveles ya no son aquellos que tenían el respeto de la sociedad, que les confiaba la instrucción de los hijos.
Las finanzas públicas se encuentran en tal nivel de depresión que ya no se construyen parques ni otros centros de esparcimiento públicos en pueblos y ciudades, y los salarios son tan bajos que millones de trabajadores no tienen acceso a ningún tipo de recreación.
Si en este contexto de profundo deterioro social y moral no gana el candidato que propone reorientar el rumbo del país, querrá decir que pese a todo la mayoría de los mexicanos es conservadora y teme al cambio; o que tuvo éxito la campaña sucia que se promovió desde la Presidencia de la República, el cuartel de Felipe Calderón y las cúpulas empresariales.
Al eventual triunfo de Calderón pese al desastre que es México, contribuiría también que en la coalición Por el Bien de Todos se cometieron errores gravísimos, casi todos relacionados con actitudes de soberbia de su candidato, que estiró tanto la cuerda de su enorme popularidad al punto de suponer que saldría inmune de cualquier lance. Como sus descalificaciones verbales a Fox, que le restaron puntos en las encuestas; o las infames listas de candidatos en varios estados del país, que dicen que él mismo palomeó; o las desatrosas gestiones de autoridades postuladas por el PRD, como en Guerrero.
Pero si al final asistimos a una elección que se vislumbra muy cerrada será, sobre todo, por la decisión de desmovilizar a los millones de mexicanos que se manifestaron contra el desafuero, y que después de derrotada esa maniobra no fueron convocados a nada ni se les ofrecieron las vías para seguir participando en la lucha por la transformación democrática del país.
En el entorno lopezobradorista se optó por una elección de aparatos. Por eso, pese a los exitosos cierres de campaña en varias ciudades, no se observa que haya una verdadera movilización nacional en favor de López Obrador, ni siquiera en los bastiones perredistas como Guerrero.
Privilegiar la profesionalización de la política llevó a desconfiar en la disposición de los ciudadanos a movilizarse en favor de un cambio, y se apostó casi todo a los mensajes necesariamente simples que permiten los medios electrónicos y a la capacidad que tengan gobernadores, alcaldes, diputados y senadores para garantizar la asistencia de electores a las urnas más allá del voto duro del PRD.
Son sin embargo de tal magnitud los agravios acumulados que pese a sus errores y limitaciones, López Obrador atraerá los votos suficientes para ganar la elección de este domingo. Por lo aquí dicho, si gana por un amplio margen se lo deberá a la decisión del pueblo en favor de un cambio más radical que el que propuso en su campaña, o que al menos exigirá que cumpla aquellas ofertas que ciertamente lo definen como el candidato de la izquierda. En particular el apoyo decidido a la universidad pública, a la ciencia y a la cultura; el pleno respeto a las libertades de expresión y de prensa; el fin de una política de privilegios para empresarios que sólo piensan en sus intereses particulares y que no ven que el desarrollo de los negocios debe traer también el desarrollo de la sociedad en que se desenvuelven.
Una derrota de López Obrador, aunque sea por escaso margen, traerá desmoralización en lo inmediato y hará crecer la idea de que es necesaria una participación no sólo electoral de los mexicanos para alcanzar las transformaciones que se requieren para detener el declive de la nación.
En otro sentido, una victoria de López Obrador por escaso margen puede acarrear tentaciones desestabilizadoras entre sus poderosos enemigos, las cuales, de nuevo, sólo podría ser afrontadas con posibilidades de éxito si hay una conducción firme y se llama a la movilización de la sociedad en defensa del nuevo gobierno legal y legítimo.
De cualquier forma, un triunfo de López Obrador significará un cambio real en la correlación de fuerzas políticas en favor de las que propugnan un ensanchamiento de la democracia y el inicio de un modelo económico que combata la desigualdad social. La nación recibirá un nuevo aliento de esperanza que empujará al despliegue de múltiples iniciativas transformadoras desde la sociedad. Ojalá todo esto pudiera ser posible en paz, y que los partidos perdedores se preparen para recuperar la confianza de los electores por métodos legales, y en un entorno de creacaión y fortalecimiento de instituciones democráticas y al servicio de la mayoría de los mexicanos.