Un nuevo gobierno, ¿oportunidad para la paz?

A un mes del inicio de los gobiernos municipales, ha arrancado ya el nuevo gobierno estatal, marcando una coyuntura que genera expectativas y abre oportunidades. Hay sectores que esperan nada o poco de este gobierno, mientras que otros anidan esperanzas de que algo pueda mejorar en el estado de Guerrero. El punto ahora es, si este nuevo gobierno hace posible que se abran oportunidades para que disminuya sustancialmente la inseguridad y para que se establezcan condiciones reales de paz en Guerrero. En los hechos, tenemos una historia añeja de situaciones que han sido factores de conflictos sociales y de dinámicas violentas, que necesitarían ser removidas.
Justo al inicio de ese gobierno se ha hecho muy visible la presencia de más militares y de más policías federales, particularmente en Acapulco. Se ha hablado de una nueva estrategia de seguridad protagonizada por policías y militares, como siempre. A final de cuentas es más de lo mismo. Y no hay razones para creer que habrá cambios de fondo en el comportamiento de la violencia. Esta medida, esta nueva estrategia, que es técnica, no incide en las causas de la violencia, sino solo en algunas de sus expresiones más cotidianas. Como se suele decir, mucho ruido y pocas nueces.
La pregunta que nos hacemos algunos es si este nuevo gobierno se animará a poner las bases necesarias para las transformaciones que requiere el estado de Guerrero, de manera que se toquen las raíces estructurales e institucionales de la violencia y se desarrollen procesos orientados hacia la paz. ¿Hay voluntad política para ir más allá de la mera contención de la violencia, y para establecer condiciones económicas, políticas y sociales para la paz? ¿Tiene idea el nuevo gobierno de que todo lo que haga o no haga como tal, no es neutral, puesto que o genera violencia o construye la paz?
Aventurando una respuesta, quiero decir que si el gobernador quisiera establecer las condiciones necesarias para la paz, cuenta con un problema que no es menor. El sistema político que lo ha llevado al poder y que lo sostiene ahora, representa más un freno que un acelerador para los cambios que se requieren en Guerrero. Los grupos políticos que se han repartido el poder no se distinguen por el respeto a los derechos humanos ni por el servicio público honesto. Solo reciclan la burocracia que ahora puede disfrutar del presupuesto y del poder para mantener privilegios.
Pero, insistiendo: si el gobernador quisiera poner las condiciones para construir la paz en Guerrero, no solo con estrategias militares y policiacas, sino con medidas que toquen las raíces de las violencias, tendría que considerar algunos desafíos como los que a continuación enumero.
Primero. Es urgente hacer un claro y firme deslinde entre instituciones públicas y delincuencia organizada para recuperar la confianza de los ciudadanos. Instituciones de los tres poderes, de los ámbitos municipal y estatal tienen que dar pruebas de que no están contra el pueblo y a favor del crimen organizado. El problema de la corrupción pública es decisivo para la paz en Guerrero puesto que ha sido un factor decisivo del desarrollo y del auge de la delincuencia. Esta es una gran tarea que tiene que emprenderse como condición para la gobernabilidad y la procuración y la administración de la justicia. Hay un sentir en la sociedad de que la justicia tiene dos varas distintas para medir: una para los pobres y otra para los políticos; la primera es dura y la segunda indulgente. Devolver la dignidad al poder público es imprescindible para colocarlo al servicio del pueblo, pues ese es su sentido original.
Segundo. Impostergable es el cambio de enfoque de la economía en Guerrero que, con una visión de desarrollo sustentable, rescate a los marginados y excluidos, a los pueblos indígenas, los jóvenes, las mujeres, los migrantes y demás. Y, por otra parte, que el desarrollo muestre un respeto sagrado por el medio ambiente como casa de todos. En esta dirección tienen que tratarse todos los megaproyectos de desarrollo como el de la presa La Parota y las mineras, lo mismo que la explotación de los diversos recursos naturales como el agua, los bosques y otros. Este tema es de los mayores generadores de violencias pues no se respetan los derechos de los pueblos, dueños de las tierras en las que se asientan dichos proyectos. Por su parte, se necesita fortalecer el desarrollo de las comunidades para desalentar la emigración y los conflictos sociales y para arrebatar a la delincuencia la base social que ha construido ante la extrema pobreza de muchos pueblos y sectores sociales. Esto significa darle un enfoque humanista y social al desarrollo y no permitir privilegios que favorezcan a los de siempre. El mismo empleo se puede promover en esta dirección.
Tercero. Otro aspecto indispensable es desentrampar la educación de intereses políticos y económicos, que le han restado capacidad para construir personas responsables de sí mismas y de su entorno social. Los actuales conflictos en el campo de la educación vienen de posiciones que han privilegiado otros asuntos ajenos a la educación. Gobierno y magisterio encontrarán una coincidencia cuando se enfoquen en una educación tal como la describe la Constitución y deje de estar secuestrada por intereses políticos y gremiales. La desafortunada reforma educativa ha provocado una mayor polarización entre las partes y debiera haber un proceso de diálogo abierto y transparente para permitir que las grandes potencialidades de la educación contribuyan al fortalecimiento del capital humano, transmitiendo valores indispensables para la paz, tales como la solidaridad, la legalidad, el trabajo, la tolerancia y la responsabilidad, entre otros. Urge fortalecer las capacidades para la paz en todos, en los ciudadanos, en niños y jóvenes y en todos los liderazgos sociales, políticos y económicos. Se requiere una cultura de paz.
Los tres desafíos expuestos contribuyen a establecer condiciones para una paz sostenible y a no apostar más por simulaciones. El primero es político, el segundo es económico y, el tercero, cultural. Juntos pueden poner las bases para dignificar los poderes públicos, para fortalecer a la sociedad y para construir la paz. ¿Será mucho pedir respuestas ciertas a estos tres grandes desafíos? Ojalá el nuevo gobierno estatal y los gobiernos municipales que han iniciado sus gestiones tengan voluntad política para orientar sus acciones de gobierno tocando las causas de la violencia. De suyo, la ley les asigna ser garantes de la paz y muchos ciudadanos estamos prontos para colaborar si vemos señales en este sentido.

Un código para ponderar respuestas

 

La gran campaña mediática para preparar y promover el estreno de la película El código da Vinci ha creado mucha expectación en el público. Aunque la crítica especializada no favoreció, como se esperaba, a dicha cinta en el festival de Cannes, se espera una avalancha de espectadores en los primeros días de su estreno.
Lo que me ha parecido de interés en todo este asunto es que la novela, primero y después, la película, se han convertido en fenómeno de masas. La pregunta en este caso es ¿por qué tanta gente compró el libro y mucha más se apresta para ver la película? Se han calculado 40 millones los ejemplares del libro vendidos y se prevén muchos millones de entradas en los cines.
Me parecen más visibles dos factores de este fenómeno de masas. El primero tiene que ver con el poder de la mercadotecnia que está detrás de esta novela convertida en historia de cine. Es evidente que el interés superior es comercial, es vender un producto y sacar jugosas ganancias. Autor y productores esperan caudales inmensos de ganancias en el cine, teniendo el precedente del éxito obtenido con la novela. Ellos conocen y practican magistralmente el arte de vender, como lo saben hacer quienes venden cantidades monumentales de comida chatarra en el mercado.
El segundo factor es el tema. La novela promete al lector la revelación de secretos que descifran enigmas y explican aspectos hondos de la existencia humana. Sin deslindar las fronteras que se manejan entre la ficción y la ciencia histórica se ofrece un relato atractivo y fascinante que pretende desenmascarar mentiras y proponer verdades. La trama presenta al cristianismo, en general –y a la Iglesia católica, en particular– como la gran mentira que hay que desmontar mediante el recurso y el manejo arbitrario de datos históricos, interpolaciones, suposiciones, hipótesis.
En fin, la idea que esta obra intenta vender es que las explicaciones convencionales que el cristianismo ha hecho hasta ahora, son artificiales y obsoletas y que estamos ante una nueva clave capaz de explicar la historia humana con todos sus misterios. Se trata, pues, de una cuestión existencial que requiere, más que explicaciones científicas, otras de carácter filosófico y religioso.
Y es que el ser humano, aún con los avances de la ciencia y de la tecnología, no puede sacudirse la necesidad de cuestionarse sobre la existencia y sobre las razones de vivir. El ruido ensordecedor y la actividad frenética que sirven de contexto al hombre moderno han servido de escapes para esquivar estas preguntas y estas respuestas. Pero sucede que el resultado de esta evasión es una acumulación de angustias y de fobias que se vuelven insoportables en todo sentido. Signo de esto es la creciente demanda de expresiones pseudoreligiosas que tienen que ver con las brujerías, las supersticiones y adivinaciones, supuestamente superadas con la modernidad.
De ahí que cuando se toca de manera simbólica, como en el caso de un relato pseudohistórico de esta novela, la cuestión del sentido de la vida, emergen las ineludibles cuestiones fundamentales: ¿Por qué vivimos con miedo? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento? ¿Acaso no es absurdo el amor? ¿Es posible un mundo mejor? ¿Vale la pena ser justos y trabajar por un mundo justo? ¿No estamos condenados a la insoportable ignorancia ante la verdad? ¿Cuál es el destino último de las pequeñas y de las grandes historias?
El código da Vinci tiene una pretensión: dar respuestas a cuestiones existenciales después de haber mostrado que algunas verdades aceptadas por buena parte de la humanidad no lo son. El cristianismo es una gran mentira inventada para manejar a los pueblos, es una buena ocurrencia del imperio romano que ha funcionado para beneficiar a unos y para hacer daño a otros muchos. Esta gran mentira tiene que ser denunciada y desmontada.
La tradición cristiana, en sus diversas vertientes (protestante, ortodoxa y católica) descansa sobre una verdad fundamental: Jesucristo es el Hijo de Dios vivo. Y esta verdad es la que sostiene la fe de millones de creyentes que han recurrido a este punto de referencia para comprender y manejar la historia y la vida misma, y sostiene la razón de ser de las iglesias cristianas. Cuestionar al cristianismo como fenómeno social y religioso es legítimo, siempre y cuando se haga de manera seria y responsable, apegada a la razón y con respeto a la dignidad humana.
No podemos negar que en algunas circunstancias el cristianismo fue usado de manera perversa para humillar y oprimir. Pero un abuso no se cuestiona de manera arbitraria como parece que se hace en la novela que nos ocupa, que tiene pretensiones históricas. Críticos del cristianismo los ha habido y han hecho, sin pretenderlo quizá, mucho bien a los creyentes con sus contribuciones científicas y filosóficas. Nietszche, Feuerbach y Freud son sólo algunos de los autores modernos conocidos que se han ocupado de una crítica demoledora hacia el cristianismo y hacia la religión en general. Ellos han contribuido para comprender mejor el fenómeno religioso y a liberar la práctica religiosa de adherentes irracionales y opresivos.
Con su novela, Dan Brown pone sobre la mesa un tema sugerente, fascinante y decisivo para el destino del ser humano. Pero es un tema, a su vez, que causa “temor y temblor”, según Saulo de Tarso cuando se refería al misterio de Dios. Si Jesús de Nazareth no es Dios, entonces, ¿qué nos queda a los cristianos, y a la parte del mundo que es deudor del cristianismo en sus múltiples expresiones culturales? Este cuestionamiento puede ser benéfico para muchos, para los cristianos, para las iglesias y para los pueblos que se han edificado culturalmente a partir del cristianismo.
¿Cuál es, en definitiva, el valor de la fe y de la esperanza que han sostenido, en medio de las condiciones más contradictorias a muchos creyentes, y que lo atribuyen abiertamente a una relación real y misteriosa con Jesucristo? Ver la película puede quedarse sólo en una mera diversión con ingredientes de turbación y de superficialidad. Pero puede ser la oportunidad para un cuestionamiento inteligente y benéfico sobre el sentido de la vida y sobre el significado de los referentes religiosos y cristianos que cada quien ha establecido para normar y orientar la propia vida.

La estatura moral de los medios

 Jesús Mendoza Zaragoza  

Con ocasión de la 38ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales promovida por la Iglesia católica, el papa Juan Pablo II ha dirigido un mensaje con el tema “Los medios en la familia: un riesgo y una riqueza”, para mover a la reflexión a las familias católicas y a los implicados en los medios, tanto impresos como electrónicos.

El tema enfoca dos puntos de gran interés para el desarrollo de la sociedad moderna: la familia, tan cuestionada y expuesta a deformaciones; y los medios de comunicación, que son tratados como una riqueza, pero también como un riesgo.

El centro de interés de Juan Pablo II se coloca en la dimensión moral de los medios, en cuanto que pueden ser de inmenso provecho para la integridad de las familias pero, por otro lado, pueden ser factor de grandes daños, no sólo para las familias sino para el sano desarrollo de la sociedad.

En este sentido, los medios –como todas las actividades humanas– no pueden sustraerse a la moral en cuanto que representen un verdadero beneficio para la humanidad –y para una sociedad concreta– y disminuyan al máximo los riesgos de daños morales.

Cada medio tiene su línea editorial cuando decide los mensajes que transmite. Estos mensajes no son neutros y definen la estatura moral de cada medio a partir de dos criterios éticos: el respeto a la verdad y el respeto a la dignidad de la persona humana. Aquí está la cuestión y aquí se presentan los problemas. En México contamos con una libertad de expresión ambivalente en cuanto que representa un valor, pero también un riesgo. Cualquier particular se hace de un medio y lo puede utilizar como instrumento para golpear, chantajear y doblar al adversario, gozando del derecho de libertad de expresión para mentir, engañar, confundir y distorsionar la verdad.

Hay abundancia de medios que carecen de escrúpulos para difundir mensajes que transpiran fobias, complejos, prejuicios y ambiciones de lucro, cobijada por la libertad de expresión ilimitada y carente de preocupaciones morales. Medios enanos, sin estatura para mirar con amplitud de horizontes, sino sólo el estrecho mundo de intereses comerciales o ideológicos que excluyen toda consideración moral y humanista.

Medios enanos, que hacen negocio del morbo, exhibiendo los rincones más oscuros y humillantes de las personas y que tienen como línea editorial enlodar a adversarios y lucrar con las imágenes y las palabras. Medios enanos, carentes de profesionalismo y utilizados para hacer fortunas y vender favores al mejor postor, ajenos al sentido de la verdad como principio y como método.

El periodismo de altura y crítico suele ser incómodo para quienes ejercen el poder y se inclinan hacia la injusticia y el engaño; pero siempre es respetuoso de las personas, así se trate de adversarios. La estatura moral de estos medios crece en cuanto que sus mensajes tienen que ver con la verdad y muestren un grande respeto por las personas y por las instituciones sociales reconocidas por el derecho. Son medios de alta credibilidad, que transmiten y hacen opinión por la manera como manejan los hechos y las noticias, al margen de consignas sectarias o facciosas.

Cuando en los medios prevalece el interés comercial sobre el compromiso con la verdad, fácilmente se desliza hacia el terreno de la corrupción. Hay que reconocer que un medio tiene que sustentarse en un proyecto financiero que le dé solidez comercial pero éste no puede ser su único fin ni su único sustento. En nuestro contexto, los medios tienen que sustentarse en la verdad para contribuir eficazmente al avance de la democracia, al establecimiento del Estado de derecho, a la lucha por la justicia y a sacar de la postración a los abandonados de siempre: los pobres. Un medio que se preocupa de estas grandes tareas, crece y su estatura llega a la altura de las mejores causas de los pueblos a quienes sirven. Y son un factor imprescindible de cambio social para bien de todos.

Cualac

 Jesús Mendoza Zaragoza  

Conmoción general ha dejado el crimen de Cualac en el que un sacerdote asesina a un alcalde. Aunque aún no se esclarece el caso y tomando en cuenta que es a las autoridades a quienes les toca juzgar, es oportuno y pertinente considerar circunstancias que rodean este caso tan lamentable. Los asesinatos no suelen ser ya noticia en tierras guerrerenses; lo que hizo esta noticia fue el que la víctima fuera un funcionario público, y que el agresor resultara ser un ministro religioso, en una riña donde se mezclaron el alcohol y un arma.

Una primera consideración tiene que ver con el contexto de este lamentable hecho desde todo punto de vista. La Montaña de Guerrero sigue siendo una de las regiones más deprimidas, donde la miseria en su brutal tamaño es factor de deshumanización. La pobreza extrema dice relación con abusos, con caciques, con alcohol, con violencia, con conflictos, con ajustes de cuentas. Tiene que ver, también, con una peligrosa vulnerabilidad social y moral que asusta y estremece. Situaciones deprimentes como las de La Montaña de Tlapa deslizan fácilmente hacia la desesperación, factor de arrebatos, de irracionalidad y de crímenes. Un contexto social que transpira injusticia y desprecio por la dignidad de las personas, termina por deshumanizar y hacer vulnerables a todos, sean quienes sean, aún a los ministros religiosos. Lo que quiero decir es que si un sacerdote muestra una grande vulnerabilidad moral, al grado de que llega a agredir y a matar, qué no podemos esperar de otros actores sociales y de los habitantes de la región, donde las injusticias y la miseria calan hondo y llegan a endurecer a las personas y a hacerles perder el sentido de responsabilidad social.

Una segunda consideración que merece mencionarse se refiere a la diócesis de Tlapa, encabezada por don Alejo Zavala Castro, primer obispo de esa región indígena. Es conocida la firme decisión de esa Iglesia particular de realizar un trabajo pastoral a favor de los indígenas, que implica una serie de dificultades no menores. El trabajo pastoral entre los pobres, sobre todo cuando han sufrido una exclusión sistemática ancestral como en La Montaña de Guerrero, es una tarea plagada de conflictos e incomprensiones. Particularmente, don Alejo ha hecho un esfuerzo por insertarse en el pueblo y en la cultura indígenas, ha respaldado la promoción y la defensa de los derechos humanos, se ha puesto al frente de un proyecto pastoral firme y decidido donde la Iglesia ponga sus recursos humanos, espirituales y materiales a favor de las causas indígenas.

En un comunicado del día 12 de mayo, después de lamentar los dolorosos hechos de Cualac, don Alejo señala con claridad su proyecto eclesial, que “se identifica con los pueblos de La Montaña” con la convicción de “la lucha por la verdad y por la justicia”. Y, desde ese momento asume el compromiso de apoyar la investigación de los hechos y aceptar las sanciones conforme al derecho a los responsables. Y no deja pasar la ocasión para refrendar el compromiso de su diócesis “por construir una sociedad más igualitaria, y por ello, dice, estamos convencidos en la aplicación de la ley sin distinción alguna, pues reivindicamos el derecho de las víctimas para conocer la verdad de lo sucedido y que se les haga justicia”. En este sentido, la Iglesia de Tlapa asume su responsabilidad, reconociendo públicamente la implicación de dos sacerdotes en un delito, pidiendo perdón a pobladores y familiares de los agraviados y permitiendo que las autoridades hagan su trabajo en lo que toca a la impartición de la justicia.

También, para terminar, hay que decir que la Iglesia católica, no solo en La Montaña, sino en toda la región guerrerense, tiene que poner una mayor atención y cuidado en mantener en las mejores condiciones humanas, espirituales y morales a sus ministros, sobre todo en lugares tan aislados y difíciles, donde la tentación de la violencia es tan persistente. Solo así podrá seguir siendo factor de dignificación humana, de justicia y de reconciliación. Este hecho doloroso es una llamada de atención en el sentido de que se requieren mayores cuidados y más exigentes esfuerzos de la Iglesia para colaborar eficazmente en la liberación integral de los más pobres. Y pone a prueba su credibilidad en un contexto en el que ya casi nadie cree en nadie.

Festejan los 25 años de sacerdocio del párroco de La Laja, Jesús Mendoza

 

 Más de 500 fieles católicos festejaron el sábado los 25 años de sacerdocio del padre Jesús Mendoza Zaragoza, ex rector del Seminario Regional del Sur, hostigado y finalmente cesado por el ala ultraconservadora de la jerarquía de la Iglesia católica, por tacharlo de “semillero de curas comunistas”.

En declaraciones durante el festejo, el actual párroco de la colonia La Laja y articulista de El Sur, al reflexionar sobre la falta de vocaciones para el sacerdocio, lamentó que la juventud ahora ya no sea “la misma que había en el 68”, año de la matanza de estudiantes en Tlatelolco.

Mendoza Zaragoza dijo que ahora “no hay los valores suficientes como para dedicar la vida a causas valiosas como son la justicia, la libertad, la paz, a partir de una donación de uno mismo así los demás”.

El festejo se llevó a cabo el sábado en las ex instalaciones del Instituto Guajardo, en la avenida Tambuco, y se ofreció una misa a la que asistieron sacerdotes de Acapulco y de las dos costas de la entidad, muchos de los cuales son jóvenes que simpatizaron con su lucha contra la desaparición del seminario ubicado en Tehuacán, Puebla, y que son también seguidores de la Teología de la Liberación.

No asistió el arzobispo Felipe Aguirre Franco, de quien se informó que se encontraba en Oaxaca, aunque sí estuvo el arzobispo emérito Rafael Bello Ruiz, el obispo auxiliar Juan Navarro Castellanos, y entre los asistentes, la esposa del alcalde Alberto López Rosas, María Eugenia Díaz, el síndico Marcial Rodríguez Saldaña y la directora de Relaciones Públicas del Ayuntamiento, Fabiola Vega Galeana.

El sacerdote criticó que ahora la sociedad esté “influida por una cultura muy individualista, de que cada quien haga su vida y saque sus problemas, mientras que en la generación del 68, era una juventud llena de ideales y llena de impulso por cambiar el mundo”.

Sobre sus experiencias en sus 25 años de sacerdote, Mendoza Zaragoza dijo que “lo mejor ha sido el estar en contacto diario con la gente, sobre todo, con los más pobres”.

Después de la misa, se ofreció una comida amenizada con música de mariachi. (Con información de Karina Contreras).

Etica y democracia

Etica y democracia

 Jesús Mendoza Zaragoza

El caso de los obispos denunciados ante la PGR por presuntos delitos electorales tiene diversas facetas y plantea diversas cuestiones. Pero, ¿cuál es el fondo de la cuestión? Ciertamente que es complejo. Pero un aspecto viene a ser la cuestión de la ética en la vida política y en la construcción de la democracia.

Con mucha frecuencia escuchamos en los ambientes políticos planteamientos que explícitamente excluyen la dimensión ética de los problemas y de las soluciones a los mismos, como si los problemas económicos, políticos, electorales, de salud pública no tuvieran una necesaria vinculación con la ética. O, en el mejor de los casos, se propone una ética a la medida de objetivos políticos y subordinada a ideologías o a intereses de grupos. Una “ética” coyuntural que puede cambiar al arbitrio de la práctica política, en definitiva, un relativismo ético que sea aceptable y “democrático”. La democracia, la mayoría establece lo que es bueno y lo que es malo, ya que toda ley y toda regulación de la vida pública implica un juicio de valor.

Los obispos católicos que se han pronunciado ante algunas propuestas partidistas en términos morales, han llamado la atención a la dimensión ética de las mismas, atendiendo a que la ética no es sólo cuestión de estrategias políticas sino, primero, es cuestión de principios. Los valores morales, ciertamente, tienen un aspecto subjetivo en la conciencia de cada persona que discierne sus circunstancias y toma determinaciones prácticas; pero tienen, también, un aspecto objetivo en la naturaleza de la persona humana.

La persona es tal, siempre, en cualquier contexto social o político y en cualquier época de la historia. Tiene un valor y una dignidad en sí misma. La justicia, la libertad, la vida, la tolerancia, el diálogo, y la misma democracia surgen como valores a partir de la naturaleza de la persona humana de manera que se desnaturalizan en el momento de que se desvinculan de ese valor original y se subordinan a programas políticos u objetivos de grupos. Y esto vale para todos: para las iglesias, para los partidos políticos, para las acciones de gobierno y para las personas individuales.

En el caso de los obispos católicos, más allá de la legalidad o ilegalidad de sus intervenciones tan severamente cuestionadas en diversos ambientes políticos, es la preocupación por la dimensión ética de la política la que les ha hecho hablar exponiéndose a la incomprensión e, incluso, a la sanción. De la fe cristiana brota una ética que obliga a quien profesa esa fe religiosa, de manera que quien se profesa católico, pero católico con el plus de la coherencia –ya que en un mundo de incoherencia cualquiera se puede llamar católico, o demócrata, o tolerante– debe asumir las consecuencias de su fe y, en este caso, las consecuencias éticas. En este contexto, ante la cuestión del aborto se oye decir que se trata de un problema de salud pública y no de un problema de fe. Hay en esta afirmación una incomprensión radical de la fe o, a lo sumo, una comprensión liberal que la reduce a lo íntimo y a lo privado, es decir, a una versión individualista que la desnaturaliza.

Si en la construcción de la democracia es necesaria la participación de todos, incluso de las minorías, hay que incorporar la dimensión ética pare salvaguardar, en todo caso, la dignidad de la persona humana, eje de una verdadera democracia. Una democracia que ignore a la persona en su integralidad, está vacía de espíritu y tarde o temprano desemboca en versiones totalitarias. Y si en México, la presencia del cristianismo en sus versiones católica, protestante y demás es un componente cultural y social, hay que permitir que los valores éticos de quienes profesan esta fe se desarrollen y respalden una democracia con alma, con vigor, con humanidad.

Sería penoso que esta transición a la democracia excluyera los valores que emanan del cristianismo como corriente espiritual y cultural y como expresión religiosa bimilenaria, todo por aparejar la carreta de la democracia a versiones pragmáticas, coyunturales y restringidas de la ética. Habrá que distinguir entre los valores perennes del cristianismo y los errores de los miembros de las iglesias, y en particular de la iglesia católica, que plantean la cuestión de la coherencia con la fe que se profesa. Pero alegar los errores cometidos por miembros de la iglesia para negar o excluir los valores que vienen del mensaje de Jesucristo como la concepción cristiana de la vida, de la persona humana, de la justicia, del perdón, de la misericordia sería, a la larga, perjudicial para la convivencia social. Una propuesta política necesita un sustento ético para que puedan esperarse mejores condiciones de vida para todos.