CRONICA MUNICIPALISTA
Hace 25 años, el gobierno del estado compartía con el federal la misma idea sobre la vocación agropecuaria de la Costa Grande. Convertir en potreros y pastizales toda la selva tropical constituyó entonces la gran empresa para el desarrollo rural, de tal manera que lo más importante de la política oficial en el campo fue convertir a los dueños y posesionarios de terrenos en ganaderos.
Los incentivos para limpiar los terrenos de selva tropical han sido de diversa índole, pero los más importantes a nivel federal fueron el Plan Nacional de Desmonte y el Programa Integral para el Desarrollo Rural (PIDER).
Durante la década de los setentas, desde los municipios de Coahuayutla hasta Coyuca de Benítez, se formaron 25 empresas ganaderas ejidales. Cada una debía contar con la anuencia del ejido para disponer de hasta tres mil hectáreas de bosque para hacerlas praderas.
La mala fama del Banco Rural tuvo en esos años a sus más connotados representantes, pues como responsable del crédito refaccionario y de avío para las empresas ganaderas ejidales, se convirtió en el dueño y administrador de todos esos bienes, con amplias facultades para la toma de decisiones.
Los campesinos ejidatarios aceptaron con docilidad la decisión oficial de hacerse ganaderos, sobre todo en la etapa de desmontes, pues el gobierno federal les pagaba los jornales correspondientes.
Los miles de kilómetros de cercos, los baños garrapaticida, la construcción de las bodegas, trajeron empleo temporal a la Costa Grande y quizá tranquilidad en los pueblos.
En la etapa de los contratos de crédito para la adquisición de los hatos ganaderos, los vehículos, e incluso para la venta del producto y la amortización de los préstamos, los técnicos y funcionarios del Banco Rural se convirtieron en los nuevos caciques, dueños de las decisiones sobre dónde comprar, de qué calidad y a qué precio pagar los ejemplares. Lo mismo para vender la producción.
Los ganaderos ejidales tuvieron que dar una lucha tenaz de varios años para conseguir que las mafias del Banrural les hicieran entrega de los contratos de crédito, y les reconocieran el derecho de decidir sobre sus empresas. Eso incluso fue demasiado tarde para combatir la enorme corrupción que penetró a todos los ejidos, y terminó con la liquidación de casi todas las empresas ganaderas.
En dos décadas y media, los ejidos costeros se quedaron sin selva tropical, sin empresas y prácticamente sin suelo cultivable, y los campesinos ejidatarios se quedaron con una gran frustración acerca de su capacidad y habilidad para convertirse en empresarios.
Los obstáculos para la viabilidad de la ganadería son la falta de forraje y agua para mantener el hato ganadero durante todo el año. La ganadería es principalmente extensiva y vive permanentemente los problemas de la inseguridad, el abigeato, la falta de asesoría técnica y el bajo precio de sus productos frente al elevado costo de los que consume.
Esa realidad convierte a la actividad ganadera de la región básicamente en productora de ganado en pie, que sale a otras partes del país para su engorda.
Lo que aprendieron en esa época los campesinos fue a ver el bosque como el enemigo a vencer, y desarrollaron entonces la cultura del desmonte recreando esa actividad con la ganadería en pequeña escala, hasta convertirla en la ocupación principal en toda la franja de selva que va del límite de las plantaciones de cocoteros hasta los mil metros SNM.
Esos son los hechos que ahora permiten afirmaciones contundentes de los nuevos funcionarios gubernamentales, que alientan la idea de que la vocación natural de la región es la forestal.
Si la selva baja y mediana ha sido devastada, ahora el objetivo son los bosques, y como la burocracia no es capaz de ver los errores que ha cometido en el pasado, nadie tiene la garantía de que en el próximo cuarto de siglo las nuevas generaciones estén asistiendo al recuento de otro recurso natural desaparecido.
Es verdad, como dice el gerente en Guerrero de la Comisión Nacional Forestal, el ingeniero Julio César López Uriza, cuyo apellido se parece al de prominentes ganaderos privados: “el principal problema del bosque es la ganaderización”, mientras los ejidatarios en posesión del recurso forestal aseguran que, en orden de importancia, es el fuego, son los incendios y la tala clandestina.
El hecho que se puede constatar es que en la zona de bosque la ganadería está ocupando ya un lugar preponderante en las actividades productivas de los campesinos, hecho que implica la tumba, roza, quema, y siembra de pastos inducidos.
La organización de Empresas Forestales Comunitarias como modelo ideal para el manejo sustentable del bosque, a pesar de que en México tiene uno de los mejores ejemplos a nivel mundial, no constituye la parte sustantiva de las políticas oficiales para el medio rural, y es frecuente que dentro del sector se ejecuten programas que entran en franca contradicción.
Más allá de las experiencias exitosas de aprovechamientos forestales comunitarios como es el caso de El Balcón, en el municipio de Ajuchitlán, en Guerrero, la mayoría de los ejidos forestales son rentistas y no se observa que la tendencia generalizada sea de avance en el manejo integral del bosque, aunque en casi todos haya la preocupación porque una parte de los ingresos por la madera se ocupe en atender problemas de graves rezagos sociales, como la construcción y rehabilitación de caminos, escuelas, y de atención a la salud.
El ingeniero López Uriza tiene razón cuando critica que en los municipios sus autoridades “nadan de a muertito” frente a problemas como el de los incendios forestales, recurriendo siempre al viejo argumento de que no tienen dinero para prevenirlos ni combatirlos, cuando es bien sabido que los ayuntamientos ni siquiera en su presupuesto de egresos tratan el tema.
Por su parte, y como muestra de que los ejidos forestales no han asumido a cabalidad la propiedad del recurso forestal, es su queja permanente de que el gobierno no los apoya con recursos para combatir los incendios.
Sin embargo, los siniestros que afectan al bosque son resultado de la misma conducta irresponsable del campesino que emplea el fuego como herramienta para limpiar su terreno, de las autoridades ejidales que no los tratan como problema grave, así como de los comisarios y de los ayuntamientos que siempre ponen como pretexto la escasez de recursos.
No hablemos ya de las dependencias federales ineficientes, que son tan lentas para aprender de la realidad que cuando ellas se decidan a coordinar esfuerzos y unificar recursos para actuar organizadas, ya el bosque habrá desaparecido por completo, pues la lluvia como aliada natural que ahora se adelantó y sirvió para apagar los incendios, mañana puede retrasarse par volver a las altas cifras históricas de incendios en los bosques y daños en miles de hectáreas.