Expone Gonzalo Pérez en Zitlala la tradición de los jaguares

 

La visión del rito de los jaguares de Zitlala por medio de la lente del fotógrafo Gonzalo Pérez será mostrada la tarde de este sábado en una serie de 20 gráficas documentales en la librería Partenón Papagayo.
El fotógrafo de El Sur señaló que en Zitlala captura la cosmovisión de esa región guerrerense en la que mediante ese ancestral ritual busca mezclar la dualidad del hombre y el jaguar, deidad que ha sido punto de referencia en diversas culturas de Mesoamérica. Zitlala es una antigua población nahua ubicada en La Montaña baja de Guerrero.
“Hay un hilo entre el periodismo y la fotografía documental, muy delgado, pero está supeditado a los tiempos”, dice Gonzalo, quien también es pintor y le gusta la técnica del impresionismo.
En entrevista, manifestó que la fotografía documental, su favorita, le permite exponer al público sus propias propuestas, que van desde la guerra contra las pandillas llamadas Maras (tomada en Honduras, cuando era corresponsal de la agencia de noticias EFE), hasta la incidencia del sida en la sociedad.
Ha ejercido el fotoperiodismo por más de una década y ha recorrido el país y el mundo exponiendo de manera independiente en la embajada de México en Yakarta, Indonesia, en la universidad de Québec, Canadá, en la Galería GrisArt, de Barcelona, España y en el Festival Cultural de San Francisco, California
En México sus muestras han recorrido las universidades de Tlaxcala, su ciudad natal, Puebla, Guanajuato. También ha participado en exposiciones en el Museo de Arte Contemporáneo, en Culiacán, Sinaloa, en el Centro de Fotografía, Oaxaca y en el Museo José Luis Cuevas, en la ciudad de México.
A la fecha son 19 exposiciones individuales y 9 colectivas en las que ha participado, la más reciente Alma de Guerrero, en 2005, en este puerto.
“Mi ejemplo a seguir es el brasileño Sebastiao Salgado, uno de los mayores fotógrafos documentales con quien he compartido ideas y opiniones, en Barcelona”, platica Pérez, a quien le gusta recorrer el mundo, encuentra su modo de vivir en el lugar que está y desarrolla sus proyectos profesionales.
Dice que cada experto de la lente es responsable de sus éxitos y no éxitos, “mi foto habla por mí mismo y el público que lo juzgue”.
También es ingeniero en Ciencias del Mar, pero al ver que lo que tomaba con su Reflex, comprada en Cuba cuando estaba de vacaciones, le gustó lo que salía y decidió estudiar fotografía en la escuela de Nacho López, en la capital del país.
Le gusta romper fronteras en el mundo de la fotografía, donde ha plasmado desde arquitectura, desnudos y temas sociales desarrollando conceptos como la manipulación digital.
Las 20 imágenes de Zitlala plasman la cosmovisión ancestral del pueblo guerrerense y el ritual de petición de lluvia que se hace, mediante la lucha cuerpo a cuerpo entre dos personas caracterizados como jaguares.
“Todo mi trabajo está relacionado como si fueran distintos capítulos de una misma historia; mis fotografías de los campesinos latinoamericanos que luchan por la supervivencia, las de Sahel, las de los refugiados y de poblaciones desplazadas, la de todos los seres humanos que luchan por su dignidad e intentan vivir mejor juntos. Intento ser coherente con el pequeño momento que me toca vivir”, define Gonzalo Pérez.
Sus obras han sido vistas en México y el mundo gracias a agencias de prestigio en las que ha colaborado
En 1998 publicó el libro Tierra del olvido, sobre el paisaje agreste de México, en pueblos abandonados de anterior bonanza por medio de la minería y que fue editado por el gobierno de Tlaxcala.
Este sábado a las 19 horas, el público podrá constatar el trabajo de Gonzalo Pérez, en una muestra que estará disponible hasta el 9 de junio en el Partenón, de la que dice que volverá a tomar otros instantes y otros detalles en rituales posteriores vistos por él “con ojos de antropólogo y poder marcar la diferencia entre el fotoperiodismo y la foto documental porque quiero contribuir con esto a la comunidad cultural de Acapulco y de Guerrero”.

Pelea de tigres en Zitlala

Petición de lluvia a ritmo de moquetazos y chile frito

Entre chirrionazos, máscaras de tigre, mezcal, euforia, música de viento y uno que otro ensangrentado, el pasado miércoles los habitantes del municipio nahua de Zitlala, realizaron su tradicional petición de lluvia con la que esperan tener una “buena cosecha” de maíz y frijol en este año.

Cerca de las 10 de la mañana los indígenas nahuas recorrieron a ritmo de la música de viento los barrios de San Mateo, San Francisco y La Cabecera, para recoger a los 120 tigres, como se les llama a quienes más tarde estarían “defendiendo el honor de su barrio” con peleas a puñetazo limpio, según uno de los organizadores, Jaime Tomatzin Tehuitzin.

Desde el 2 de mayo comenzaron las festividades de petición de lluvias en Zitlala –cuyo nombre significa Lugar de estrellas– con rezos, ofrendas, y arcos de vísceras de pollo que llevan hasta el cerro de las Cruz –ubicado a unas dos horas de la plaza central en recorrido a pie– en donde se encuentran tres pozos de agua; mientras que el 5 de mayo sólo viene a ser la culminación de las fiestas “pero en esto ya no interviene la iglesia”.

Entrevistado, dentro del improvisado ruedo –ubicado frente al ayuntamiento municipal– entre un penetrante olor generado por la combinación del mezcal, la tierra y el sudor de los contrincantes, Tomatzin Tehuitzin explicó que la pelea de tigres es una tradición milenaria                 de los indígenas nahuas con la que “hacemos la petición de lluvias, para tener una buena cosecha en esta temporada”.

El también capitán de los tigres del barrio de San Mateo, precisó que la pelea de tigres es un rito en el que participa el 80 –hoy 150 retadores– por ciento de la población varonil de el municipio en cuyas tierras se siembra el frijol y maíz.

Recordó Tomatzin Tehuitzin que hasta hace unos 15 años la pelea de los tigres se hacía en la barranca del Cruzco, luego de bajar del Cerro de la Cruz, pero la sede se cambió debido a que la última pelea fue “muy violenta, no hubo muertos, pero fue muy sangrienta”.

Tomatzin Tehuitzin dice que entre las reglas para entrar a pelear se considera la edad “no pueden ser menores de 15 años, porque no aguantarían los golpes”, también es necesario que porten una mascara –de cuero, cuyo costo oscila entre los 500 y 800 pesos– para que que los peleadores no se reconozcan unos con otros e impedir que “se generen rencores”.

Tomatzin Tehuitzin dice que al ruedo, que mide unos 100 metros cuadrados y está circundado con una malla ciclónica, tampoco pueden entrar muy tomados “porque tampoco aguantarían, nada más entrarían para ser golpeados” con las reatas de lazar, que previamente los tigres enredan en su vientre para protegerlo de los golpes.

Sobre la vestimenta Tomatzin Tehuitzin dijo que cada quien “se pone lo que caiga, ahí si no importa, lo que importa es que te cubras de los chirrionazos, de los colores yo me acuerdo que antes se usaban (eran) el verde y el amarillo, pero hoy ya no, hoy viene hasta disfrazados de guerrilleros, con batas de doctores”.

Citó Tomatzin Tehuitzin que hay tigres que incluso se preparan de manera espiritual realizando durante un mes “ayunos, tanto de alimento como sexual, para tener mas fuerza, y colocan su máscara en un altar”.

Ahí, en la plaza central de Zitlala, cada quien busca el mejor ángulo, desde una azotea, las jardineras, colgarse de la malla ciclónica del ruedo, hay gritos, silbidos, enojos, y entre los espectadores no solo hay promotores de la cultura, sino también políticos, como la diputada del PRI,                 Alicia Zamora; la secretaria general del PRI, Erika Lurhs Cortés; el ex secretario de organización del PRI, Ernesto Sandoval Cervantes a quienes el alcalde municipal, Noé Ramos Cabrera les ofreció una “gran comida”.

Tengo miedo cuando entro, pero ya con los madrazos se me quita

Martín Santiago Sánchez a sus 17 años participa por segunda vez en esta tradición. Hace un año fue su primers pelea y ganó, sin embargo “esta vez no se pudo y me ganaron, pero es que (el rival) estaba más grande que yo”.

Santiago Sánchez, quien es del barrio de San Francisco mencionó que su máscara le costó 600 pesos y la reata de lazar 500 pesos “pero eso no importa, es tradición venir a pelear, para tener buenas lluvias” aunque no lo dice con seguridad.

El tigre quien viste un traje amarillo, dice que el miedo lo tienen todos “yo tengo miedo cuando entro, pero ya adentro, en los madrazos se me quita, y sólo trato de chingar al que tengo enfrente”.