Inauguran en el MUAC exposición dedicada a Alcira Soust y el movimiento estudiantil del 68

La escritora y activista es uno de los personajes de la novela "Los detectives salvajes", en la que se recrea cómo sobrevivió durante 12 días, sólo con agua...

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11 agosto,2018 7:08 am
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Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cortesía de Zulma Soust Scaffo y Centro de Documentación Arkheia, MUAC.
 
Ciudad de México, 11 de agosto de 2018. Como parte del programa conmemorativo por los 50 años del movimiento estudiantil de 1968, el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUAC) inaugura este sábado la exposición Escribir poesía, vivir ¿desde dónde?, dedicada a la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo, quien participara de la vida estudiantil, cultural y de activismo político en México durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo XX.
El fallecido escritor Roberto Bolaño se inspiró en Soust para crear el personaje Alcira Lacouture de Los detectives salvajes, donde recrea los 12 días que la poeta pasó escondida en un baño de la torre de Humanidades –ingiriendo únicamente agua y papel sanitario–, durante la ocupación militar de Ciudad Universitaria en septiembre de 1968. Bolaño también la retrató en su libro Amuleto.
La exhibición será inaugurada a las 13:00, después de una charla en torno a la vida y obra de Soust donde, además de De la Garza y Santos, participarán Jorge Volpi, coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, y Cuauhtémoc Medina, director del MUAC.
Integrada por testimonios y material de los archivos personales de la poeta, entre papeles sueltos que funcionan como diarios personales, carteles de protesta pintados a mano, fotografías y testimonios, la exhibición busca reconstruir de la forma más apegada a la realidad la vida de Soust en México.
Los encargados de esta labor fueron los curadores e investigadores Amanda de la Garza y Antonio Santos, quienes conversaron con El Sur.
–¿Con esta exposición se desmitifica el personaje retratado en las novelas de Bolaño?
Amanda de la Garza:  Creemos que las novelas de Bolaño generaron interés por la obra de Alcira. En Amuleto y Los detectives salvajes se ha recuperado su presencia desde la ficción. En cambio, en esta exposición, queremos que ella se presente desde su propia voz, a partir de una investigación que inició Antonio Santos. Para tener un retrato más amplio que el que otorga el personaje de ficción, reconstruimos la vida de Alcira a partir de los testimonios de quienes la conocieron y de los archivos y documentos de Soust. Una aportación de este trabajo, es el de descubrir aspectos de su vida que no eran conocidos incluso para quienes tuvieron contacto cercano con ella en diferentes épocas. Alcira vivió en México casi cuatro décadas y participó de ámbitos distintos: grupos relacionados con el cine, otro con la música, las artes visuales, la poesía. Su historia refleja el mundo cultural de la época y, al mismo tiempo, en su singularidad abarca el espíritu de una época. Pero también de las singularidades de su producción artística.
Antonio Santos: Yo la conocí en los ochenta en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De hecho vivió conmigo en las cuatro o cinco casas que rentaba como estudiante. No vivió de fijo con nadie. Carlos Landeros, su amigo en México, decía que andaba como en permanente huida. Estaba algunos días en una casa, luego en otra, o se iba a las calles.
Ella guardaba para sí su pasado. Y cada uno de nosotros –tenemos una lista de cerca de 800 amigos; unos los menciona ella, otros, los recordamos– conocía una partecita. No sabíamos de su vida en las décadas de los cincuenta y sesenta. Ella llegó en 1952 a estudiar en el Crefal (Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe), se enamoró de un médico, se quedó en el país, rompió la relación con ese médico en 1957. Se fue desconectando de su familia y conectándose con círculos culturales mexicanos. En 1965 dejó de tener casa propia y empezó a vivir como trashumante. La idea es rescatar esa historia, pero también su obra, que fue prolífica en la parte poética y de artes plásticas.
Yo me acerqué a ella por los carteles. Ella generó una tipografía especial. Cada letra es un personaje. Su trabajo era llamativo, totalmente discordante con el resto de cosas que ocurrían en la facultad. Se trata de rescatar su memoria, no sólo por el mito, sino porque existe una inclinación en describirla por sus defectos, como que no tenía dientes. Se dicen mentiras, como que no era una persona limpia, cuando lo era en extremo, dentro de sus condiciones.
–¿Cómo influyó su condición trashumante en su obra?
De la Garza: En muchos de los documentos que hallamos, escritos por la propia Alcira, aparecen cuestionamientos sobre lo que es “habitar”. No tenía asegurada la vivienda ni, a veces, la comida. Existía la contradicción de la búsqueda por la libertad, con la angustia que genera no tener a dónde llegar. Esto no impedía que ella fuera consistente con su producción poética. Por ejemplo, su proyecto Poesía en armas lo desarrolló en la Facultad de Filosofía y Letras. Un poemario dividido en episodios.  No era un libro, no era su intención hacer un libro, sino el acto de distribución de la poesía a través de volantes que ella mimeografiaba y fotocopiaba.
En Poesía en armas se entremezclaba la voz propia, la traducción de otros poemas, la difusión de prólogos, de libros, efemérides del nacimiento de un poeta o la independencia de un país latinoamericano. Rescataba poesía argentina o nicaragüense, reproducía citas de los cursos a los que asistía, y hasta había llamados a manifestaciones o al Consejo Técnico Universitario. Eran volantes, pero no los que conocemos de propaganda política, sino una manera de tener un ejercicio político que estaba siempre atravesado, como núcleo central, por la poesía.
–¿Cuál fue la importancia de Alcira en el movimiento estudiantil del 68?
De la Garza: Alcira fue integrante de un comité de lucha, participó en el movimiento de liberación de los presos políticos después del 2 de octubre y, por supuesto, estuvo en el episodio de la ocupación militar de CU en septiembre de 1968. En ese momento ella todavía no hacía carteles. Su producción gráfica y el proyecto Poesía en armas son posteriores. También sabemos del contacto que tenía con personajes como José Revueltas.
Santos: Lo interesante de esta exposición sobre el 68, es que hemos rescatado papeles que hablan del día a día de Alcira durante ese año. No elegimos todos, pero mostramos aspectos de su vida. Incluso mostramos cómo vivió la salida del baño donde se refugió. Hay un texto de su propia mano, que explica cómo es que bajó, de quién iba acompañada, hacia dónde se dirigió y qué hizo los siguientes días.
–¿Cuáles fueron los criterios de selección del material?
De la Garza: Dividimos la exposición en núcleos temáticos. No siguen un orden cronológico, hablan de aspectos vinculados con épocas y los intereses de Alcira. Es una exposición que habla de Alcira, vinculada con su contexto histórico. Lo fundamental es el archivo de Alcira y de otras personas, que nos lo cedieron. Esta es una historia imposible de reconstruir sin los testimonios de quienes la conocieron en diferentes etapas.
Hicimos ocho entrevistas, también recurrimos a testimonios previos. Una de nuestras colaboraciones fue con el fotógrafo Agustín Fernandez Gabard, sobrino nieto de Alcira y que desde hace unos años prepara un documental. Él ya había realizado varias entrevistas que, si bien no están exhibidas, forman parte de la investigación que nos permitió reconstruir su trama, hasta donde nos fue posible.
–¿Qué se sabe y qué no, sobre Alcira Soust?
De la Garza: No se tiene claridad de su vida en la última etapa. Tampoco se sabe nada de cuando llegó a México. Nosotros encontramos una parte del archivo personal de la poeta, pero ignoramos qué pasó con la otra parte.
Santos: No tenemos muchos datos concretos. Sabemos que trabajó en el área de comunicación del ILCE (Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa), la Secretaría de Salubridad y en Ciudad Sahagún, en 1965. Tenemos ubicados sus grandes pasos: ella llegó a México al ILCE, pero también se vinculó con la primera galería comercial en México, que era la Galería Diana. También estudió en el taller de Seki Sano, formador de actores del cine y del teatro, de la escuela vivencial de Konstantin Stanislavski.
De la Garza: Se vinculó con sectores de intelectuales. Su salto cualitativo lo dio cuando trabajó en Museo Nacional de Antropología. En 1964 ella colaboró con Rufino Tamayo cuando pintó el mural del museo, pues le propuso al pintor ser su asistente y él aceptó, sin conocerla. Ella tomaba la iniciativa de sus acciones. Tenemos la lista de escultores, pintores y antropólogos que en ese momento se dedicaron a hacer los dioramas de la sala de antropología, a los que Alcira conoció. Estos elementos nos permiten conocer el núcleo central de su producción. Y al ver dónde se desarrolló, se ve cómo las influencias y experiencias de vida llevan a una labor poética donde teatro, cine, artes visuales y poesía se entremezclan.
Santos: Es como si su vida hubiera empezado en Antropología. En los papeles que dejó escritos, ella no hablaba de su época de su vida previa, salvo alguna que otra anotación.
–¿Y sobre su poesía?
Santos: Algunos identifican su poesía plenamente con la política. Como si su obra hubiera sido panfletaria. No. Su obra poética tenía autonomía. En sus hojas sueltas iba dejando registros de su vida. Casi en todas las hojas de Poesía en armas está su vida: amigos, momentos, lugares.
De la Garza: Llevaba un registro de su vida. Ella tenía una personalidad caótica, desenfrenada e intensa. Si bien Poesía en armas es un proyecto estructurado, el resto de poemas y notas quedaron dispersos. No es que ella no llevara un recuento de su vida: encontramos cronologías y agendas, pero no hay una construcción sistemática de un diario. Eso, creo, tiene que ver con su vida trashumante: escribía con lo que tenía a la mano.
Santos: Me tocó oír que se lamentaba de pérdidas de cuadernos. Seguro hizo algo más sistemático, como diarios, pero no los encontramos.
–¿Cómo conoció a Alcira, Antonio?
Santos: Alcira mantuvo una importante militancia política, universitaria y sindical. Estuvo en la primera huelga del 72, la del 77 y la del 83. Era antiimperialista, estaba cerca de los exiliados latinoamericanos. Cuando la conocí, yo era estudiante de Estudios Latinoamericanos. Vi a una mujer estrafalaria, la tomé por una gringa rubia, de huipil, jeans, sandalias. Estaba pintando unos carteles muy lindos. Me acerqué porque me cautivó. Al principio me rechazaba.
Yo vivía en Tlatelolco, en el edificio Sinaloa. En una ocasión, acabábamos de pintar unas mantas para una manifestación. Nos quedamos solos, muy noche, en los pasillos de la facultad. Todo el mundo se fue y Alcira y yo nos quedamos solos, cuando le pregunté a dónde iba, no me respondió. Sólo negaba con la cabeza. Al saber que no tenía casa, la invité a irse conmigo. No tuve problemas durante nuestra convivencia… salvo que se peleó con algunas vecinas y solía corregir a las madres sobre cómo educar a los hijos. Decía las cosas de manera fuerte, a veces descontrolada. La ventaja era que yo era estudiante y vivía solo, no como otros. Por eso la convivencia era más sencilla. No fácil: más sencilla.
–¿Cuál es el legado de Alcira?
De la Garza: Haber demostrado, con su vida, que la participación se construye no solamente desde el activismo político, sino de diversas maneras. La importancia de estar comprometidos.
 

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