La bahía de los muertos sin nombre… discuten en Túnez quién debe enterrar los muertos

Un ayudante de la Media Luna Roja muestra fotos de los rescates en su celular. Cuerpos hinchados, tatuajes lavados. A uno de los cadáveres le faltan algunos dedos,...

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24 julio,2019 10:30 am
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Un ayudante de la Media Luna Roja muestra fotos de los rescates en su celular. Cuerpos hinchados, tatuajes lavados. A uno de los cadáveres le faltan algunos dedos, a otro la cabeza y una pierna. La muerte que llega a estas orillas no es tranquila y pacífica, sino abominable.
Túnez, Túnez, 24 de julio de 2019. ¿De qué se habla si se pasan tres días a la deriva sobre un tablón de madera en el Mediterráneo? “De seguro no sobre la carrera futbolística”, dice Mamadou y sonríe por primera vez desde hace una hora. “Hablas de un montón de cosas, intentas junto al otro mantenerte despierto, porque si te sueltas, estás muerto”.
Entonces, el joven de 16 años se sumerge en su propio mundo de pensamientos, mira al suelo, se muerde nerviosamente las uñas. Quizá piensa en su ídolo, el futbolista Lionel Messi. Quizá en lo que vivió hace algunas semanas.

Mamadou Kamarra (izq.) y Ousmane Koulibali, ambos de Malí, en el “Cementerio de los Desconocidos”. Foto: Simon Kremer / DPA

Junto a otras 85 personas, Mamadou, el chico tímido de Mali, se sentó a las cinco de la mañana en un bote de goma en una playa de la ciudad costera libia de Suara, con dirección a Europa.
Quiere ser futbolista profesional. Siete horas más tarde, el bote se desvió en dirección a Túnez, a un par de millas marítimas de la costa. Las olas golpearon el bote, se desató el pánico, el bote se dio vuelta.
Mamadou se encontraba sentado en el piso del bote de goma, reforzado con una plancha de madera. Se sostuvo con fuerza a ella cuando cayó al agua junto a otros seis.
Se agarró fuerte cuando alrededor suyo comenzaban a desaparecer alguno de los 86 migrantes. Así pasaron tres días, hasta que fue encontrado junto con otros sobrevivientes por un barco pesquero tunecino. Para ese entonces ya sólo eran cuatro y uno de ellos aún moriría en el hospital.
Un par de días después del accidente aparecieron los primeros cuerpos en la costa tunecina. Los socorristas encontraron 16 muertos en Djerba, la famosa isla de vacaciones, a donde finalmente vuelven a llegar turistas en esta temporada de verano.
Una flor sobre una tumba en el “cementerio de los desconocidos”. Foto: Simon Kremer/dpa

“Es raro que los cadáveres lleguen hasta Djerba”, dice Mongi Slim. El médico trabaja desde hace 25 años como voluntario en la Media Luna Roja.
Desde la terraza de un café, mira hacia la playa donde los turistas convirtieron sus sombrillas en pequeñas tiendas con sus toallas y los niños corretean hacia el agua con cocodrilos inflables. “El viento y las corrientes hacen que los muertos lleguen hasta acá”, afirma.
La pequeña localidad de Zarzis se encuentra en el sur de Túnez, entre la frontera de Libia, donde hay guerra civil, y Djerba, donde turistas de todo el mundo pasan el rato en hoteles de playa y bailan al ritmo de mala música tecno rusa.
Djerba, la isla a la que ya llegó Ulises en su odisea por el Mediterráneo, está unida a tierra firme a través de un dique de cinco kilómetros de largo.
Este verano ha aumentado el número de muertos. “Cada vez más personas emprenden la travesía desde que en abril recrudecieron los combates en Libia”, dice Mongi Slim. “Estos 83 podrían haber sido rescatados si hubiera habido barcos de salvamento cerca”, explica.
Pero desde que Italia y muchos otros países europeos cerraron sus puertos a los socorristas, apenas se ven barcos civiles de rescate frente a la costa libia. Si bien se reducen los números totales de los refugiados, para aquellos que emprenden la travesía, esta se vuelve cada vez más peligrosa.
De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), este año se ahogaron 682 personas en el Mediterráneo. “Y esos son sólo los números oficiales”, señala Slim.
Mientras en Europa se discute sobre los migrantes y el cierre de las fronteras, los municipios en Túnez discuten acerca de quién debe enterrar los muertos. Hace unos días, varios municipios del sur de Túnez dieron a conocer que no quieren hacerse cargo de los cadáveres.
“Algunas localidades dicen que los sepulcros son sólo para musulmanes”, explica Slim, que negocia con los municipios, ya que actualmente es sobre todo la Media Luna Roja la que se ocupa de los muertos. ¿Y cómo saber si las personas que trae el mar son musulmanas?
Un ayudante de la Media Luna Roja muestra fotos de los rescates en su celular. Cuerpos hinchados, tatuajes lavados. A uno de los cadáveres le faltan algunos dedos, a otro la cabeza y una pierna. La muerte que llega a estas orillas no es tranquila y pacífica, sino abominable.
Hace dos meses, la Media Luna Roja compró tierras al sur de Zarzis para sepultar a los muertos. Momentáneamente están enterrando a las personas que murieron ahogadas en unos terrenos que obtuvieron del municipio. El lugar, sin embargo, se parece más bien a un basural.
La arena seca rechina bajo las sandalias de Mamadou y su compañero Ousmane Koulibali. Este joven de 20 años también vivió la tragedia.
Se dirigen al “cementerio de los desconocidos”, que se encuentra a unos pocos cientos de metros del centro de refugiados de la Media Luna Roja. Al fondo se ve el estadio de fútbol de Zarzis. La ciudad está lejos. Allí no quieren saber nada ni de los vivos ni de los muertos.
Una flor sobre una tumba en el “Cementerio de los Desconocidos”. Los cuerpos de los migrantes ahogados son arrastrados una y otra vez a las playas de la ciudad de Zarzis, en el sur de Túnez. Foto: Simon Kremer/dpa

Sobre la arena se ven neveras oxidadas, bolsas y botellas de plástico y entre ellas, algunos olivos. Aquí se descarga todo lo que ya no se necesita. Junto a un pequeño muro de arena se ven carteles de cartón en el piso. Dieciocho tumbas, recién hechas, de dos metros de profundidad para que los perros no puedan desenterrar los cadáveres.
Sobre las tumbas aplanadas, las huellas de las excavadoras. Detrás, otros montículos anuncian más tumbas. Ladrillos rotos o pequeñas rocas funcionan como lápidas. Algunas flores secas tratan de aportar algo de dignidad.
Mamadou y Ousmane están más callados de lo habitual. Aquí se encuentra una parte de las personas que hace pocas semanas subieron con ellos a ese bote de goma precario con dirección a Europa.
Ousmane ahuyenta las moscas de sus pantorrillas. Decenas de ellas se posaron sobre sus heridas. Tiene la piel quemada por el sol y la gasolina que derramó el bote. El último reposo de un montón de sueños naufragados. Ousmane quiere decir algo, se detiene, comienza a tartamudear. Entonces da media vuelta y se va.
Texto: Simon Kremer / DPA
Foto portada: Simon Kremer / DPA
 

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