La Constitución de Querétaro 1916-1917; hoy hace 104 años

Julio Moguel (Trigésima primera y última parte)   I. La clausura del Congreso Constituyente, el 31 de enero de 1917 La asistencia a la sesión solemne de clausura...

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5 febrero,2021 5:27 am
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Julio Moguel

(Trigésima primera y última parte)

 

I. La clausura del Congreso Constituyente, el 31 de enero de 1917

La asistencia a la sesión solemne de clausura del Congreso, aquel 31 de enero de 1917, contó con 184 diputados. En un momento dado, después de que los congresistas protestaron “guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, se suspendió por un momento la reunión para recibir al ciudadano Primer Jefe, Venustiano Carranza, quien fue aclamado por los numerosos asistentes (pueblo incluido en las galerías).

El momento se volvió electrizante, y no había persona en el recinto que no sintiera que, después de todo, se había logrado lo que nunca se pensó que sería posible lograr: producir la Carta Magna más poderosa y consistente de la historia de México.

El presidente del Congreso dirigió su mensaje al auditorio, dando entrada en su discurso al obligado saludo al “Ciudadano Primer Jefe”. Y dio a sus palabras el sello necesario para establecer que, si en algún momento se hubiesen cometido errores,

“La historia, siempre justiciera, nos absolverá de todo cargo, en vista de la nobleza de nuestras miras en favor de los desvalidos y de la sinceridad de nuestras convicciones sobre los grandes problemas sociales, pues en todo nos ha guiado la idea de hacer grande y feliz a la República Mexicana”.

La respuesta del presidente Carranza se centró en establecer que la nueva Carta Magna era claramente compatible con sus propias ideas, expresadas en el mensaje que dirigió al Congreso el 1º de diciembre de 1916, de tal forma que se congratuló y felicitó a los diputados constitucionalistas, pues había visto que,

“La nación, por medio de sus legítimos representantes, aprecia en el mismo sentido que yo, a la vez que sus legítimas tendencias, cuáles son las medidas a que fundamentalmente debe recurrirse para reorganizar nuevamente la nación y encarrilarla por la senda de la justicia y del derecho, como único medio de cimentar la paz y las libertades públicas”.

El diputado Hilario Medina fue el encargado de cerrar el ciclo de intervenciones. Con una retórica excedida que sirvió en el caso para borrar cualquier huella de sangre verbal vertida en el escenario:

“Una vibrante y viril caricia que ha pasado por el alma nacional, evoca en estos momentos todo un pasado, y presente ante los ojos, llenos de admiración en contemplaciones extáticas, todo un porvenir brillante. El alma nacional seguramente que puede estremecerse con las clarinadas que han mandado a los cuatro vientos sus pájaros de bronce y han venido a despertar en todos nosotros dos cosas: un recuerdo agudo de una lucha dolorosa por las libertades y la confianza y la seguridad en el triunfo de estas mismas libertades, y en la futura gloria y prosperidad de la inmensa, de la gloriosa, de la tanto más amada cuanto más dolorida patria mexicana”.

El tono y forma del discurso del diputado Medina fue píldora embriagante para la mayor parte del Congreso. Mostrando a la vez, con suficiente claridad, el dominio en la época de una forma discursiva que sólo muy futuras generaciones habrían de rechazar.

II. Una mirada al Congreso Constituyente en la conmemoración de sus 104 años cumplidos

La serie que hemos publicado en este diario se ha limitado a mostrar algunas facetas de ese extraordinario acontecimiento que se desarrolló entre el 21 de noviembre de 1916 y el 31 de enero de 1917. Fue el 5 de febrero de este último año cuando quedó promulgada la nueva Carta Magna nacional, justo hoy, hace 104 años.

Nos queda muy poco espacio para establecer alguna línea firme de “conclusiones”. Pero cabe decir que el Congreso Constituyente de Querétaro fue “la continuación de la guerra revolucionaria por otros medios”, donde, como bien dijo el diputado Martínez de Escobar en su momento, ganó sin lugar a duda la vertiente política a la que se identificó como “liberal jacobina”.

El villismo y el zapatismo, fuerzas centrales de la Revolución, quedaron al margen “como cuerpos” en ese espacio privilegiado de “representación”. Pero la lectura que hemos podido hacer de algunos importantes momentos del referido Congreso muestran, con suficiencia, el hecho de que ambas fuerzas vitales de la Revolución permearon y determinaron no pocas orientaciones y definiciones de los congresistas.

¿Hubiera existido la Ley Agraria del 6 de enero de 1915 sin la presencia pujante del zapatismo o del villismo? No lo creo. La inteligencia y el propio radicalismo agrarista de alguien como Pastor Rouaix no hubieran bastado para entender el sentido con el que la Comisión de Constitución redactó el artículo 27 constitucional.

¿Hubiera existido el artículo 27 constitucional sin la Ley Agraria de 1915? Imposible. La inteligencia y la inclinación agrarista de un importante sector de los “liberales jacobinos” y de los denominados “independientes” no hubieran sido suficientes para llegar a las metas transformativas que se implicaron en el articulado finalmente aprobado aquel memorable 31 de enero de 1917.

Pero queda claro por otro lado que las dos fuerzas principales del escenario de Querétaro, liberales jacobinos y liberales carrancistas, encontraron algunos puntos significativos de unidad y convergencia al dibujar, en las letras magníficas de la Carta Magna, el cuerpo de un “régimen presidencialista institucional”.

La balanza global del Congreso de Querétaro se inclinó hacia una convicción que hoy por hoy no podemos juzgar superficialmente desde el podio de nuestro tiempo, a saber: la de que sólo un férreo poder Ejecutivo con capacidades extraordinarias de intervención podía enfrentar y finalmente terminar con el poder centralizado y autoritario del porfirismo.

Desde ese poder centralizado se encumbró una nueva clase política, que tuvo entre sus mayores representantes a un Obregón o a un Calles. Par de representaciones que impusieron lógicas pendulares de avances y retrocesos. Pero fue justamente ese poder centralizado el que pudo ser utilizado por Lázaro Cárdenas del Río, justo junto a constituyentes como Múgica, para abrir o reabrir, de 1934 a 1940, el gran proceso revolucionario que cerró el ciclo de lo que ahora se identifica como la “3ª Transformación”.

Pero falta por definir si, en los días pandémicos que ahora corren, se ha vuelto justa y pertinente la existencia de un régimen presidencialista institucional. ¿Tendríamos que dar vuelta a esa página de la historia para abrir en el “ahora sí” un nuevo régimen realmente federalista?.

Quede aquí, por ahora, la pregunta.

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