“La disrupción es un proceso político y nosotros somos disruptivos”: bailarines discapacitados

“Nosotros no somos los cuerpos bonitos, las narices respingadas, los de tez blanca. Somos seres humanos que sienten y se expresan".

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23 julio,2018 7:15 am
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Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cuartoscuro

“Nosotros no somos los cuerpos bonitos, las narices respingadas, los de tez blanca. Somos seres humanos que sienten y se expresan. Irrumpimos en un festival con nuestros cuerpos distintos, para cuestionar lo que la gente asume como lo estético, lo bello o lo perfecto. Sí, en la danza se busca la excelencia. Pero hay otras formas de ser excelente y otras formas de expresarse”.

Ciudad de México, 23 de julio de 2018. Esta es la base: la danza es movimiento. Antes que una disciplina, incluso antes que la perfección obtenida a base de rigor y repetición; antes que la ruptura de límites corporales alcanzada a partir de la flexibilidad y dolor; antes que la postura correcta, la pierna elevada y rígida, la fluidez del giro o del pie en punta: antes de todo eso, la danza es la expresión de un cuerpo en movimiento.
María Luisa, Olivia y Carlos danzan. Sobre sus cabezas cae una luz cálida que quiebra las tinieblas del escenario. Son jóvenes. Ellas tienen 20 años, él es un adolescente de 16. Son los integrantes de una singular compañía dancística que está por cumplir una década de existencia: el Ballet Mexicano de la Discapacidad.
Es el martes 10 julio, en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque. Las butacas están casi llenas. Esta noche la compañía estrena su más reciente espectáculo, como parte del festival Danzatlán, y cuenta con otros tres jóvenes bailarines que se han integrado: Daniel, Marisol y José Eduardo.
Al fondo del escenario, sentadas con la espalda recta frente a sus instrumentos, se encuentran la pianista Itzel Santiago y la violonchelista Maricarmen Graue. Al sonido de la música en vivo, los cuerpos responden. Se mueven. A pesar de que existe una coreografía, cada cuerpo se expresa distinto, porque ninguno es igual al otro. María Luisa y Olivia, por ejemplo, no escuchan la música. En cambio, Daniel realiza los giros en su silla de ruedas.
Itzel y Maricarmen utilizan el tacto para leer, para reconocer el mundo y para ejecutar sus instrumentos. La música cesa. Los cuerpos de los bailarines se detienen y el público aplaude. José Eduardo, un ejecutante con Síndrome de Down, es el que recibe la ovación con más entusiasmo, hace una reverencia, lanza un beso al público.
Quien no estrella una palma contra la otra para aplaudir entre la audiencia, lo hace agitando las manos, levantadas. Olivia y María Luisa agradecen el gesto, inclinando levemente la cabeza.
Otras formas de ser excelente
Unos días antes, pasado el mediodía, Maricarmen, Olivia y Carlos se reúnen para ensayar. Ya los espera David Serna, director y fundador de la compañía. Su lugar de ensayo es sui generis: un parque ubicado debajo de un puente vehicular que cruza la avenida Ignacio Zaragoza, al oriente de la Ciudad de México. En medio de claxonazos, rastros de humo que expiden camiones y tierra arrastrada por el aire, David enciende una bocina que reproduce la música de la coreografía que deben repasar.
“La disrupción es un proceso político y nosotros somos disruptivos”, dice David. Un ejemplo: Danzatlán, el festival al que fueron invitados a participar, es un evento impulsado por la mexicana Elisa Carrillo, primera bailarina del Ballet de la Ópera de Berlín, que reúne a compañías dancísticas de alto nivel, como el Hubbard Street Dance de Chicago o Les Ballets Jazz de Montreal.
“Nosotros no somos los cuerpos bonitos, las narices respingadas, los de tez blanca. Somos seres humanos que sienten y se expresan. Irrumpimos en un festival con nuestros cuerpos distintos, para cuestionar lo que la gente asume como lo estético, lo bello o lo perfecto. Sí, en la danza se busca la excelencia. Pero hay otras formas de ser excelente y otras formas de expresarse”.
Gestor cultural y coreógrafo, David Serna fue profesor durante 2003 en la primaria del Colegio Lafayette, en Pantitlán, antes de fundar la compañía. Una de sus alumnas tenía secuelas de polio y otro alumno padecía una enfermedad degenerativa, por lo que asistía a clases en silla de ruedas. David integró a los dos en las coreografías que se realizaban en los festivales de la escuela.
“Se piensa que la discapacidad es frágil, que quienes la viven son niños eternos. Para nada. Hacerlos bailar era decir a los alumnos que podían hacer lo mismo que los otros, pese a que ni ellos ni los padres lo creían, porque no estaban conscientes de las posibilidades que tenían”.
Cinco años después, David fundaba la compañía con una sola integrante: Guadalupe, una adulta mayor con secuelas de polio, con la que empezó a ensayar justo como ahora: en las calles del oriente de la ciudad. A ella se fueron uniendo más integrantes, que antes habían atestiguado la danza de Guadalupe al aire libre. “La gente se fue acercando, por curiosidad”, cuenta David.
Un repertorio para cada quien
Casi una década después, siguen ensayando en espacios que no están limitados por paredes, espejos o barras. Las primeras en aparecer son María Luisa y Olivia, acompañadas de sus madres. David las saluda y se comunica con ellas en lenguaje de señas. Las conoce desde que, siendo púberes, se integraron a la compañía. Poco después llega Carlos, un adolecente con trastornos de aprendizaje, acompañado de su abuela.
“Tengo nueve años en el Ballet –dice Carlos–. De no saber bailar, ahora lo hago muy bien”. Es un chico alto, que no hace contacto visual. Pero en los ensayos, fija la mirada con atención a los movimientos de Daniel, quien va marcando la pauta de las coreografías. Doña Cata, su abuela, relata que, antes de ser parte del Ballet Mexicano de la Discapacidad, era un niño reservado. “Si yo lo saco a bailar, no quiere. Pero aquí…”. Doña Cata dirige una mirada a su nieto, que lleva de la mano a sus dos compañeras para bailar un danzón.
“El repertorio cambia de acuerdo con cada integrante –explica David–. Partimos de las habilidades y discapacidades de cada uno. Sería injusto intentar meter a todos en un molde, como ocurre a nivel social, donde debes de cumplir cánones. Si ellos vienen tristes, les pido que me lo muestren con su cuerpo. Si vienen alegres, también. Cada movimiento se transforma en un paso, que posteriormente integramos a la coreografía”.
El Ballet Mexicano de la Discapacidad se ha presentado en el Centro Nacional de la Danza, del Cenart; el Centro Cultural Brasil-México, la Sala de Conciertos Elisa Carrillo, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) y el Congreso de la Unión, entre otros recintos. También ha representado a México en el Festival Internacional de la Danza, realizado en Colombia.
Cantar sin usar la voz
La obra que presentaron en el festival Danzatlán se llama Capacidad/dis. Daniel explica que en el título lleva la postura de la compañía: “Se trata de romper el significado de lo que la gente entiende por capacidad. No puedes decir que alguien no tiene habilidad para ejecutar algo, a menos de que no puedas observar la diversidad. En este grupo somos diversos. No trabajamos con gente que presenta un solo diagnóstico. Todos se comunican desde sus habilidades. Expresan: esto es lo que soy y esto es lo que doy”.
Desde hace 5 años, las madres y abuelas de los bailarines se involucran en los espectáculos como integrantes del Coro de Manos Amorosas. Su participación dentro del espectáculo consiste en cantar sin usar la voz: mientras las maestras Iztel y Maricarmen tocan sus instrumentos, las madres cantan las melodías con lenguaje de señas.
María Luisa Camargo, madre de la joven María Luisa Palacios, pertenece al coro. Recuerda: “Cuando empezamos con el coro, me ponía muy nerviosa en las presentaciones. Eso de que te estén viendo, y estar cantando, y pensar que te vas a equivocar… Pero han sido presentaciones muy emotivas. Acompañamos a nuestros hijos. A mi hija le gusta estar aquí, para ella esto ha sido un cambio en su vida”.
Los miembros del ballet provienen del municipio de Los Reyes, La Paz, Estado de México, y las delegaciones Iztacalco e Iztapalapa, de Ciudad de México. Se reúnen dos veces por semana a ensayar. Los bailarines veteranos son María Luisa Palacios, Carlos Armando García y Olivia Villanueva Ávila. Recientemente se integraron Daniel López, Marisol Amapola Luna y José Eduardo Alvarado. El más grande es Daniel, que tiene 32 años. Pero no hay límite de edad para ser parte del ballet: de acuerdo con Serna, ha tenido bailarines desde los 5 hasta los 60 años. Cuerpos diversos que fluyen a través de movimientos diversos, eso es el baile.
 

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