La dolce vita de Arturo Escobar

Juan Carlos Moctezuma R.

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26 agosto,2018 4:24 am
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Juan Carlos Moctezuma R.
Ya sabía de don Arturo Escobar antes de conocerlo. Mi padre me lo señaló un día de los años 70 al lado de otros de sus colegas cuando yo era un niño de 12 años:
–Mira hijo, esos señores son periodistas –me dijo. Y efectivamente, al lado de don Arturo, caminaban el ahora entrañable Anituy Rebolledo y otra persona (¿Jorge Laurel? ¿Carlos Ortiz? ¿Enrique Díaz Clavel?), quienes a esa hora de la tarde salían del Avance, un periódico de efímera vida que estaba sobre la Costera, a un lado de la calle José María Iglesias.
Ésa fue la primera vez que lo vi.
Muchos años después, en mis primeros escarceos como colaborador de los diarios en el puerto –ya en los 80–, lo volví a encontrar como lo que siempre fue: la institución dentro del periodismo de Sociales en el puerto.
Ahí coincidimos por una amiga española en común, Covadonga de Viedma, editora de la sección de Sociales y Espectáculos del Novedades de Acapulco. Mis constantes visitas a esa Redacción terminaron en agradables charlas sobre lo que, luego descubrí, era una pasión compartida: el cine.
Ya como periodista en El Sur compartimos fuentes, temas y vinos. Siempre charlando él del Hollywood dorado y de sus experiencias en la Reseña de Acapulco (de la que se convirtió en el testigo presencial acapulqueño más erudito), mientras que yo le tiraba línea sobre cineastas contemporáneos: Wenders, Van Sant, los Taviani, Cronenberg… a los que él se aficionó también.
Ya fuera en las salas del cine Playa Hornos, Papagayo o el Variedades, siempre lo topaba, siempre solo, como un iceberg en busca de un barco con el cual chocar.
En los últimos 50 años Arturo Escobar fue siempre una presencia necesaria, lo mismo como el cronista cotidiano del esplendor de una ciudad que hizo de la noche su más relumbrante escena, que como el testigo de su decadencia. Por eso, en los últimos años, su prosa periodística fue perdiendo lustre, quizá dolido por asistir a la gran tragedia final de las oropelescas noches acapulqueñas. Parecía que para él ya no había sobre qué escribir.
Luego vino el gran cambio que significaron las redes sociales, donde todos nos convertimos en reporteros de Sociales y donde el ego suplió al detalle periodístico, ése en el que era un genio.
Don Arturo Escobar falleció el jueves, pero él ya no estaba con nosotros desde años antes.
Con su partida, se va una parte de Acapulco, una parte de nosotros.
Quiero imaginar que al momento de su último suspiro, Arturo entró a una de esas gigantescas sala de cine de antaño, decorada con oro y terciopelo.
En la pantalla de plata se proyectaba la escena de la fuente de Trevi de la felliniana, La dolce vita, con Anita Ekberg y Marcello Mastroianni.
Con el agua besándole los muslos, la diosa nórdica llama a Marcello Rubini, el periodista personificado por el actor italiano, para que se le acerque…
Y en ese momento, como solamente puede ocurrir gracias a la magia del cine, Marcello se mimetiza en Arturo, mientras acercan su cuerpo al de la actriz sueca.
Imagino entonces su sonrisa, luminosa y de plena satisfacción por verse retratado como el periodista central de la película. Algo con lo que, seguramente, soñó tantas veces.
Porque después de todo, al igual que el gran Mastroianni, Arturo escobar vivió una dolce vita.

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