La historia del pingüino más fiel del mundo

El fiel pingüino de nombre Dindín viaja 4 mil kilómetros hasta llegar frente a la valla de bambú de la casa de Joao.

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12 diciembre,2017 3:49 pm
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Rio de Janeiro, Brasil, 12 de diciembre de 2017. El bote avanza meciéndose rítmicamente en alta mar hasta que por fin encuentra el lugar buscado en Ilha Grande, una isla del Atlántico sur. “Bem-vindo a Provetá. Jesus te ama”, reza un cartel en portugués colocado sobre una roca en la entrada de bahía.

Provetá es un pequeño pueblo de mar en Brasil, al que se llega tras más o menos una hora viajando en bote desde las playas más turísticas de Ilha Grande y en el que proliferan las iglesias evangélicas. Y es, además, hogar de un albañil retirado que se ha hecho conocido entre sus vecinos gracias a un reportaje de televisión y a una historia que parece a primera vista inverosímil.

Los hechos que tienen como protagonista a Joao Pereira de Souza empiezan más o menos así: el jubilado paseaba en 2011 por la playa cuando vio a un pingüino tendido a orillas del mar, embadurnado en petróleo, con una pata rota y una herida en la espalda. Resignado a morir, quizá. Pero Joao lo llevó a su casa, a unos 50 metros de la playa, y lo cuidó hasta que sanó. Solía frotarle la espalda con su propia crema, cuenta. Lo bautizó como Dindin.

Un par de meses más tarde, cuando Dindin ya se había recuperado, Joao salió al mar con su bote para ponerlo en libertad. Volvió luego a la costa, sólo para descubrir que alguien se le había adelantado en el regreso: Dindin. El pingüino se quedó unos meses más con él antes de volver por decisión propia a la Patagonia, el lugar que es el hábitat natural de su especie en el sur de Argentina.

Lo que ocurrió después es la parte más increíble de la historia: Dindin adquirió la costumbre de volver cada año por la misma época a visitar a su benefactor frente a la valla de bambú de la casa de Joao.

Antes tenía que haber recorrido unos 4 mil kilómetros desde la Patagonia hasta Ilha Grande, según los cálculos, para llegar luego andando a paso torpe hasta la casucha de Joao, ubicada en segunda fila frente a la playa. Todos los años se quedó hasta ocho meses antes de emprender el viaje de regreso al sur, cuando el verano brasileño se torna demasiado caluroso.

La historia dada a conocer por el canal de televisión “Globo” parecía inicialmente demasiado bonita para ser real.

En Provetá no es difícil dar con la casa. “Ah, ¿Joao Cachaça?”, dice un pescador. “Vive atrás, al costado de la casita roja”, explica luego. Cachaça es el apodo del albañil, llamado así aparentemente por su afición a la famosa bebida espirituosa brasileña de ese nombre.

Joao y su esposa están sentados en un banco de madera. Su primera mirada es de recelo. Pero por encima de la valla se puede ver, eso sí, a un pingüino cerca de ellos.

El dueño de casa no tiene al comienzo muchas ganas de hablar, aunque poco a poco se va soltando.

“Estaba seguro de que Dindin no volvería este año”, dice y su trato tan familiar con el pingüino hace que su historia empiece a parecer de repente real. Su cumpleaños número 73, el 24 de julio, lo pasaron esta vez solos su esposa Creusa y él, cuenta. Hasta que unos días después, el 1 de agosto, Dindin apareció delante de la valla. “Lo quiero como a mis tres hijos”, dice Joao.

El científico alemán Klemens Pütz considera la visita anual del pingüino rara, pero posible. “El lugar está en la ruta habitual del pingüino de Magallanes”, explica Pütz sobre las costumbres de la especie, conocida también como “pingüino patagónico”.

“Después de incubar en la Patagonia, los pingüinos nadan en invierno normalmente miles de kilómetros hacia el norte, más cálido, hasta llegar a Brasil”, dice el director científico del instituto Antarctic Research Trust.

Los ejemplares del “Spheniscus magellanicus”, según su nombre científico, son además capaces de encontrar después de meses el lugar exacto donde incubaron, así que es plausible suponer que uno de ellos pueda volver a una casa en Provetá, explica Pütz.

Raro es sólo que Dindin pase tanto tiempo en tierra, reflexiona. Pero luego agrega que se han visto casos de pingüinos enamorados de sus cuidadores en el zoológico, siguiéndolos a todas partes.

Joao Pereira cuenta que hay planes de ponerle a Dindin un aparato de GPS para ver cuál es su ruta y habla también de un posible contrato con un canal de televisión. Cuando algún extraño se acerca mucho a él, el pingüino intenta morderle el dedo. Si es Joao, en cambio, se frota con él mientras su amigo lo enjuaga con un cubo de agua.

Y fuera de casa, Dindin siempre vuelve tambaleándose hacia Joao después de bañarse un rato en el mar. “Sólo come sardinas”, dice el albañil jubilado. Luego muestra el lugar en el que encontró al pingüino en 2011.

“No me voy a olvidar nunca de cuando volví en el bote tras intentar liberarlo en el mar, y él ya estaba aquí, mirándome”, recuerda. Dos escolares se paran en la orilla a saludar por su nombre al pingüino, cuya historia todos conocen en el pueblo ubicado a unos 170 kilómetros de Río de Janeiro.

¿Y cómo es cada año la despedida, cuando Dindin se marcha hacia el sur? “Se para delante del portón, yo abro”, cuenta Joao. “Dindin va entonces hasta la playa y se echa simplemente a nadar”.

Texto y foto: dpa.

 

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