La memoria es un rostro que siempre nos observa

La exposición "Restablecer Memorias" se presenta en la Sala 9 del museo. La muestra consiste en dos obras: "Salón ancestral de la familia Wang" y "Ayotzinapa".

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8 julio,2019 8:10 am
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I.
Dentro la dinámica del Museo Universitario Arte Contemporáneo de la UNAM, se ha montado la exposición Restablecer memorias, del artista y activista chino Ai Weiwei. Museo de arquitectura minimalista con enormes exteriores de cristal, que, desde su constitución el 27 de noviembre del 2008, se estableció como un recinto que hospeda obras que discuten, desde la proximidad temporal (aloja únicamente exposiciones acotadas de la década de los 50 en adelante), la realidad del país y su conciencia sobre el quehacer artístico, y en un segundo movimiento, propuestas internacionales que delimitan el panorama actual del arte. Curaduría que se describe como un espacio para generar conversación sobre el papel del arte en la sociedad mexicana, y a su vez, transita hacia la revisión del concepto de lo que es lo contemporáneo. Bajo estos términos, la exposición de Ai Weiwei, abierta al público desde el 13 de abril de este año, y que cierra el 6 de octubre, embona totalmente con los propósitos del museo: una revisión pertinente y necesaria con el acontecer de la realidad nacional y, dentro de la dinámica que presupone el ejercicio artístico, se vierte en consideraciones que incitan al espectador a tomar conciencia de su condición de sujeto lleno de símbolos en constante cambio. Símbolos que en el trabajo de Ai Weiwei, emanan del discurso de la memoria y sus implicaciones sociales.
Ai Weiwei es un caso muy peculiar dentro de la trama del arte en China. No busca la inmovilidad de la obra en el museo como objetivo último de sus preocupaciones. Su trabajo consiste en revisar discursos y problematizar realidades políticas, trazando una delgada frontera entre la intervención social y lo estético. Carácter que en su país lo ha vuelto un personaje incómodo, al punto de que el régimen ha censurado su nombre del internet desde el 2009, y donde fue arrestado durante 81 días bajo el cargo de evasión fiscal, aunque se asume como un acto de represión del gobierno. La postura de Ai Weiwei no es gratuita, el ser hijo de uno de los poetas contemporáneos más importantes de China (Ai Qing), que fue opositor al maoísmo (circunstancia que obligó al exilio al poeta y su familia por 16 años, hasta la muerte de Mao Zedong), es lo que propició el impulso que hay detrás del artista, para revisar la naturaleza del gobierno chino, y que devendría en la consolidación de su figura como activista.
Ai Weiwei logra admitir dentro de sus inquietudes, tanto al artista cuidadoso del sustrato estético de su trabajo, como la crítica hacia las problemáticas que acaecen en su país y fuera de él, sin que su labor se vea etiquetada como un esfuerzo más cercano a lo panfletario que al arte mismo. Dicha condición nos explica por qué sus obras tienen tanto alcance alrededor del mundo, y justifica la presente exposición en el MUAC, donde hace un tratamiento de las ruinas de un templo de la dinastía Ming, a la vez que traduce los conceptos del olvido y la memoria al contexto mexicano, concretamente en el caso de violencia y desaparición hacia los estudiantes de Ayotzinapa.
La exposición Restablecer Memorias se presenta en la Sala 9 del museo. La muestra consiste en dos obras. Salón ancestral de la familia Wang, conformado por el ensamble de un templo de madera de la dinastía Ming, y que plantea un diálogo con la memoria a partir de la resignificación de las ruinas. Una apuesta por entender al pasado como algo en constante tensión con nosotros. Para el montaje del templo, el autor específicamente trabajó con carpinteros chinos, quienes armaron las mil 300 piezas que constituyen la estructura. Además de salvaguardar técnicas ancestrales de construcción de su país, el propósito de este procedimiento se centra en la motivación principal del autor para el readymade: la memoria gestada desde la colectividad. Fundamento que utiliza también en la segunda parte de la sala, donde desarrolla el caso de los normalistas de Ayotzinapa, al hacer parte del trabajo de montaje a 200 estudiantes, provenientes de instituciones educativas de la Ciudad de México y Puebla. Consideración necesaria decir, que la propia labor de montaje se vuelve significativa al estructurar una reflexión sobre la memoria de los jóvenes mediante la participación de homónimos. Trabajar con estudiantes para elaborar una crítica de la violencia hacia los mismos estudiantes.
Ayotzinapa se compone de diversos elementos que surgen directamente del ejercicio documental, sin embargo, por la influencia directa de la formación de Ai Weiwei en New York de 1981 a 1993, y propiciada por su interés en la obra de artistas como Marcel Duchamp, Andy Warhol y Jasper John, esta pieza adopta características que pueden dar un paralelismo con el art pop. Exposición que desde lejos obliga la vista del espectador al mostrar un enorme mural compuesto por 500 mil piezas de lego, que conforman las fotografías pertenecientes a los normalistas de Ayotzinapa. En total suman 46 cuadros, 43 de ellos están desplegados sin divisiones entre cada estudiante, y configuran a los 43 desaparecidos. Al final de las filas hay tres cuadros más, que pertenecen a Julio César Mondragón Fontes, Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo, estudiantes asesinados e identificados. Debajo de los rostros se despliega una cronología de la historia de México que inicia con la Independencia, y que después desarrolla, de manera muy minuciosa, los detalles y sucesos del caso Ayotzinapa hasta una noticia relacionada con un hecho del 21 de febrero de este año, del juicio hacia el mayor fabricante de armas de Alemania, Heckler & Koch. A su vez en una de las mesas se puede consultar la mayoría de bibliografía resultante de la reflexión e investigación del caso, así como copias del amparo 203/2017 que describe los pormenores de la investigación criminalística. Como parte del esfuerzo de investigación de Ai Weiwei, y que tiene planeado salir públicamente en formato documental en 2020, hay en 10 pantallas diversos videos con entrevistas hechas a familiares directos de los normalistas, así como a especialistas relacionados con el caso.
Sin duda, la muestra de Ai Weiwei busca a la memoria, pero no desde una postura pasiva, donde sólo se pretende recrear desde la nostalgia, lo que estuvo detrás de nosotros. La motivación principal de la exposición es invitar al espectador a volverse partícipe y responsable de la memoria, como algo a que no se debe ignorar si se desea establecer una ética con el presente, y, en consecuencia, con el futuro. Restablecer Memorias es una exposición sobre la manera en que nos relacionamos con nuestra realidad social y política a partir de lo que no debe ser olvidado.
II.
Hay dos puertas automáticas frente a mí. Cada una medirá alrededor de los tres metros. Y aunque sé que estoy en un museo, lo primero que me invade al estar mirando los cristales, es el recuerdo de un domingo cuando acompañaba a mi madre a comprar lo de la semana. Un niño que levanta las manos para abrir las puertas de la tienda con aire acondicionado. Movimiento que suponía el dominio de algo que no se ve pero que modifica la voluntad de las cosas. Magia, le dicen. Pero ahora ya no estoy seguro de cómo nombrarlo. Entonces se desplegaba una tienda llena de anaqueles luminosos, y yo confiaba más en el mundo.
Termino de leer la información sobre la obra de Ai Weiwei, y cruzo las puertas, pero esta vez no alzo las manos. Es la sala 9. Si no hubiera una exposición ahí, no habría más que paredes tan blancas como la bata de un doctor que no ha manipulado la carne. Sin embargo, hay algo enorme en medio. Una interrupción de la nada. El esqueleto de un templo de la dinastía Ming. Ruinas de 400 años de edad sobre el suelo sin lustrar de un museo universitario. El testimonio de la violencia de la revolución china. Un montón de pedazos de madera acomodados de tal forma, que asumen un contraste entre lo que somos ahora, y lo que dejamos de ser. En las paredes hay algunas fotografías que muestran de dónde fue sustraída tal arquitectura. Podríamos decir que el artista trasladó una cicatriz del poblado de Xiaoqui, la despojó de su condición de ruina, y está aquí, sobre nosotros, ya sin movimiento, ya sin perecer porque se le ha puesto otro nombre.
Del otro lado de la sala, siendo una interrupción de la propia interrupción que ya admite el esqueleto de madera, hay 46 rostros. Caras que nos interpelan en todo momento a salirnos de la provincia de Jiangxi. Nombres que nos obligan a dejar esas ruinas para discutir otra forma de violencia y memoria. Los 46 retratos fueron ensamblados con legos. Y desde su condición de imágenes creadas minuciosamente, pieza por pieza, podemos decir que una persona a la distancia pareciera un elemento cerrado, pero en su cercanía, se puede apreciar todo lo que configura la existencia de alguien desde sus particularidades. En ese sentido, la propuesta de Ai Weiwei establece esta dinámica: entender la situación de los normalistas, si desde una perspectiva documental y que es exhaustiva con la información concreta del hecho, pero también hace un llamado a reducir distancias, a dejar de ver números, y pensar en todo lo que hay detrás de un nombre.
Me acerco aún más a las paredes. Debajo de ellas, de manera cronológica, está detallada la historia de México, pero acotada a hitos que sirven de fundamento para establecer la sucesión que desembocaría en lo ocurrido el 26 de septiembre. Muros que han rebasado su condición estéril, que nos hablan en un lenguaje que pretende revisar a la memoria. Y es que no sólo son datos inmóviles. En su narración, aun bajo el estricto carácter informativo, están cargados de símbolos. Una lectura guiada por los rostros de los estudiantes. Cada vez que me detengo a descansar la vista, sé que alguien me observa, y miro hacia arriba, y ahí están. Latentes en todo momento. ¿De qué otra forma podría ser? Discutir a la violencia siempre tiene que iniciar por el reconocimiento de las víctimas.
Recorro toda la cronología que llega hasta el 21 de febrero de este año (Termina el juicio de Heckler & Koch) y me encuentro con un pedazo de pared blanca. Abierta para seguir escribiéndose, porque desafortunadamente, este acto de anulación de los derechos humanos no está cerrado. Debajo, en la esquina, hay un pequeño extinguidor, casi pareciera que fue dispuesto a propósito como parte del readymade, para recordarnos lo volátil que es la memoria.
Volteo, y en otra sección de la sala hay diez pantallas con auriculares. Son diversos testimonios de padres, familiares y expertos involucrados en el caso, que describen y narran el padecimiento de los hechos a partir de la intimidad de sus casas. En ese momento uno pareciera apartarse de los límites que impone la sala del museo, y te involucras con una inmediatez que excede la postura del visitante, para convertirte en alguien que observa directamente la ausencia. Cada uno de los relatos permiten conocer lo que ocurre dentro de los hogares, trazar un retrato de los jóvenes previo a su desaparición, verlos ajenos a la sombra de un rostro diluido en sangre, conocer quiénes eran, entender qué implicaban sus nombres dentro de sus familias. Y como un golpe en la cabeza que oscurece la mirada, también se escucha el dolor de saber que alguien ya no volverá a cruzar la puerta, o ayudarle a su padre a trabajar el campo en el verano, o sentarse a la mesa a compartir el pan o las tortillas. Sigo sentado después de escuchar varios testimonios. A veces la imagen refleja la pared que hay detrás de mí. Una de las madres habla de su hijo. Casi pareciera que lo contiene en la mirada. Y ese reflejo, ahí, en una de las esquinas de la televisión, me deja ver varios de los rostros montados en la pared a mis espaldas. Los rostros de manera indirecta, pero siempre ahí. Una acotación del relato de sus padres. Rostros que no permiten la indiferencia. La pantalla se oscurece para reiniciar el video. Me levanto, atravieso la exposición, y al salir, sé que hay 46 que aún nos observan.
Texto: Alan Valdez / Foto: Isaac Esquivel / Cuartoscuro
 

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