La política de lo efímero

Jesús Mendoza Zaragoza   Estamos ya en los umbrales del proceso electoral de 2021 que, aún en medio de la pandemia, va a movilizar la estructura política del...

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8 febrero,2021 5:27 am
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Jesús Mendoza Zaragoza

 

Estamos ya en los umbrales del proceso electoral de 2021 que, aún en medio de la pandemia, va a movilizar la estructura política del país y a gran parte de los ciudadanos. Tenemos a la vista un tiempo en el que lo político tiene una alta relevancia para bien o para mal del país, debido a las implicaciones del sistema político mexicano que contiene búsquedas, iniciativas, vicios e inercias del pasado. En este tiempo se visibiliza un modo de entender y de hacer política, desde los partidos, desde las autoridades electorales, desde los gobiernos y desde la sociedad.

En este tiempo se manifiesta, como en una radiografía, lo que es el sistema político mexicano. Estudios, análisis y observaciones pertinentes se hacen para entender su evolución y sus proyecciones y para hacer diagnósticos. Pero también, podemos determinar las características de la cultura política que está detrás de lo que vivimos y hacemos en relación a lo público, tales como límites, alcances, prejuicios, fobias y pronósticos. ¿Cómo estamos entendiendo la política, tanto los profesionales como el común de los ciudadanos? ¿Cómo afecta a la democracia esta comprensión? ¿Cuáles son las debilidades de nuestra cultura política, que no nos permiten avanzar hacia una democracia más participativa y hacia mejores condiciones de vida para el país?

Una de las características de la práctica política dominante en México es el inmediatismo, que tiene un vínculo estrecho con la cultura individualista. Con la caída de las grandes ideologías y de las utopías, se ha esfumado la visión de futuro. Por eso, la política ya no apuesta al futuro sino a lo inmediato. Si las ideologías quedaron desacreditadas y arrumbadas en las bodegas de las cosas inservibles, sólo ha quedado el criterio de la utilidad. La política es útil para conseguir el poder y para conservarlo, sin otro interés mayor.

Sin visión de futuro, la política queda acotada por lo inmediato, por lo efímero, por las necesidades y los problemas de hoy, sin más. Y tomando en cuenta que los períodos de gobierno están definidos por trienios y por sexenios, esas medidas de tiempo sirven de referencia para pensar y proyectar la política. Pensar con amplitud y a largo plazo ha dejado de tener sentido, tanto para los políticos como para los ciudadanos. De esa forma, la política se circunscribe en el espacio de lo efímero y de lo más inmediato, de lo pragmático y de lo parcial, con respuestas circunstanciales y a muy corto plazo. Los procesos electorales definen los ciclos de la vida política, que se articula con una finalidad desde el ámbito del poder, en orden a conseguirlo o conservarlo.

En Acapulco y, en otras latitudes vemos la obra pública pulverizada. Es común mirar, sobre todo en zonas populares, una calle con partes pavimentadas y partes de tierra. La administración pública ha estado rebasada desde hace mucho tiempo, porque no ha habido ni planeación ni previsión. El Estado no cuenta con instituciones fuertes y sólidas que tomen la responsabilidad de prever el futuro y de preparar las condiciones para no ser rebasado.

Así, ha sido la política que no está acostumbrada a mirar lejos y a pensar en las siguientes generaciones. Los gobiernos sólo responden por sus períodos como si el futuro no fuera parte de su responsabilidad. Los compromisos de gobierno son pensados para sólo unos escasos años sin visión de futuro. Hay temas que no pueden tratarse en ciclos de corto plazo, pues requieren una mirada amplia hacia el futuro. Pienso para la ciudad de Acapulco en los problemas con el agua, los desechos sólidos (basura), la seguridad pública, la sanidad de la bahía, el manejo de las cuencas, de ríos y lagunas, que para ser resueltos necesitan una mirada a largo plazo, a 50 años, por decir algo. Con una administración pública municipal obesa y disfuncional que se come todo el presupuesto, el municipio no tiene energías para mirar lejos, hacia el futuro.

Y en el ámbito nacional tenemos otros temas que, a mi parecer, se siguen mirando de manera inmediatista y funcionalista. El cuidado del medio ambiente, la agricultura sustentable, la salud pública, la construcción de la paz, entre otros, requieren una visión prospectiva de largo alcance que pueda irse construyendo poco a poco, con el paso de los gobiernos. Y, por si fuera poco, los criterios para abordar estos asuntos son los del poder. No cuentan otras visiones, como las de las oposiciones o las de la sociedad civil.

Se necesita un proyecto de nación construido entre todos, no por una élite, sea del partido que sea, que visualice el México que queremos en cien años, por ejemplo; para responder no solo a los problemas de hoy, sino a los problemas de las siguientes generaciones. Y ese proyecto de nación no existe porque no se ha procurado una democracia con visión de futuro, una democracia en la que cuenten también las siguientes generaciones. La democracia que tenemos solo funciona para repartir el poder entre los actores políticos de hoy para los problemas de hoy. Es realmente un remedo de democracia, porque los ciudadanos comunes no nos sentimos escuchados, atendidos ni representados. No tomamos parte en las decisiones, ni en las grandes ni en las pequeñas.

Lo peor está en que los ciudadanos ya nos acomodamos a esta cultura de lo efímero. Renunciamos a soñar el futuro que deseamos, reducimos la mirada a los problemas inmediatos que nos van rebasando, nos dejamos acotar por los ciclos de la política formal, pues no tenemos una agenda social que promover. Nos conformamos con alinearnos con los partidos políticos o con sus liderazgos para ser agraciados con algunas de sus migajas electoreras o con las de las administraciones públicas cíclicas. Muchos ciudadanos buscan ser retribuidos con un empleo, un favor, un beneficio individual para el momento. Tampoco miramos lejos, tampoco soñamos una nación diferente, tampoco aspiramos a transformaciones que beneficien a todos, a quienes vivimos hoy y a quienes nos reemplazarán en el futuro. Así las cosas, los ciudadanos nos dejamos uncir a las agendas individualistas y cortoplacistas de los políticos, que consiguen domesticarnos por diversas vías: la de la apatía social y política, la de los fanatismos políticos y la del clientelismo.

Las ideas, las grandes ideas, ya no cuentan; los proyectos, los grandes proyectos, tampoco. Los principios, menos. Hay la percepción de que los partidos políticos se despojaron de las ideologías y las arrojaron a la basura. Por eso, es común ver las carreras de los chapulines, que sin recato alguno brincan de partido en partido. La única ideología es la del poder y la única estrategia es el pragmatismo para hacerse de él y para retenerlo.

¿Qué significa mirar lejos en la política? Si la mirada inmediatista se pone en aumentar la popularidad o en garantizarse votos o aprobación, mirar lejos consiste en construir las condiciones necesarias para que las personas, las familias, las comunidades y los pueblos se hagan sujetos de su propio desarrollo con las propias capacidades. Más allá de programas sociales de carácter asistencial que tienen que responder a situaciones de emergencia, como respuestas pasajeras, se requiere, por una parte, construir capacidades en las personas y en los pueblos y, por otra parte, poner las condiciones políticas, económicas y culturales para un desarrollo integral y sostenible.

En este contexto, uno de los grandes temas es el trabajo porque la mejor ayuda al pobre no es el dinero sino un trabajo que le permita vivir con dignidad. No hay peor pobreza que aquélla que priva del trabajo y de la dignidad que da el trabajo. Lo primero que un pobre necesita no es dinero, sino dotarse a sí mismo de dignidad, con la cual puede hacerse cargo de sí mismo de una manera sostenible. Para que eso suceda hay que poner las condiciones que necesita.

Concluyendo, es necesario recuperar la política, porque es insustituible a la hora de pensar en el desarrollo integral y sostenible, en la democracia participativa y en la paz duradera. Es la gran herramienta que hay que saber usar, tanto por los profesionales de la política, por las instituciones públicas y por los ciudadanos. Su potencial es impresionante, pero asombrosamente la manera como la vivimos no da los resultados esperados.

Hay que empezar a medir las ideas y los proyectos de los candidatos y de los partidos, con una visión de futuro. Hay que medir si no refuerzan los individualismos y los inmediatismos tan dañinos o si están enfocados hacia el control del poder mediante el agandalle y la fragmentación social. Es seguro que encontraremos de todo. Mucho podemos aprender de las democracias de muchos pueblos indígenas, donde el referente es la comunidad y no el poder. La política como tal puede dar lugar a instituciones sólidas, articuladas para el bien público, capaces de sustentar el avance hacia mejores condiciones de vida. Cada político y cada ciudadano hace su aporte enriqueciendo la misma visión de futuro y enriqueciendo también el avance hacia él. Porque la política de lo efímero nos ha obligado a vivir estancados, sin avances sustanciales en temas como la construcción de la paz, la seguridad ciudadana, el desarrollo del campo y la democracia misma, entre otros.

 

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