La reconstrucción de la fe

Entre la música de tambor y pito, el humo del incienso, rezos y otras plegarias, los tamales el pozol, hombres y mujeres indígenas tzotziles del pueblo de Venustiano...

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5 noviembre,2017 2:00 pm
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Tixtla Gutiérrez, Chis., 5 de noviembre de 2017. Entre la música de tambor y pito, el humo del incienso, rezos y otras plegarias, los tamales el pozol, hombres y mujeres indígenas tzotziles del pueblo de Venustiano Carranza se dieron cita en una ceremonia para regresarle el alma a la iglesia de San Pedro.

Dañada por el sismo del pasado 7 de septiembre, las autoridades tradicionales religiosas –conformada exclusivamente por hombres a quienes se les denomina “los principales”–, encabezaron ese singular ritual el domingo 22 de octubre. El objetivo: Traer de vuelta a la iglesia su ch’ulel, para dotar de alma a los muros del templo de San Pedro Mártir, considerado monumento histórico del siglo XVIII.

Tras el sismo, el alma había salido de ella.

En Venustiano Carranza, un grupo de encargados de estos templos declarados patrimonio nacional por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) emprendió acciones ante las instancias correspondientes para su restauración.

Juan Padilla, joven artista visual que con el antropólogo Martín Lara y la comunicadora y promotora cultural de ese pueblo, Olivia Velasco Ozuna, se han dado a la tarea documentar todo este proceso de reconstrucción, señala que luego de visitas y peritajes realizados por personal del Centro INAH-Chiapas se determinó que el templo de San Pedro presentaba daños mínimos que correspondían al agrietamiento del aplanado, el cual habría de ser reemplazado en algunas áreas.

Por este hecho el inmueble no era candidato a solicitar recursos ante el Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden), y por tanto los principales podrían comenzar con el trabajo de restauración siempre y cuando pudieran solventarlo con recursos propios.

Así, los principales se organizaron llamando a personas del barrio a colaborar con la mano de obra para efectuar el trabajo, mientras ellos por medio de cuotas establecidas en mutuo acuerdo y por algunos donativos realizados externamente pudieron adquirir el material necesario, consistente en cal, arena y nopal.

Explica Padilla que, bajo instrucciones para procesos de restauración del INAH, el 11 de octubre se emprendieron las actividades, yendo a diversas zonas de la ciudad en busca de una cantidad suficiente de nopales. Al siguiente día los cortaron en pequeñas rebanadas para luego ser vertidos y hervidos en agua. Utilizando esta mezcla como aglutinante, se realizó una argamasa con cal y arena para recubrir las partes dañadas en el aplanado.

Detalla que el trabajo de restauración consistió en remover el aplanado en áreas de grietas profundas para luego sellarlas con la mezcla de cal.

“Este proceso se llevó a cabo en un estado de convivencia en el que el compañerismo, la devoción, el respeto y el amor hacia la iglesia como centro de encuentro se vieron reflejados. Así, hombres y mujeres colaboraron para devolverle a San Pedrito una casa digna para recibir a los que lo necesiten”, dice Padilla, originario de San Bartolomé de Los Llanos.

Recuerda que las labores de rehabilitación concluyeron la tarde-noche del 16 de octubre. Fue así como Marcos Poxil, principal del barrio de San Pedro, dijo haber tenido un sueño, y en ese sueño le dijeron que deberían realizar esa ceremonia para regresarle su “ch’ulel” a la iglesia.

Desde la tarde del 21 de octubre, un vaivén de personas transitaba por los corredores de la sacristía de la iglesia. La gente cargaba en bolsas o entre sus manos gallinas de patio que serían sacrificadas para alimentar a los asistentes al acto ritual del día siguiente.

Mientras tanto un grupo de mujeres expandían cantidades de masa de maíz en una manta colocada sobre una mesa, para luego embarrar sobre esa capa otra de frijoles molidos, que luego enrollaban y cortaban con un cuchillo. Preparaban el tamal de frijol que acompañaría el caldo de gallina. Enseguida, llevaron a cabo el sacrificio de varias gallinas e hirvieron la carne para hacer el caldo.

Padilla dice que fue Pascual Poxil, líder de este grupo de “los principales” de San Pedro, quien solicitó que durante todo el proceso del trabajo en la iglesia deberían organizarse para dar de comer a los colaboradores, y que también debería realizarse una comida especial para esta ceremonia.

Fue así, narra Padilla, como la mañana del 22 de octubre los músicos tradicionales de tambor y flauta conocidos como kantoletik y “principales” de los cinco barrios; El Convento, San Sebastián, El Calvario, San Pedro y Señor del Pozo se congregaron en el atrio de la iglesia para acompañar en el ritual.

Antes de las 11 de la mañana, mientras la música de tambor, flauta y trombones se escuchaba, al interior de la iglesia algunos “principales” de San Pedro colocaban unas velas en candeleros de diferentes alturas frente al altar mayor, y se apreciaba al final una composición triangular que remataba en el centro con un cirio pascual.

Entre velas, oraciones y plegarias, y el sonido de la música del tambor y pito, se realizó aquella ceremonia. Después, todos comieron caldo de gallina y tamales de frijol.

“Fue así como le regresaron los pedazos de alma que el terremoto extrajo de la iglesia, y con ello, se ha restaurado no sólo su cuerpo sino también su esencia, su ch’ulel. Ha recuperado su fuerza, su ser maciza. Esta lista para ser como siempre: el cúmulo de afectos de un pueblo que cree. San Pedro está contento, su corazón está contento porque su casa ya tiene otra vez alma”, dice Padilla.

Martín Lara Kú relata que el inmueble data de principios del siglo XVIII, aunque ya desde 1616 se habría fundado la cofradía a San Pedro Mártir.

El templo actual, dice Lara Kú, fue concluido en 1722 y parece ser sustitución de otro anterior. En 1902 se derrumbaron el techo y la capilla mayor, sólo permanecieron los contrafuertes de ésta, la fachada y los muros laterales. La iglesia estuvo en ruinas medio siglo hasta su habilitación en la década de los 50. En su reedificación sólo se levantó la mitad original del largo del presbiterio.

Pero si bien la de San Pedro pudo ser rehabilitada, no así otras iglesias que son consideradas monumentos históricos por el INAH, como la de San Bartolomé de los Llanos, el Santo Patrono de Venustiano Carranza.

De ahí tuvieron que sacar a dos de sus santos sagrados, al Señor de Esquipulas y el Santo Entierro. Se realizó toda una procesión para llevarlos a la iglesia de San Sebastián, donde permanecen ahora en calidad de “refugiados”, en lo que rehabilitan su iglesia.

Eso sí, el patrono San Bartolomé de Los Llanos no fue bajado de su altar. Los indígenas totiques, los que conforman el grupo de “los principales”, consideran que si es removido, algo muy grave podría sucederle a la población. Por eso sigue ahí, intacto. Solo.

Texto: Isaín Mandujano, Apro/ Foto: http://centzuntli.blogspot.mx

 

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