Lejos de los escritores malditos de bolsillo

Federico Vite

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17 marzo,2020 8:01 am
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Federico Vite

Louis-Ferdinand Céline, novelista y médico francés, es el prototipo de escritor maldito. A 88 años de la publicación de Voyage au bout de la nuit* (1932) valdría la pena revisar la obra de un hombre que logró lo imposible, la aceptación de conservadores y de liberales; pero obviamente el verdadero motor de su encanto radica en el humor negro, la brutal mirada que sostiene sobre la frágil y maligna condición humana. Por ejemplo, esta frase extraída del libro y cuya traducción me atribuyo: “Se los digo, infelices, jodidos, vencidos, desollados; siempre empapados de sudor; se los advierto: Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón”. Otra muestra es: “La única empresa que debe procurar una mujer pobre, pero guapa, es su culo”. Con frases como estas, Céline revela que su lector ideal son los pesimistas crueles. No escribió (aunque la novela tenga frases de un belleza agria, como la siguiente: “El abastecimiento era una pesadilla más, un pequeño monstruo en medio de la guerra. Brutos delante, a los lados y detrás. Los había en todas partes. Condenado a muerte en moratoria, no salíamos de las enormes ganas de dormir. Y además de ellas todo era sufrimiento, el tiempo y los esfuerzos por tragar. Un trozo de riachuelo, un paño de muro que creíamos recordar… Nos guiábamos por los olores para volver a encontrar la granja del escuadrón, transformados en perros de los pueblos abandonados en la noche de guerra. De todos los olores, el que mejor guía es el de la mierda.”) para la academia ni para los elegantes y políticamente correctos intelectuales sino para el vulgo, ese público que no es bueno ni sabio.

Céline escribió, vertebra un discurso en el que la vida en Europa y en Estados Unidos consiste en aprovecharse de los idealistas que creen en la justicia y en la libertad. Criticó lo mismo a los ricos que los miserables; su pluma no evitó la confrontación nihilista de su odio.

Viaje al fin de la noche narra la historia de Ferdinand Bardamu (alter ego de Louis-Ferdinand Céline), quien se alista en el ejército francés cuando inicia la Primera Guerra Mundial. Horrorizado por lo que ha visto en el campo de batalla, decide huir a las colonias francesas en África y, de ahí, a Nueva York, hasta que vuelve a su amado París para ejercer la medicina en un suburbio.

El relato ofrece una acumulación de fracasos que Bardamu padece, lamenta y trata de corregir. Es un individuo que no termina de acomodarse en una sociedad hipócrita y arbitraria, puramente comercial y, por supuesto, vanidosa, cruenta y despiadada. Analiza la miseria humana en medio millar de páginas.

Esta novela transmite odio, habla de un amor frustrado, destila una desilusión potente que Bardamu sobrelleva con furor.

La potencia narrativa de Céline radica en su voz narrativa y en su punto de vista; no posee una estructura compleja este libro, es lineal el manejo del tiempo. Pero su voz nunca sale del hoyo, está en un atolladero sentimental, en una zanja de su alma. Ofrece descripciones desgarradoras que no caen en el melodrama gracias al humor negro. Desde esa trinchera ofende a los ricos, a los poderosos. Se convierte en una voz que encarna una subversión, aunque a muchas personas este libro les parezca una insoportable vulgaridad. Precede a Henry Miller y a Charles Bukowski, es en cierta forma un abuelo de la obra de John Fante, pero lejos de esos comparativos insustanciales es importante destacar que toda la izquierda europea aplaudió esta novela, pero se mantuvo a distancia de Céline, quien fue acusado de colaborar con los nazis por sus vehementes textos en contra de los judíos; se exilió en Alemania y en Dinamarca, donde fue encarcelado. En 1950 regresó a Francia tras recibir la balsámica amnistía de su gobierno.

Y cómo no va sentirse uno confundido por la belleza de un libro que resuma odio y belleza. Para muestra, una párrafo más: “Hay palabras escondidas dentro de otras, como piedras. No se las reconoce especialmente; sin embargo, te hacen temblar toda la vida que posees, toda entera, en su flaco y en su fuerte… Entonces viene el pánico… El alud… Te quedas allí como un ahorcado, encima de las emociones. Es una tempestad la que ha llegado, ha pasado, demasiado fuerte para ti, tan violenta que parece imposible al tratarse de sentimientos… Así, pues, nunca desconfiamos bastante de las palabras, esa es mi conclusión”.

La virtud de una novela mayor es justamente la creación de un estilo; hay en Viaje al fondo de la noche la evidente certeza de que Céline desacraliza el asunto literario y lo hace con una prosa elegante, irónica e iconoclasta. El 90 por ciento de los escritores de esa época escribían con frac. Céline, no, nunca lo hizo.

No sé usted, pero cuando un autor recibe elogios de un bolchevique como Trotski y de un derechista como Léon Daudet (fue un escritor, periodista y político monárquico francés, hijo del escritor Alphonse Daude) estamos ante un escritor vértice, alguien que une dos polos. De esa manera vivió Louis-Ferdinand Céline tras publicar el libro que hoy comento y que me parece injustamente relegado.

En México hay muchos escritores malditos de bolsillo, pero déjelos, lea a Céline para que comprenda la hondura estética y terrible de un escritor maldito que pone el dedo en la llaga con fuerza.

*Se toma como base de este artículo un ejemplar de la editorial Gallimard, Francia, 1952, 505 páginas.

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