Los Osos Grises a 25 días del sismo: pese a la muerte, las sacudidas no siempre son malas  

Ciudad de México, 14 de octubre de 2017. Crean redes de solidaridad entre desconocidos, como Bryan, un chico que vivía en la calle y que encontró una familia...

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15 octubre,2017 2:00 pm
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Ciudad de México, 14 de octubre de 2017. Crean redes de solidaridad entre desconocidos, como Bryan, un chico que vivía en la calle y que encontró una familia en otros damnificados; “esto, en vez de ser un desastre, fue algo conmovedor y decepcionante: porque nos dimos cuenta que necesitaron movernos el piso, que en tan sólo 50 segundos todos tuvimos un México diferente”

Hace 25 días, en el Conjunto Urbano Tlalpan, la vida cambió abruptamente a las 13:14. Dio un vuelco, literalmente: el edificio 1C se vino abajo en segundos. A partir de ese momento, desde lejos se escuchaba el bullicio de gente solidaria que iba y regresaba con cubetas, cargaba escombros, pedía silencio, repartía tortas y cuerdas, cascos, guantes. Fueron días agotadores; de dar y llorar: el 1C requería toda la atención, había que sacar a la gente atrapada. Hoy, dos coronas de flores permanecen en ese lugar, donde nueve edificios están acordonados y sin poderse habitar.

Desde el día 1 después del sismo que sacudió al centro del país el 19 de septiembre, personas de diversas profesiones y oficios se movilizó para ayudar en los puntos colapsados. Al multifamiliar de Tlalpan, en menos de media hora habían llegado unos 200 voluntarios que apoyaron en las labores de rescate y remoción de escombros del edificio 1C –del que sacaron nueve muertos, cuatro de ellos niños.

Algunos de los voluntarios siguen colaborando con los damnificados de esta unidad habitacional. Es el caso de Ignacio Miguel Ortiz, un cineasta de 33 años de edad; Rodolfo Coria, quien se dedica a imprimir publicidad; Bryan, de 17 años, el más joven del grupo, y que vivía en la calle hasta hace unos días; Lidia Rodríguez, militante del Partido Comunista de México y arqueóloga; Francisco Navarro, maratonista y videoasta.

Ellos se identifican ahora como parte de los 49 Osos Grises. Son los que estaban en la cima de los escombros, ubicados en algún otro punto, ya sea como rescatistas o encargados de la zona cero. Son los que gritaban: ¡Apaguen celulares! ¡Hagamos una fila! ¡Se necesitas palas, picos! Ellos se volvieron un equipo.

Los empezaron a llamar “osos grises” porque así le decían a Edgardo –el mayor de todos, 49 años de edad– los de la Marina, los de Protección Civil y los soldados.

Nacho y Coria, que no saben bien en qué día viven y los cuentan 1, 2, 3… después del 19S, dicen que aunque muchos perdieron todo, ellos ganaron una familia, porque en esos días, cuando arriesgaron su vida como rescatistas, hora tras hora, recibiendo polvo y cascajo en la cara, repartiendo herramientas y viendo cómo sacaban a gente muerta, conocieron la mejor versión de sí mismos.

 

Bryan: lo bueno del temblor

 

Faltan minutos para mediodía. A un costado del edificio 3B, a casi un mes del terremoto, parte de las 500 familias que perdieron sus viviendas están sentadas junto a sus carpas de lona o casas de campaña, esperando. Una niña de seis años que aún no puede regresar a clases juega con sus barbies. Una señora ofrece arroz de desayuno. Enfrente está la casa de campaña de Bryan.

El más joven de los voluntarios tiene un casco azul que dice El Bryan. Cuando sonríe muestra sus frenos. También le gusta enseñar los músculos de los brazos y señalar los edificios a donde subió para colocar lámparas o sacar cosas.

Bryan ayuda en el campamento donde esperan noticias quienes vivían en el multifamiliar. Pide en grupos de Whatsapp comidas calientes. “A mí el temblor me cayó a toda madre”, dice, aunque se disculpa porque se escucha mal, pues aquí tiene su casa de campaña y está rodeado de gente. Ha estado desde el día 1, sólo una vez fue a Puebla y otra a Oaxaca, pero aquí ya es bien conocido: él coordinó el acceso a la zona de desastre.

 

Ignacio y Rodolfo: ser útiles

 

Ignacio Miguel Ortiz está a punto de terminar la carrera de Cinematografía en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). Cuando salió de su casa, ubicada por Coyoacán, primero ubicó a su familia. Como fotógrafo, pensó en sacar su cámara, pero la decisión de dejarla y, en su lugar, llevarse una mochila donde traía un suéter, un refresco de lata y una lámpara pequeña, cambiaron su papel después del 19S.

“Yo tenía una relación especial con este multifamiliar porque mi papá vivió un tiempo aquí. Nueve meses, hace 20 años. Uno tiene fijaciones en la vida, así como tengo fijaciones con los contenedores de barcos; siempre que andaba por Tlalpan, pasaba por los multifamiliares”.

Él llegó como voluntario, la prioridad era el edificio colapsado, precisamente donde vivió su papá. “En cuanto lo vi, lo identifiqué, desde el auto a toda velocidad; no había forma de perderlo, el 1C estaba pegado a la calzada de Tlalpan, era el más característico… En ese momento era sacar, sacar, sacar. Te vas metiendo en filas y vas sacando los primeros escombros”.

Recuerda la fila enorme de voluntarios que mano a mano pasaban escombros en cubetas. La mayoría no llegó con guantes, botas con casquillo ni chalecos ni lámparas, que eran el equipo básico; sólo Rodolfo Coria, desde los primeros días sí llevaba equipo porque ya había participado ayudando en estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde ha habido otras contingencias.

Nacho se colocó el día 1 en la fila y desde que entró no descansó sino varios días después. Dejó la escuela, sus actividades semanales, y se comprometió con la zona cero.

“Lo primero que sabes es que hay gente atrapada”. Recuerda cientos de manos unidas por la misma causa, ojos llenos de polvo, gente llorando por sus familiares y la falta de información. A nadie se le ocurrió poner cartulinas informando al menos cada dos horas cómo iba el trabajo. Era un caos, que sólo los voluntarios podían articular.

Rodolfo Coria, 26 años de edad, fue el jefe de herramientas. En los primeros minutos después del sismo estuvo con su esposa y sus dos hijas pequeñas. Más tarde salió a recorrer la ciudad. Le tocó llevar comidas calientes y fue en el día 3 cuando llegó al multifamiliar de Tlalpan. Con los días, sus habilidades dieron no sólo para apoyar con los escombros, sino también en la recolección.

 

Lidia: “lo que surgió en escombros nada lo derriba”

 

En la charla con integrantes de los Osos Grises –que se da mientras gente saca poco a poco y con mucho cuidado sólo algunas pertenencias del edificio 3B, porque si sacaran muebles lo derrumbarían–, Lidia Rodríguez, 34 años, reconoce que llegó porque tenía miedo y no quería dormir en su departamento.

La contingencia movilizó a muchos jóvenes de la UNAM, el Politécnico Nacional, la UAM y escuelas privadas; a maestros y a alumnos. Lidia fue una de ellos. Investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se convirtió en una pieza clave, como Edgardo, de los Osos Grises. En el grupo hay mesaterapeutas, abogados, actrices, asesores financieros, deportistas; perfiles diversos, pero ella logró amalgamar las necesidades de ayudar de la mayoría.

Pero no sólo eso. Comenzó una relación con Paco, un rescatista a quien conoció entre losas y trabes caídas. “Como dice Bryan, lo que surgió en escombros nada lo derriba”.

A la tía Lidia –le decían así cariñosamente– le tocó entrar hasta la zona donde la remoción de escombros tenía que ser, de tan cuidadosa, casi “quirúrgica”. Obtuvo la confianza de mandos de la Marina y se hizo encargada de la zona cero. Ninguna decisión sobre víveres, medicinas, entrega de herramientas, se tomaba sin su consentimiento. Entraba hasta el 1C a dar chocolates y agua a los rescatistas, entre ellos Paco.

 

Madurar, como aguacates

 

Mientras Lidia cuenta su experiencia y dice, no sin cierto pesar, que tuvo que retomar sus actividades, se puede observar a numerosos policías ubicados sobre la calzada de Tlalpan. Cerca de esta unidad habitacional hay al menos cinco edificios más a punto de ser demolidos. Los vigilan personal de Protección Civil y de la Procuraduría Social del gobierno de Ciudad de México.

El día más triste para todos fue el sábado en que hubo una réplica, a las 8 de la mañana. Bryan vio una mano y, sin que nadie le autorizara, se metió hasta la zona de rescate. Ahí estaba cuando volvió a temblar. Lo tuvieron que rescatar a él también, porque el movimiento de las ruinas lo lastimó. Minutos después sacaron el cadáver de una mujer.

La Marina había dicho que ya no tenían mucho qué hacer, que se acabarían las labores de rescate. Nacho había “coordinado silencios” en la noche, tenían la esperanza de poder sacar a más personas, pensaban que aún había vida. Familiares de las víctimas pedían que no se demoliera el edificio y Osos Grises ayudó a que interpusieran un amparo y eso no ocurriera.

Lo más difícil, coinciden, fue ver que sacaran a personas muertas, incluyendo niños. Ver a la gente llorando porque perdió a algún familiar. Y la impotencia de cuando le avisaron a los vecinos que demolerían el edificio. Pero también el cansancio físico de 24, 30, 35 horas seguidas de trabajo con descansos de apenas unos minutos.

La vida de estos brigadistas apenas está retomando su curso. Nacho piensa hacer un documental sobre el edificio de su obsesión.

Para Bryan, la experiencia de vivir con vecinos que no han recibido información de la delegación Coyoacán ni del gobierno de Ciudad de México ni del federal, le ha hecho ser un joven más centrado.

“Te voy a decir algo y se escucha como de risa: los niños de la calle maduran más rápido porque duermen envueltos en periódico, como los aguacates”.

Sin dar detalles, Bryan dice que su familia, con la que no tiene relación, lo llamó cuando se lesionó el sábado de la réplica. Quizá por eso su reflexión: “Esto, en vez de ser un desastre fue algo conmovedor y decepcionante: porque nos dimos cuenta que necesitaron movernos el piso, que en tan sólo 50 segundos todos tuvimos un México diferente”.

Lidia está de acuerdo. “La vida nos dio la oportunidad de reconocernos como más humanos. Nos conocimos en un momento donde todos mostramos nuestra esencia, queríamos ayudar, entonces la parte más humana y más noble de cada uno que estuvo como rescatista en la zona cero, fue palpable”.

Los Osos Grises se reunirán el próximo 22 de octubre. Edgardo, quien en 1985 fue rescatista y es el mayor de este grupo, donde la mayoría tiene menos de 30 años, dice que “no solamente se trata de reconstruir los edificios, las instalaciones que se cayeron; es establecer algún tipo de apoyo psicológico”.

Los damnificados siguen teniendo carencias y como en el grupo hay enfermeros, diseñadores y otras profesiones, quieren analizar la posibilidad de fundar una asociación civil y continuar con la labor altruista.

En el multifamiliar de Tlalpan los residentes sin hogar han hecho de sus casas de campaña habitaciones personales. En una tienda de campaña la gente acude por ropa, zapatos y algunas medicinas que les regalan. El olor a café y a comida a la intemperie invade las calles y es recordatorio efímero de la tragedia.

Texto: Vania Pigeonutt

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