Más que el trabajo con pacientes agobia a una enfermera el miedo de contagiar a su familia

"No tengo miedo por mí, el miedo es siempre ser un posible portador y contagiar a mi familia, siento tristeza y desesperanza al ver a los pacientes graves,...

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12 mayo,2020 9:53 am
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Chilpancingo, Guerrero, 12 de mayo de 2020. Una enfermera que está en la primera línea de combate a la pandemia de coronavirus, que trabaja en el área de Covid-19 en el hospital del ISSSTE de Chilpancingo, relató que teme más contagiar a algún familiar que perder la vida si llega a enfermar por este virus.

La trabajadora platicó a condición de que no se publicara su nombre, como protección debido a la estigmatización a los trabajadores de la salud en diferentes zonas del país.

En cuanto a cómo es un día común para ella, relata que se tiene que despertar más temprano de lo habitual, para hidratarse y comer algo ligero, ya que la faena que le espera la hace sudar a chorros, y no se puede remover el equipo de protección durante 7 horas.

Desde que despierta, “repaso una y otra vez el procedimiento para vestirme”. Sale de casa, “llego al hospital con ropa de civil, voy a los vestidores y me coloco el uniforme, subo al área (de Covid) y una vez ahí con ayuda de mis compañeras iniciamos el protocolo para vestirnos, no sin antes asegurarnos de ir al baño, porque por siete horas no podrás hacerlo”.

El trabajo en equipo, explica, es esencial, porque se revisan unas a otras que no se cometa ningún error técnico al colocarse el equipo de protección. Ya protegidas entran al área en donde están los pacientes y ahí, “lo único que escuchas es el ruido de los monitores y sus alarmas”.

Aquí “hay pacientes estables, graves, muy graves, y cualquier paciente invasivo como canalizar, aspirar, tomar muestras, debes de hacerlo de prisa antes de que tu vista quede empañada por tu calor corporal, tus googles quedan llenos de vapor”.

“El sudor corre todo tu cuerpo sin la posibilidad de tocarte, después de 2 horas empieza a calarte el apretado cubrebocas, los googles se te encajan en los pómulos, pierdes la sensibilidad bajo los dos pares de guantes, te duele la cabeza, y no sabes si es por la deshidratación ,por la careta, porque estás respirando tu propio bióxido de carbono, o porque tu mente no deja de decirte que tengas cuidado en cada procedimiento, que te laves las manos una y otra vez, y que no importa cuánto dolor llegues a sentir, no te tocas la cara para nada.

Dijo que a pesar de toda la incomodidad física y la presión mental, “tienes que estar con las manos ágiles para atender a tu paciente, al que siente que se asfixia, al que ya le dio un ataque de ansiedad porque tiene una semana aislado y tienes que ayudarle a tranquilizarse aunque tengas ganas de sentarte a llorar por él”.

Además, “hay que movilizar pacientes con el menor recurso humano, hay que improvisar cualquier material con el que no se cuente pero te va a ayudar a mejorar el estado de salud de tu paciente”.

Por protocolo, contó, es indispensable tener la supervisión de sus compañeras para quitarse el equipo y la ropa que pudieran estar contaminadas, para evitar contagio.

Después de 7 horas metida en el uniforme, ya tiene oportunidad para ir al baño, tomar agua o comer, “aunque a veces tienes tantas náuseas que no te permite tu cuerpo, no te acepta ningún alimento”.

“Al llegar a la casa me desvisto en la entrada, ahí hay un recipiente con agua y jabón, listo para depositar mi ropa, paso a bañarme y después a colocarme un cubrebocas por seguridad de la familia”.

“Me encuentro aislada, limito mi convivencia con mis hijos, hay días que no duermo porque tengo ataques de ansiedad, pienso que por hacer mi trabajo puedo poner en riesgo la salud de mi familia”.

“En mi casa la familia lleva dos meses en cuarentena, soy la única que entra y sale, que hace las compras una vez por semana, y a cualquier lugar que voy llevo mi cubrebocas, lentes y cuido mi distancia”.

–¿Qué sientes al trabajar con pacientes de Covid-19?

–No tengo miedo por mí, el miedo es siempre ser un posible portador y contagiar a mi familia, siento tristeza y desesperanza al ver a los pacientes graves, sin la oportunidad de ver a su familia, de despedirse.

“He llorado al escuchar a alguien despedirse por teléfono con su esposa, para no hablar con ella nunca más”.

Texto: Rosendo Betancourt Radilla / Foto: El Sur

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