Muestran en la Casa del Lago a un Juan José Arreola íntimo, más allá de la literatura

El jalisciense también fue muy aficionado a la carpintería, el ajedrez, la pintura y el deporte, entre otros intereses que se exhiben.

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9 abril,2018 8:11 am
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Texto: Yanireth Israde / Agencia Reforma/ Foto: Agencia Reforma
Ciudad de México, 9 de abril de 2018. Prodigioso creador, Juan José Arreola no sólo forjó letras: el ímpetu inventivo del jalisciense abarcó también la carpintería, el ajedrez, la pintura y el deporte, entre otros intereses, que congrega la Casa del Lago en la muestra dedicada al escritor en su centenario.
Los preparativos de la exposición Inventario, breve taxonomía anecdótica de Juan José Arreola llevaron a José Wolffer, director del recinto universitario, a visitar los terruños del cuentista en Jalisco. Allí, entre lo familiares del autor de Confabulario, reunió objetos que describen y descubren al personaje; por ejemplo, una aguja de encuadernación, oficio del cual fue aprendiz.
Primer coordinador de Casa del Lago (1959-1961), Arreola desempeñó más de 20 oficios y empleos, como relató en De memoria y olvido: “He sido vendedor ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco. Impresor, comediante y panadero. Lo que ustedes quieran”, enumeró el artista originario de Zapotlán el Grande, cuarto de 14 hermanos, fallecido en 2001.
Wolffer también visitó en la Ciudad de México la casa del músico Alonso Arreola, nieto del narrador, en un encuentro que atestiguó Reforma. El bajista le mostró muebles de madera que su abuelo diseñó en su faceta de carpintero –por ejemplo, una mesa provista de tablero para ajedrez–, las raquetas de ping-pong que coleccionó, la obra en acuarela que produjo y el libro que consultaba para documentarse sobre rocas y minerales, otra de sus aficiones.
“Estos objetos, que en sí mismos son muy interesantes, ofrecen atisbos de quién fue Arreola, cómo se fue conformando su sensibilidad. La idea es ofrecer (en la exposición) el perfil menos público, más íntimo, más entrañable, y buena parte de ello, más bien prácticamente todo, a partir de la emoción con la que platica Alonso de su abuelo, y cómo nos ha ofrecido esta perspectiva tan singular que tiene”, apunta Wolffer.
La misma emoción manifiesta Alonso Arreola cuando abre un libro con poemas de su abuelo. Mecanografiados, los textos se integran en una plaquette que el mismo escritor encuadernó en 1941, cuando tenía 23 años.
A los 12 años leyó a Baudelaire, Whitman, Papini y Schwob “junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres”, dice el autor de Bestiario al evocar su formación autodidacta; a los 19 se inscribió en la escuela de teatro del INBA; a los 24 rehusó acompañar al poeta chileno Pablo Neruda a la URSS, como su secretario particular –el futuro Nobel lo invitó tras escucharlo declamar–; a los 34 años publicó Confabulario; a los 45 ganó el Premio Xavier Villaurrutia, y rondaba los 70 años cuando Jorge Luis Borges le prologó los Cuentos fantásticos, que publicó Hyspamérica, de acuerdo con la cronología del Instituto Cervantes.
Alonso Arreola resguarda las grabaciones de su abuelo conversando con Borges, y también preserva testimonios en audio de las partidas de ajedrez entre el escritor y amigos, como Pedro Castillo: el primero grababa los movimientos para después estudiarlos, pero el juego devenía en charla, discusión y recreación verbal.
Le fascinaban las grabadoras y los walkman, añade el bajista, quien recuerda la convivencia con el narrador en clave de aventura. El aburrimiento no era admitido.
“Fue siempre una relación intensa; él era intenso, nunca estaba quieto. Era un adicto al movimiento y a los proyectos: lo mismo un día quería tallar un ajedrez que construir una nueva raqueta de ping-pong o quería que fuéramos a conseguir ropa deportiva para jugar tenis o, de pronto, había que ir a la Sala Margolín por música. Era un apasionado de esas cosas que la gente conoce –el ajedrez, el tenis de mesa–, pero también de las pequeñas cosas cotidianas.
“Por ejemplo, las idas a los mercados por la mañana, muy temprano: compartir con él sus conversaciones con taxistas, marchantes, era muy padre, porque era un auténtico enamorado del lenguaje, y además le encantaba entrevistar a las personas. Esa es la impresión que tuve siempre al estar con él: las situaciones ordinarias se volvían extraordinarias a través de sus ojos, de su memoria y de una prodigiosa capacidad de asociación y de análisis, como si continuamente estuviera traspasando la piel del mundo”.

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