Odio, miedo y democracia

Jesús Mendoza Zaragoza

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30 abril,2018 6:40 am
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Jesús Mendoza Zaragoza
 
En la última década se ha desarrollado el miedo de manera exponencial a partir de la situación de violencia y de inseguridad, a lo largo y ancho del país. La percepción de vivir amenazados ha generado tanto miedo por dondequiera que ha ido afectando la educación, la economía y el comercio. Vivir amedrentados se ha vuelto parte de la vida cotidiana, con efectos que deterioran la salud, la convivencia social y al mismo desarrollo. Por otro lado, el odio, como un sentimiento de repulsión y de rechazo a todo aquello que atente, de manera real o aparente, contra la propia seguridad, se ha ido enquistando en la sociedad. Miedo y odio se han convertido en ingredientes básicos de las relaciones interpersonales, comunitarias y sociales, lo cual constituye una grave debilidad que impide afrontar la vida y los problemas de manera saludable, constructiva y eficaz.
Tenemos ya una sociedad enferma, que ha perdido muchas energías en darle tantas vueltas al dolor que llega desde muchas partes: el dolor que proviene de las condiciones económicas que privan en el país; el que se genera a partir de la corrupción y la impunidad; el que se produce a partir de la delincuencia organizada; el que viene junto con la exclusión, la marginación y la discriminación latentes y patentes por dondequiera. Tanto dolor se convierte en rabia, la que a su vez, da paso al miedo y al odio. No contamos con las habilidades para manejar ni el dolor, ni el enojo, ni el miedo ni el odio, los cuales se han estacionado en la sociedad y están causando un progresivo deterioro social que está impactando ahora el proceso electoral.
En estos días están escalando estrategias políticas que consisten, precisamente en alimentar el odio y el miedo. La fascinación por el poder es capaz de todo con tal de conseguirlo o retenerlo. En este sentido, el odio y el miedo se están convirtiendo en herramientas políticas poderosas en esta contienda electoral. Y quienes lo hacen demuestran, al mismo tiempo, una precariedad moral y una carencia de argumentos y razones para convencer a los ciudadanos.
Atizar el odio y el miedo son propuestas inaceptables y dañinas. ¿Cuáles pueden ser los efectos de esta manera inmoral de “convencer”? El primero, es colocar a los promotores del miedo y del odio al nivel de la delincuencia organizada, pues le hacen el juego y coinciden con ella. Coinciden en cuanto que buscan obtener beneficios lucrando con el miedo y el odio. A final de cuentas, el odio y el miedo son detonantes de más violencias. Por este camino va la creciente polarización social que se está generando en este proceso electoral, cuando se alimentan fanatismos y fundamentalismos. No hay que olvidar que en la base de todos los fanatismos hay miedos y odios.
En segundo lugar, las propuestas del odio y del miedo coaccionan la libertad de los ciudadanos y les restan capacidad para tomar libremente sus decisiones. Se da algo así como una desciudadanización, convirtiendo a los ciudadanos en discapacitados para asumir sus responsabildades. Lo que México necesita es fortalecer la ciudadanía, las capacidades de los ciudadanos para que asuman sus responsabilidades públicas en todo momento y no sólo en tiempos de elecciones.
En tercer lugar, la actividad política se pone en entredicho. De por sí va decreciendo la confianza en la política y al convertirla en herramienta para alimentar odios y miedos, cada día será más difícil devolverle su original dignidad como herramienta para el bien común y la convivencia social. Si ya la inseguridad y la corrupción como expresiones políticas de la violencia en el país están deteniendo el avance hacia mejores condiciones de vida, alimentar odios y miedos hará más difícil la necesaria rehabilitación de la política que tiene que darse en el futuro.
En cuarto lugar, ¿en qué cabeza cabe el que la democracia pueda avanzar por los caminos del miedo y del odio? Creo que no hay nada más antidemocrático que el odio y que el miedo. ¿Qué tipos de gobiernos pueden surgir de procesos alimentados de odio y de miedo? ¿Qué puede esperar el pueblo de gobiernos sustentados en el miedo y en el odio? ¿Y qué sucedería si la convivencia social se basara en un equilibrio de odios y de miedos? Lo elemental en una democracia es el respeto a las personas que no puede provenir ni del odio ni del miedo, sino de valores tales como la solidaridad, la tolerancia, el servicio, la pluralidad y otros más.
¿Por qué se recurre a lo peor del ser humano, a ese lado oscuro que nos acompaña y frena el camino hacia la democracia y el desarrollo? ¿Por qué nos estamos acostumbrando a la confrontación, a la descalificación, a la injuria, a la mentira? ¿O está resultando políticamente correcto eso de luchar por el poder al margen de la ética y del bien común? ¿Por qué se consideran inaceptables el odio y todas las fobias sociales y hay una excesiva tolerancia al cultivo del odio en una contienda política? ¿O es que ya nos resignamos a un ejercicio rastrero de la política y a una democracia tan rudimentaria como la que tenemos? ¿Es que no entendemos que sembrando odios y miedos en los procesos electorales es como escupir hacia el cielo?
Si queremos avanzar en la ruta hacia la democracia, esa democracia más participativa que formal, se requiere prescindir de este tipo de estrategias políticas que promueven odios y miedos y en su lugar promover la responsabilidad ciudadana a partir de valores como el amor, el servicio, la libertad y la paz. Todos ellos tienen una gran fuerza política cuando los asumimos y los promovemos.
 

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