Adán Ramírez Serret
Uno de los más grandes privilegios que otorga el oficio de dedicarse a recomendar libros, no es sólo recibir obras de los autores más admirados; si no también, libros de escritores desconocidos. El momento en que el reseñista y el periodista está en manos de editores que envían apuestas de escritores poco o nada conocidos, ya sea por la ignorancia de quien escribe esto o simplemente porque se trata de autores, completamente consolidados, cuyos libros nunca habían traspasado fronteras. Es entonces, cuando es la propia oferta editorial, quien hace la recomendación.
Así, hace cuatro años cayó a mis manos una novela breve de un autor chileno que su nombre me sonaba un poco pero que nunca había leído: Pablo Simonetti (Santiago de Chile, 1961). Se trataba de una novela breve, una nouvelle, con una portada bellísima de flores y ostentaba un título perfecto para la hojarasca que la cubría, Jardín (Alfaguara, 2014). Se trataba de un libro que por sí mismo, como objeto, llamaba la atención por la belleza misma de la obra y por una cuarta de forros en la cual quedaba claro que Simonetti era uno de los autores más importantes de Chile. Como ya dije se trataba de una novela breve en la que en poco tiempo en el lector se ve inmerso en un mundo de pérdida y nostalgia. La historia es particularmente sensible para todos aquellos que hayan vivido o vivan en un ciudad en crecimiento, (¿cuál no la es en el presente?); y también, para quienes hayan vivido o vivan la pérdida de uno de sus padres y se encuentren, en compañía de sus no siempre amistosos hermanos, con el problema de qué hacer con el viudo o la viuda sobreviviente.
La novela nos sitúa de inmediato en el brumoso Santiago de Chile del presente, de principios del siglo XXI. Una ciudad en constante crecimiento que busca ser, cada vez más vertical. Así, la madre del narrador, viuda reciente, insiste en vivir, con la terquedad que solo brinda la dignidad, en la casa en la cual ha vivido toda su vida. Es una casa de clase media alta, de aquellas construidas entre los cincuentas y sesentas, pensadas para ser habitadas hasta la eternidad por familias de más de tres hijos, con grandes salones, y ésta, en especial, con un jardín inmenso. El cual, ha sido, además de su familia, el proyecto más importante de la vida de la viuda.
Los hermanos del narrador están aferrados en vender la casa y repartirse el dinero, pues todos tienen familias y deudas. Sin embargo, el narrador es exitoso (y gay lo cual aumenta la inquina y desprecio de sus hermanos) y no ve el sentido de quitarle a su mamá lo que la mantiene viva.
En menos de cien páginas, Simonetti nos envuelve en problemas éticos sobre la vida y la familia.
Cuatro años después, este 2018, Pablo Simonetti ha entregado su más reciente novela, Desastres naturales. Una historia en donde el narrador se adentra en las profundidades del descubrimiento sexual y de la identidad, y, en donde, sin ninguna clase de tapujo, afronta su preferencia homosexual.
Comienza con un joven adolescente que va de vacaciones con su familia a la provincia cerca de un volcán. A las pocas horas de que hayan llegado, la montaña comienza a hacer erupción y la familia huye y vive ese desastre natural. Mientras lo cuenta, el narrado hace un símil con su propio descubrimiento sexual.
Según va creciendo, la culpa por ser gay siempre está presente. Son los años setenta en Chile y narra el golpe de estado desde el punto de vista de la clase privilegiada; el desprecio y miedo a Salvador Allende y una extraña y privada visión de la dictadura posterior.
Pablo Simonetti es un autor que cuenta historias desde la intimidad de los secretos, muy parecidas a la confesión. Un autor que devela la hipocresía de las clases medias con sus tabúes y prejuicios. Un hombre que entre jardines y desastres naturales, se atreve a desnudarse a sí mismo.
Pablo Simonetti, Desastres naturales, Ciudad de México, Alfagura, 2018. 256 páginas.
