¿Por qué un soldado mata a un inocente?

Guerrero es el segundo estado que más soldados aporta al Ejército, sólo después de Oaxaca. Es lo que cuenta el comandante Roberto Badillo en el reportaje ganador del...

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2 junio,2019 3:03 pm
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Guerrero es el segundo estado que más soldados aporta al Ejército, sólo después de Oaxaca. Es lo que cuenta el comandante Roberto Badillo en el reportaje ganador del Premio Javier Valdés 2018, publicado como libro por editorial Aguilar. “¿El Ejército Mexicano arrastra, como muchas otras fuerzas armadas en el mundo, el estigma de ser un depósito de pobres, descarriados, analfabetos, gente sin mucho por delante?”, es una de las numerosas preguntas que se hacen los autores.
El Sur / Ciudad de México, 2 de junio de 2019. A diferencia del resto del país, en Guerrero los militares siempre han tenido algún tipo de presencia. Ya desde 1950 se dedicaban a destruir plantíos de mariguana y amapola en las montañas del estado, y en las siguientes dos décadas –en el tiempo de la Guerra Sucia– se les ordenó abatir a toda costa la guerrilla de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas. En los años noventa, aunque la atención se centró en Chiapas con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en Guerrero los soldados perpetraron la masacre de El Charco. Luego vino la guerra contra el narcotráfico, que llevaría las tropas a las calles de todo el país. En Guerrero eso no fue una sorpresa.
Desde ese momento, 2007, la acción militar se sale de cauce. Las tropas avanzan por Tamaulipas, Monterrey, Jalapa o por Chilpancingo y, de cuando en cuando, abren fuego. A veces hay un enfrentamiento, a veces sólo jalan el gatillo porque algo les parece sospechoso y algún superior da la orden o dispara primero. O disparan cuando los enemigos ya están hincados y rendidos. O disparan por rencor, por saña, porque un amigo cayó en combate y “de que lloren en su casa a que lloren en la mía, mejor que lloren en la de ellos”.
En poco más de una década se han registrado alrededor de 11 mil quejas por presuntas violaciones a derechos humanos cometidas por militares: torturas, desaparición forzada, asesinatos. Lentamente ha dejado de sorprender que en México los soldados maten y que incluso maten a inocentes.
Aprender a obedecer y dejar de ser persona
Pero, ¿por qué mata un soldado? ¿Qué motiva a un hombre en uniforme verde olivo a tomar un arma a menos de un metro de distancia de una persona desarmada y darle, sin remordimientos aparentes, el tiro de gracia?
Esa es la pregunta que los reporteros Daniela Rea y Pablo Ferri se hacen a lo largo de más de 300 páginas en La tropa. Por qué mata un soldado, reportaje ganador del Premio de Periodismo Javier Valdés Cárdenas 2018 que ha sido publicado en formato de libro por la editorial Aguilar.
Pero buscar resolver ese cuestionamiento –punto de partida para Rea y Ferri– no lleva a nada bueno. En todo caso, lleva a una respuesta con matices peligrosos, una respuesta que nunca está completa, además, pues le brotan nuevas y nuevas preguntas.
¿Tiene el soldado la posibilidad de insubordinarse frente a la orden de un superior que le ordena disparar? ¿Cómo es educado un soldado en materia de derechos humanos? ¿Cómo logra el Ejército el total sometimiento de sus tropas?
Para poder contestar, Daniela Rea –reportera, fundadora de la organización Periodistas de a Pie– y Pablo Ferri –reportero del diario El País– tuvieron que acudir a la prisión del Campo Militar Número 1, ganarse la confianza de militares acusados de asesinato o de tortura; viajar a San Juan Guichicovi en Oaxaca para buscar soldados retirados; acudir a consejos de guerra en Veracruz e intentar hablar con “guachos” acusados de trabajar con narcotraficantes; rastrear a cabos, sargentos, generales, cadetes, reclutas que hubieran participado en enfrentamientos para entender cómo es que funciona su cabeza.
“Fue un proceso complejo –cuenta Rea en entrevista con El Sur–. Pero hay una frase que nos dijo uno de ellos y a la fecha me sigue pareciendo muy dura: en el Ejército tú aprendes a obedecer y, en ese proceso, tú ya no eres una persona, tú eres unas manos que hacen cosas. Fue difícil hablar con ellos porque muchas veces caían en este discurso. Cuando no es asunto de deber a la patria, es un asunto de obediencia. Pocas veces podíamos hablar con el soldado-persona, parecía que hablábamos con el soldado como parte de una institución. Y sobre el dilema de matar o no matar, ellos sentían una necesidad de defender su inocencia a toda costa, como si fuera algo que no se cuestionaran nunca”.
Guerrero, semillero de soldados
Guerrero es el segundo estado que más soldados aporta al Ejército, sólo después de Oaxaca. Es lo que cuenta el comandante Roberto Badillo en La tropa. No deja de ser significativo que uno de los estados más pobres del país nutra a los cuarteles con nuevos elementos. Allí nacen muchos de los que luego forman los batallones, en lugares olvidados por las grandes econo-mías y planes de desarrollo.
“¿El Ejército Mexicano arrastra, como muchas otras fuerzas armadas en el mundo, el estigma de ser un depósito de pobres, descarriados, analfabetos, gente sin mucho por delante?”, plantean Rea y Ferri y la pregunta parece retórica. Los miserables causan alta en los cuarteles buscándose un futuro posible en un país donde lo posible es un territorio yermo. Ahí comienza su entrenamiento.
“La capacidad de ejercer violencia como atributo principal es lo que caracteriza a instituciones como el Ejército –explica Ferri a El Sur–. La violencia es, desde el inicio, una forma de despersonalizar al individuo, de apropiarse de él. Nosotros citamos una novela, Tropa vieja de Francisco L. Urquizo.
“El personaje es un joven que entra al cuartel y lo primero que ocurre es que es despojado del único recuerdo de su padre. Así ocurre todavía: a los reclutas los rapan, los visten con ropas viejas, los despersonalizan en una suerte de asalto a su pasado. Y si no obedecen, les arrebatan también su futuro porque entonces son traidores, cobardes, lacras. Estas violencias simbólicas estiran todos sus límites de resistencia, los preparan para matar o morir”.
Entrenados para matar, no para proteger
Más que un reportaje, La tropa se antoja un caleidoscopio: un libro poco común dentro del periodismo mexicano. Contiene cifras y datos, una revisión del Ejército como un ente histórico y un pilar del poder político en México, un repaso por otras instituciones castrenses en el mundo, entrevistas con soldados y especialistas en derechos humanos sobre lo que significa ser soldado en este país, y muchos matices entre preguntas sin respuestas categóricas.
–Destaca en su investigación el recordatorio de que el poder político en México emanó, desde un principio, del poder militar. ¿Qué les provoca esto?
–Pues que uno entiende el enorme poder que todavía posee el Ejército en México. Tanto que hasta el mismo presidente tuvo que cambiar de parecer en su idea de devolverlos a los cuarteles; hoy parece que va a gobernar junto con ellos y llegó al punto de crear una Guardia Nacional para legitimar su uso en términos de seguridad pública –dice Ferri.
–Ustedes afirman que un soldado está entrenado para matar, no para proteger. López Obrador insiste en que la Guardia Nacional estará formada por militares con capacitación en resguardo de los derechos humanos.
–Es algo muy difícil —dice Rea—. Nosotros entrevistamos a Raúl Benítez Manaut y a otros académicos que han sido contratados para dar cursos de derechos humanos a soldados. Lo que ellos cuentan es que estos cursos siempre se dan pero sólo a los altos mandos y que es sumamente complicado que lo aprendido permee en los mandos más bajos. Sobre todo porque es una contradicción: por un lado les recomiendan “respeten los derechos humanos”, por el otro les ordenan ‘erradiquen’. En términos generales, los soldados entienden los derechos humanos como un estorbo para hacer su trabajo. ¿Por qué los criminales tienen más derechos humanos que ellos que representan al Estado? Así lo ven ellos.
Cuando la violencia se vuelve parte de tu vida
Ser soldado es muchas cosas pero, sobre todo, es asumirse institución y no persona; obedecer siempre bajo el riesgo de ser excluido del comando o incluso juzgado por desacato. Y los soldados matan, no cabe duda; matan por obediencia o porque el jefe inició los disparos; porque las horas de entrenamiento con armas son escasas antes de lanzar a la tropa a los enfrentamientos. Porque nadie sabe quién es el enemigo y cómo luce. Porque es menos engorroso matar a alguien que dejarlo herido, llamar a la ambulancia y hacer todo el papeleo correspondiente.
Entre 2006 y 2017 se dictaron apenas 14 sentencias condenatorias contra soldados en casos que involucraron a 21 víctimas de homicidio y al menos a 49 soldados; esto sin contar los casos de tortura, abuso de autoridad o encubrimiento de asesinato. No obstante, hay más de 3 mil 900 casos de muertes de mexicanos por parte del ejército que nunca fueron investigadas. La impunidad también podría ser el premio a la obediencia, a plegarse a las órdenes y al sistema.
“A mí me duele el caso de José –menciona Rea–, lo retratamos en el libro. Un chavo que fue soldado; luego, policía federal, hasta que lo destituyen y él intenta sobrevivir en pequeñas chambas pero no lo logra, no alcanza para sostener a su familia y siempre termina como guarura o cosas así. Por azares del destino entra al crimen organizado un tiempo y sigue merodeando en la calle o en la vida, sin encontrar rumbo. Él cree que no logrará ser normal nunca otra vez. Entró al Ejército a los 18 años, allí la violencia se volvió parte de su vida: se siente ajeno a todo lo que no sea ese mundo. El Ejército como institución puede destruir así la vida interna de una persona. Transformarte en eso”.
Texto: Carlos Acuña / Foto: Cortesía Casa Refugio Citlaltépetl
 

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