Un vistazo a la candente Arcelia

Federico Vite   La ardua y compleja labor de una editorial no sólo es publicar sino distribuir el material en sitios adecuados, donde los potenciales lectores, y los...

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27 julio,2021 5:23 am
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Federico Vite

 

La ardua y compleja labor de una editorial no sólo es publicar sino distribuir el material en sitios adecuados, donde los potenciales lectores, y los lectores cautivos, conozcan lo que ofrece un editor y su equipo. Para una empresa editorial, en especial en Guerrero, resistir ya es vencer. Hace veinticinco años, la editorial Sagitario hacía el trabajo que todo escritor buscaba en Acapulco: corrección del texto, armado de libro, impresión y distribución en librerías locales. Hoy, en el siglo XXI, Guerrero sigue en la retaguardia de estos, y de muchos otros, negocios culturales. El asunto ideal, como lector y como escritor, es que toda propuesta cultural se expanda y fortalezca lejos de las arcas del erario público, muy lejos de los funcionarios que sólo ven números, no proyectos ni creadores, en cada libro que apoyan con dinero de todos.

Así que a contracorriente de la situación cultural empobrecida y violentada, ¿de qué otra manera puede ser si no hay condiciones para la infraestructura artística ni para el fortalecimiento del rubro cultural que parece más vulnerable que nunca?, tengo tres plausibles ejemplos editoriales en esta geografía: el primero es Rojo Siena, cuyo catálogo mixto ha dado espacio tanto a escritores como a ilustradores desde hace más de 10 años; el segundo, Ícaro ediciones, es doblemente loable porque su catálogo está dedicado exclusivamente a la poesía; finalmente, Pungarihuato Editorial, cuyo título inaugural es ¡Ahí viene el marihuano!, de Noé Israel Borja (1982). Un título, por cierto, poco afortunado para un libro interesante. Este volumen de 215 páginas fue publicado en el año 2020. Reúne quince cuentos en los que el autor fusiona el realismo sucio con la ficción fantástica para crear relatos de terror con tintes peculiares.

Israel toma como basamento de sus textos la Tierra Caliente de Guerrero. Para ser preciso, habla de Arcelia y sus alrededores. Fermenta en el realismo sucio (plagado de narcos, sicarios, dealers, drogadictos y borrachos) historias de fantasmas. Obviamente estas narraciones breves no poseen un enfoque similar al de los ejemplares anglosajones, como Henry James o Montague Rhodes James, por citar sólo dos nombres. Israel fusiona algunos de los problemas actuales (extorsión, hiperviolencia, inseguridad, narcotráfico, trata de blancas, desempleo, pobreza, hambre y explotación laboral) con apariciones espectrales, con chaneques, con los remedos de brujas ancestrales y con demonios. Sus cuentos están bajo la sombra de Horacio Quiroga y de Bruno Traven. Usa los moldes de esos narradores para exponer temas aparentemente locales. Dota a sus personajes de características que los hacen absolutamente regionales; por principio, hablan ese español jugoso de los calentanos: cocho, guache, et al. Cuando digo regional no soy peyorativo. Me explico. En la narrativa reciente de Guerrero aparecen los nombres de Iris García Cuevas (Ojos que no ven, corazón desierto), Paul Medrano (Nieve de mango) y Edgar Pérez Pineda (Kabuki. El álbum pánico). Autores que refrescaron la narrativa de esta región. Ellos tres abordan, en los títulos referidos entre paréntesis, aspectos que podemos encontrar en ¡Ahí viene el marihuano!: una región calurosa con problemas de violencia e inseguridad, cuyos personajes, para bien o para mal, experimentan diversos registros del miedo.

Israel suma a esa región narrativa elementos de la ficción fantástica, donde cobran especial relevancia los fantasmas. Su proyecto representa un nuevo orden del mundo, donde los problemas recientes de violencia e inseguridad refrescan los antiguos relatos de terror. Algo aparentemente obvio, pero no se había aterrizado en el papel como lo hizo Israel. Quizá el precedente de esta fusión sea el cuento Acapulco welcome, de Marco Antonio Velázquez Lozano, ganador del premio Acapulco en su Tinta 2017.

Volviendo a ¡Ahí viene el marihuano!, ejemplifico lo dicho con el cuento Alberto Vaca, en el que se narra en primera persona la historia de un hombre que manda matar a su hermano, un crápula, drogadicto, asesino y avaro que se lleva con los narcos. El narrador recibe un mensajero, “de los que mandaba su hermano cuando estaba vivo”, para que los Vaca se reúnan. Es un relato noir que se imbrica con una presencia espectral y mórbida que empieza a ganar terreno en la historia y le hace la vida de cuadritos al narrador. El más allá, parece, consuma catástrofes en el presente. Este es el cuento que mejor condesa la proposición estética del libro. La prosa de Israel es directa y eufónica. Cito un párrafo para ilustrar mi aseveración: “Lisiado, pero atenido a sus contactos con la mafia, seguido venía a retarme. Un domingo, de esos domingos que yo recibía a mis amistades en el patio de mi casa, vino a provocarme. Llegó con una barra y se puso a dar de barrazos en una parte del muro del corredor. Decía que iba a derrumbar la casa porque él se iba a hacer una a gusto. Me dio mucha pena con mis invitados. Al principio cada barrazo era un golpe exitoso para él porque caían capas gruesas de argamasa. Recordé cómo tronchaba los plátanos de Prudencio de un solo tajo. Pero luego llegó al adobe, adobe abigarrado que quién sabe quién de los Vaca, generaciones atrás, lo hizo. Ahí topó con una corteza que hacía rebotar la barra y que lo hizo caer de cansancio. Se acercó a mí y me quiso golpear. Quería provocarme como lo hizo con Prudencio. El miedo me hizo controlarme”.

En ese tono también está Ahí vienen los guaches. Narra la noche de una mujer que recibe la visita de un hermano. El tipo está muy callado, realmente abstraído. Ella le lleva de cenar y se va al trabajo. Atiende las mesas donde venden cena. Cuando regresa a casa ya no encuentra a su familiar. La resolución de este cuento articula la violencia (realismo) y los fantasmas (ficción fantástica) gracias a un elemento más del presente: la migración, ya sea por violencia o por desempleo. Es decir, la vida cotidiana posibilita a Israel las apariciones espectrales porque esa región (su Arcelia) está llena de agujeros por donde se filtra, o se zurce, lo fantástico con lo atroz o viceversa.

Otro aspecto de la alquimia en este libro es Campo Morano. Básicamente hablamos de la historia de Paulino, un drogadicto que lucha contra sus vicios y se va, por petición de su madre y de su esposa, a trabajar a una mina. Labora bien por un tiempo, pero un buen día, azuzado por la curiosidad, entra a una caverna siguiendo un “fluido que llegaba hasta las habitaciones en forma de acechante bólido que sembraba insinuaciones y malos sueños”. Ahí se encuentra con alguien que le prodiga riqueza, pero todo mundo cree que los paseos nocturnos a la caverna son parte de una treta para que Paulino siga drogándose. Así que lo encierran en un cuarto. Muere como un indigente. Tiempo después su familia descubre que Paulino sí obtuvo algo de mucho valor en la caverna, pero no pudo disfrutarlo en vida.

Lo mejor de este libro es cuando Israel toma a sus personajes más feroces y los pone en marcha directo a un desfiladero, ahí, sin falta alguna, se toparán con un espectro que cerrará la historia en detrimento del humano.

Si hace muchos años, el cañonero ruso Tolstoi nos dijo que al pintar la aldea describíamos el mundo, Israel Borja acata esa orden. Pone sobre estas páginas algunos de los personajes que pueblan su mitología personal. Hablo de un universo interno que le dará alegrías al autor, aunque de momento, basta decir que ¡Ahí viene el marihuano! abre un sendero que permite al lector ingresar literariamente a una estancia vital de Arcelia.

Este libro de Israel merece la atención de quienes suelen asomarse al trabajo de los creadores locales; en especial, porque siempre se tiene en mente a la gente de Chilpancingo, de Acapulco, de la Montaña; se piensa siempre en los que han migrado al centro del país (para hacer del consabido lobby literario una loca carrera por la fama y la publicación) o en quienes están fuera del territorio nacional, pero me parece que en Tierra Caliente la alquimia de Israel está en ebullición y sería un error no tomarlo en cuenta.

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