UNAM: el desquite de los médicos

Humberto Musacchio

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10 octubre,2019 5:12 am
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Humberto Musacchio
 
Para Rosario Ibarra, con emoción de la buena.
En la UNAM, la elección o reelección (según el caso) de rector se ha reducido a cuatro candidatos: Daniel Velázquez, Pedro Salazar, Angélica Cuéllar y Enrique Graue, actualmente en el cargo. Cada uno presentó ya su plan de acción en caso de ser escogido, pero ninguno se atreve a prometer la recuperación del auditorio Justo Sierra o Che Guevara, hoy en manos de negociantes lumpen, ni la eliminación de pisos del edificio H de Ciencias Políticas, verdadera agresión contra el patrimonio estético de la Universidad y de México.
Daniel Velázquez es profesor de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, pero no se le conoce obra relevante como para aspirar a la rectoría, aunque al cargo han llegado no pocos personajes de talante gris. Por su parte, Pedro Salazar ha tenido un papel más protagónico, pero en su contra milita su origen. No hizo sus estudios en la UNAM, sino que es egresado del ITAM con posgrado en Italia, lo que no debería ser motivo para descalificarlo, pues en Estados Unidos las universidades sólo por excepción admiten como profesores a sus egresados, pues se considera que la endogamia no propicia la renovación del conocimiento.
Angélica Cuéllar es la actual directora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Quizá disponga de obra apreciada en el ámbito académico, pero carece de proyección fuera de las aulas. En su favor opera un hecho que deberían tener presente las feministas, pues hasta ahora ninguna mujer ha llegado a ser rectora de la Universidad de México, ni en la Real y Pontificia ni en la UNAM, y eso que en total ha habido más de 300 varones en el cargo.
El que cuenta con más posibilidades es, obviamente, Enrique Graue, médico como casi todos los que han ocupado la rectoría desde 1961, cuando inició su gestión Ignacio Chávez. En estos 58 años, los galenos han gobernado la casa de estudios casi medio siglo, 49 años en total, lo que constituye el desquite de los médicos después de que en la Real y Pontificia les estuvo vedado el cargo.
A lo largo de los trescientos años de historia de la que fuera nuestra primera universidad, la carrera de medicina y los médicos fueron sistemáticamente discriminados en la casa de estudios. Primero porque la de Medicina fue la última de las cuatro facultades mayores en fundarse y después porque nunca fue bien visto el estudio con cadáveres, lo que seguramente producía pensamientos pecaminosos en la púdica y pía comunidad de la pontificia institución.
Otra manifestación de menosprecio fue que de hecho, aunque no de derecho, la rectoría les estuvo vedada a los médicos en la universidad colonial, al extremo de que en 1788, esto es, a 237 años de fundada la institución, una real cédula preguntaba al claustro “si se halla fundamento sólido o reparo en que puedan ser rectores los médicos”.
Todavía en 1803, en una época en que los religiosos y los seglares debían alternarse en el cargo, se discutió si los médicos podían ser incluidos en las ternas de seculares como candidatos a la rectoría, lo que no parece haber sido aprobado, pues el rector Agustín Pomposo Fernández de San Salvador (tío y tutor de Leona Vicario), declaró que a los galenos no se les consideraba inferiores en cultura y que su exclusión obedecía al temor de que por atender a la Universidad descuidaran a los enfermos.
En estos días, algunos grupos estudiantiles han insistido en que los alumnos participen en la elección de rector, lo que parece inadmisible a los espíritus timoratos. Lo cierto es que, durante décadas, en la Universidad Nacional el que elegía rector era el Consejo Universitario, en el que había representación estudiantil.
Más importante que lo anterior es que la Universidad de México fue fundada como una Universitas scholarium, esto es, un gremio de estudiantes que hasta bien entrado el siglo XVII tenía la última palabra en la selección de profesores y, para espanto de la ignorancia conservadora, los rectores de la casa de estudios debían ser estudiantes, disposición real que se violó repetidamente, pues el cargo conlleva un prestigio social que propicia el salto a puestos de importancia en la esfera pública. Por eso era (y es) tan disputado.
 

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